Manuel Ocampo Ponce Universidad Panamericana, Guadalajara.
Es un hecho que el hombre experimenta una tendencia interna a la felicidad. Pero si somos observadores, la felicidad que ha buscado a lo largo de la historia, conlleva una tendencia hacia lo Infinito. Basta con ver cómo se comporta respecto a sus planes y proyectos en los que invierte grandes esfuerzos con el fin de alcanzar la plenitud de la paz. Pero pronto advierte, que una vez alcanzadas sus metas, su sed de felicidad no termina con lo que se ve obligado a buscar otras metas e ilusiones. Tarde o temprano, el hombre reflexivo cae en la cuenta de que no hay logro humano que le alcance el descanso total. Por eso, el hombre que vive de esas ilusiones siempre ha acabado experimentando una insatisfacción constante que le conduce a reflexionar en términos de algo más trascendente. Es así como el mundo pagano estuvo en adviento de recibir la fe.
El problema es que el hombre de hoy ya no es pagano sino en muchos casos hereje, apóstata y ha organizado las estructuras del mundo, bajo el engaño de que el ser humano es capaz de comprar la felicidad. Y de ese modo vemos proliferar los centros comerciales, los bares, los lugares de juego y diversión, las redes sociales, etc. Pero a medida que se ha ido llenando, de todas esas cosas, ha ido experimentando, un vacío interior que sólo puede sofocar consumiendo más. Lo que caracteriza al hombre actual es no querer pensar para no enfrentarse a los grandes cuestionamientos que debe enfrentar sobre todo en lo que se refiere al sentido último de la vida, por eso vive aturdiéndose con todo lo que tiene a su alcance.
Pero ha llegado al punto en que las dos grandes formas de organización secularista que son el comunismo y el capitalismo han fracasado y ya no se puede negar que el hombre actual es pragmático, superficial, permisivista e indiferente. Está vacío de sentido y su concepto de Dios y de lo trascendente es completamente ecléctico, sincrético y subjetivista. En pocas palabras nos encontramos con una humanidad inundada de relativismo con una religiosidad pervertida; en un mundo en gran medida ateo, pero, además, en muchos de los casos, apóstata porque habiendo recibido la fe, la ha rechazado o la ha ajustado a su medida. Se trata de un hombre que busca placer y bienestar, pero con otra peculiaridad que consiste en el triunfo profesional por el que es capaz de hacer cualquier cosa y que al final se queda solo.
A la par de este proceso vemos como proliferan fracasos matrimoniales, familiares y personales que han ido conduciendo al hombre a un vacío existencial que nada puede llenar. Nos encontramos con un hombre evasivo y adicto al éxito, a las compras, a las redes sociales a la vida y las relaciones virtuales y a toda clase de vicios con que lo único que hace es evadir su vacío interior. El problema de fondo es que el hombre se ha organizado pretendiendo una rectitud de vida al margen de Dios o con un dios construido a la medida; y ese modo de organización en la que está atrapada la humanidad, ha fracasado. Pero, además, se trata de un hombre que, en muchos casos, se siente recto porque según él no roba, no mata y no daña a nadie pero que está lleno de soberbia, de envidia, de pereza, de avaricia y de sinsentido.
Como prueba de esto tenemos las legislaciones que autorizan drogas, abortos, eutanasias, etc., y en cuestión de sexo pareciera que el mayor mal que hay que evitar es la enfermedad y el embarazo no deseado. La libertad se ha vuelto un fin en sí misma en lugar de ubicarse como un medio para alcanzar la unidad, la verdad, el bien y la belleza, todo se reduce a caprichos y este hombre que se siente bueno, desarrollado y tecnificado ha acabado justificando y legalizando infinidad de cosas que le destruyen y destruyen todo lo que le rodea.
Por todo esto veo importante volver a insistir en que al margen de Dios y de una visión trascendente de la vida humana resulta imposible fundamentar una moral y una vida de paz, justicia y felicidad. Porque reducidos a materia el único fin es nuestro deseo y nuestro capricho. De ahí que nos encontremos en un mundo vicioso al que le aterra el terrorismo, pero realiza millones de abortos al año sin sentir el más mínimo remordimiento. Nadie que reflexione un poco puede negar que el hombre al margen de Dios ha perdido la dimensión sagrada de su dignidad y ha quedado atado al mal, al vicio y al pecado. Por eso el problema de la muerte es totalmente evadido porque la muerte para el hombre apóstata y desacralizado no es más que el más rotundo fracaso que no puede enfrentar. Con la pérdida del carácter sagrado del hombre y de la vida, se ha perdido la sacralidad de la muerte y por eso ese tema se evade totalmente.
Para concluir esta breve reflexión y fundado en la esperanza cristiana, que nunca debemos perder, he pensado que uno de los caminos que podríamos seguir es volver a intentar hacerle ver al hombre apóstata, que la razón humana es capaz de demostrar que tiene un alma inmortal y que como compuesto de cuerpo y alma espiritual es portador de una dignidad sagrada que deber respetar absolutamente. Y si se abre un poco, también podríamos otorgarle los elementos para demostrar racionalmente la existencia de Dios. Para que una vez demostrado esto, se abra también la posibilidad de hacerle consciente de la cantidad de interrogantes que se derivan de los alcances de la razón humana y de este modo quede nuevamente a las puertas de la fe, para que, por medio de la gracia, sea capaz de volver a la necesidad de escuchar y aceptar lo que Dios le ha revelado. Otro recurso que creo importante recalcar, es no dejar de orar y participar en los sacramentos para mediante nuestra conversión constante podamos dar buen testimonio y no impedir que la gracia actúe para la conversión de la humanidad.
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