Cuando algunos se extrañan y preguntan por qué el Papa Francisco insiste en sus mensajes y homilías –como ha ocurrido en su reciente visita pastoral por Filipinas- que todos tenemos el urgente deber como ciudadanos y cristianos de ayudar a las personas que viven en pobreza extrema y a los que son marginados injustamente, hay que recordarles que estos conceptos ya los había dicho con toda claridad el mismo Jesucristo y se encuentran en la entraña misma del Evangelio.
Al recordarnos el Romano Pontífice estas ideas fundamentales de nuestras responsabilidades sociales, que se sintetizan en las obras de misericordia corporales y espirituales, ha habido una lamentable reacción por parte de ciertos sectores de la población, de malinterpretar sus palabras, a tal grado, que el mismo Santo Padre se ha visto en la necesidad de aclarar ante los medios de comunicación que él no es “ni comunista ni ‘el Papa de la Teología de la Liberación’ ”, sino que su corazón sacerdotal está abierto a todos las personas de la humanidad.
El ahora San Juan Pablo II escribió y habló mucho acerca de la verdadera Teología de la Liberación Cristiana. En primer lugar, de la liberación del pecado mediante la Confesión Sacramental, pero a continuación, subrayaba la necesidad de un auténtico compromiso social tanto en lo personal como en el ámbito empresarial, laboral, familiar y social para lograr una mayor solidaridad entre los hombres, los pueblos y las naciones. Ya antes lo habían dicho los Papas San Juan XXIII en su célebre documento “Paz en la Tierra” y el beato Paulo VI en su encíclica “El Progreso de los Pueblos”.
Lo mismo hizo nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI, ya desde que era Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Esa última Encíclica, que es una verdadera joya por su valioso contenido y que legó a la humanidad a consecuencia de la crisis económica internacional del 2008, donde exponía que las verdaderas causas no eran simplemente “globales y anónimas” sino pecados personales de avaricia, ambición desmedida, irresponsabilidad, cadena de mentiras y falsificación de estados financieros y, en definitiva, falta de ética. Y a continuación sentaba las bases para una acción solidaria entre las naciones y acorde con la dignidad humana. Considero que es todavía un documento para seguir estudiando y profundizando.
Algunos años antes, San Josemaría Escrivá de Balaguer escribía estas palabras tan ricas en su mensaje y dignas de meditar serenamente: “Quizá penséis ahora que a veces los cristianos –no los otros: tú y yo- nos olvidamos de las aplicaciones más elementales de ese deber. Quizá penséis en tantas injusticias que no se remedian, en los abusos que no son corregidos, en situaciones de discriminación que se transmiten de una generación a otra, sin que se ponga en camino una solución desde la raíz”.
Y concluye con particular energía: “Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo” (“El Corazón de Cristo, Paz de los Cristianos”, Es Cristo que pasa, n. 167).
Ha sido muy consoladora la respuesta de muchas instituciones de la Iglesia y de miles de cristianos en todo el mundo, que ante estos llamados de los Romanos Pontífices, han puesto por obra un considerable número de labores sociales y asistenciales.
Trabajan con creatividad y vigoroso empuje, pero además, sin buscar el aplauso humano ni el reconocimiento. Lo hacen abnegada y discretamente, habitualmente sin llegar –como se dice- a “ser noticia ni buscar aparecer a ocho columnas en los periódicos” porque su intención es servir auténticamente a los demás.
Concretamente en México, en las últimas décadas han surgido un considerable número de estas labores filantrópicas o de caridad (les animo a enterarse de muchas de ellas en el portal: www.anunciacion.com.mx) que hacen llegar su ayuda a miles de personas por toda la geografía nacional.
Finalmente, da mucho gusto constatar que el llamado del Papa Francisco por tener una mayor preocupación hacia las personas en pobreza extrema o hacia aquellas que se encuentran enfermas, abandonadas o en desamparo, ha tenido una considerable repercusión positiva y constructiva en muchos ciudadanos mexicanos, y quiero hacer mención particular, a tantos grupos de jóvenes estudiantes que en forma ejemplar se han organizado y trabajan con ilusión en todas estas labores.
De manera que podemos concluir que, este interés por los demás y por la cuestión social, a la que nos anima con frecuencia el Santo Padre, es precisamente lo que desde un principio nos pidió encarecidamente Jesucristo y Él mismo nos predicó con su ejemplo. Y que los Romanos Pontífices han venido repitiendo, particularmente desde fines del siglo XIX con el Papa León XIII y todas esas Encíclicas y magistrales documentos constituyen un invaluable tesoro que se denomina la Doctrina Social de la Iglesia.
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