El principio de la sabiduría: la aceptación de tres realidades

El célebre filósofo y teólogo alemán, el sacerdote católico, Romano Guardini (Verona, Italia, 1885-Munich, 1968), quien marcó toda una época con sus novedosas aportaciones a esos saberes humanísticos e influyó en algunas reformas aprobadas por el Concilio Vaticano II.

Romano GuardiniReflexionaba en su libro La Aceptación de Sí Mismo, que a lo largo de su vida se había encontrado con muchas personas que no eran plenamente felices. Es decir, que lo tenían todo en su vida para vivir alegre, serenamente y con paz: destacados logros profesionales, una buena esposa con unos hijos afectuosos y agradecidos, salud física, suficientes medios económicos… Y, sin embargo, en sus conversiones con esos amigos o discípulos suyos, le manifestaban que estaban descontentos consigo mismos, o por diversas circunstancias familiares, profesionales o sociales.

Guardini, en primer lugar, les animaba a que se plantearan aquel el sabio y antiguo consejo del filósofo griego, Sócrates, con su conocida frase: “Conócete a ti mismo”. Porque se percataba que esas amistades le presentaban problemáticas complejas, en las que mostraban un gran desconocimiento de sus propias personalidades, las de los demás y del propio entorno vivencial.

En un segundo paso, también las estimulaba a que fueran ellas mismas las que encontraran las soluciones a sus dificultades y desazones interiores. Ese proceso llevaba varias conversaciones posteriores, porque el maestro Guardini, en medio de su intensa actividad como catedrático y escritor, solía interesarse auténticamente por sus amigos.

Así que cuando sus conocidos le externaban las causas profundas de sus aflicciones, les daba esta triple recomendación:

1. Acepta tu propia realidad. En otras palabras, muchas veces nos encontramos con personas que se sobredimensionan a sí mismas en sus cualidades, facultades, virtudes. O, por el contrario, se subestiman demasiado, al punto que esa actitud equivocada, les produce tristeza y pesimismo. Pero muchas otras veces, Guardini les hacía considerar que tenían que aceptarse tal y como eran, y no como les gustaría ser. Evidentemente no se refería a mantener una conducta mediocre o conformista, sino fundamentalmente realista. Por ejemplo, un profesional que se desempeña bien en su trabajo y tiene un cargo relevante en su empresa, pero tiene la tendencia de estar ambicionando ser el primero; de condicionar su felicidad, siempre y cuando esté por encima de los demás. Les hacía considerar que esa postura necesariamente les conduciría a un estado de infelicidad porque siempre en esta vida se encontrarían con algún otro colega superior a ellos en un determinado aspecto.

2. Otras veces, la queja de sus amistades provenía de un permanente malestar al descubrir defectos en su esposa, sus hijos; con su jefe inmediato o sus compañeros de trabajo. Y esa convivencia les generaba frecuentes roces, fricciones e incluso altercados. Guardini, entonces, les recomendaba un consejo tan simple como sabio: “Tienes que aceptar a los demás como son”. Les decía que si son faltas graves, los podría corregir, pero que no esperaran cambios de mejoría inmediatos, “como de la noche a la mañana”. Eso lo había aprendido en su quehacer como profesor al intentar ayudar a sus alumnos. Y añadía que, dentro el terreno de los pequeños defectos, deberían tener mucha paciencia, como el labrador que observa cómo sus plantas van creciendo paulatinamente. Y les hacía reflexionar: ¿O acaso tú no tienes equivocaciones y defectos? ¿No piensas que los demás (en tu trabajo, en tu familia) igualmente te tienen mucha paciencia y comprensión ante tus miserias y equivocaciones? Entonces, ¿por qué no quieres coexistir pacíficamente con los defectos de los demás?

3. El tercer plano que les hacía considerar a esos dirigidos suyos, que se molestaban, por ejemplo, porque dentro del plan de avances propuestos en sus empresas no iban al ritmo que ellos quisieran; o bien, porque consideraban que la sociedad estaba imbuida de un retraso cultural, o quizá, se sentían incómodos de vivir en esa ciudad o país determinado y anhelaban residir en otros lugares donde tuvieran mejores oportunidades para remontarse y prosperar… Guardini les escuchaba con interés y, luego, les decía que si no podían cambiar “como por arte de magia” su entorno social, tenían que aceptar ese ambiente específico que los rodeara y, comenzar por mejorar en cosas pequeñas, para llegar luego a las metas grandes que ambicionaban.

Este ilustre pensador, siempre tuvo dificultades en su vida y de las más variadas: apuros económicos, una salud sumamente precaria, la necesidad forzosa de cambiar de lugar de trabajo, o en ocasiones, un clima de disturbios sociales y de guerras, pero con esta triple aceptación que planteaba: de sí mismo, de los demás tal y como eran, y de su entorno social, que materialmente no podía modificar porque escapaba de sus posibilidades, siempre mantuvo: la paz interior, la ecuanimidad y la alegría. Pero una alegría madura, muchas veces entrecruzada con los intensos y complejos dolores que sufría, y hasta el final de sus días, nos brindó -con su personal testimonio- admirables lecciones de cómo encontrar una sabia y realista felicidad.

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