El problema viene desde fuera

De ser ciertas las terribles denuncias que el arzobispo Viganò ha hecho en su carta, ello significa que a pesar que la crisis de la Iglesia es profunda, otorga también un dato clave que puede ayudarla a salir de la misma.

Para comprender lo anterior –y hablo a título estrictamente personal–, hay que distinguir por un lado, entre quienes perpetraron abusos de manera sistemática y prolongada en el tiempo, junto a quienes los ocultaron deliberada y conscientemente –siendo por ello cómplices–, de aquellos que siendo sacerdotes honestos y actuando de buena fe, callaron o no fueron lo suficientemente diligentes en su tarea de poner orden en los casos en que hubieran podido hacerlo –de ser cierta la carta, insisto, incluiría aquí al papa Francisco– e incluso aquellos que eventualmente han tenido alguna caída por debilidad. Ello, porque en el primer grupo existe claramente dolo y mala fe, y en el segundo, ingenuidad, negligencia o debilidad. Por eso no es justo meterlos a todos en el mismo saco.

En lo personal, me parece imposible que la profunda descomposición moral de ese primer grupo se deba a una crisis de fe. Ello, porque si una persona, siendo consciente de sus defectos, se compromete sinceramente con Dios y sabe –y sobre todo cree– de verdad lo que se está jugando, en particular la vida eterna, tendría que estar absolutamente loco para actuar como ha hecho este sector. Por mucha gratificación o poder que pueda obtener, ello palidece si se compara con la condenación eterna a la cual se arriesga. Por eso, si la persona realmente actúa de buena fe, de tener estas inclinaciones, o hace un esfuerzo sincero por superarlas, o sencillamente abandona el sacerdocio. Si de verdad es sincero consigo mismo, a esto último y no a la persistencia y aumento del mal debiera conducir una auténtica crisis de fe.

Por el contrario, la depravación moral y la perpetuación que de la misma ha buscado lograr el grupo cuestionado, es, en realidad, un estilo de vida, absolutamente incompatible con una fe verdadera, porque es imposible mantener ambos extremos simultáneamente.

Por tanto, lo anterior significa que al menos en parte, la crisis de la Iglesia viene “desde fuera”, es decir, que los principales responsables ya venían con esta depravación y cual “cazadores”, se infiltraron en ella para acceder a sus víctimas y protegerse, al ser el lugar menos pensado en el cual podrían habitar sujetos como ellos. Por eso resulta obvio a mi juicio que no tienen fe, pues si tuvieran sólo un poco, no se arriesgarían así al castigo divino.

De esta manera y como un cáncer, estos “tumores” se fueron expandiendo al interior de la Iglesia, sea incentivando a otros “cazadores” para que se incorporaran a la misma, sea contagiando a sacerdotes que por diversos motivos cayeron en estas prácticas, generando así una auténtica mafia. Por eso hay que decirlo claro: quienes tomaron este camino, claramente y a sabiendas, usaron a la Iglesia y al sacerdocio para sus fines, sin perjuicio de haber podido contagiar a algunos auténticos sacerdotes. Por lo mismo, también contribuyeron por muchos medios a debilitar la fe dentro de la Iglesia, puesto que en realidad, son sus enemigos.

Lo anterior no es una teoría conspirativa ni busca esquivar responsabilidades, pues los hechos realizados son horrorosos y el daño a las víctimas, inconmensurable. Sólo busca explicar lo sucedido, pues tal nivel de maldad y organización es imposible en quien verdaderamente busca, ama y también teme a Dios, pues a Él es imposible engañarlo.

 

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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