La noticia sacudió al mundo: el pasado martes 24 de marzo, un joven de 27 años, Andreas Guenter Lubitz, copiloto de la compañía alemana de aviación “Germanwings”, durante un vuelo regular de Barcelona a Dusseldorf, estrelló la nave que conducía contra los Alpes franceses, al poner el seguro de la puerta e impedir que el Comandante regresara a la cabina. La “caja negra” reveló que -por las peticiones a gritos del Comandante de que abriera la puerta- no se trató de un acto terrorista ni de una falla técnica del aparato, sino que todo conduce a pensar, salvo que se demuestre lo contrario, que fue una acción deliberada del copiloto Lubitz de terminar con su vida y la de 149 pasajeros.
La pregunta que la opinión pública internacional se cuestiona es: ¿por qué cometió un acto tan atroz, que supera lo inimaginable? Una pista reveladora la señala el periódico Der Spiegel que recoge el comentario de una antigua novia de Lubitz, ya que el joven estuvo seis meses enfermo y sin poder laborar ya que sufrió “el síndrome de Burnout”. ¿En qué consiste este síndrome? Es una depresión nerviosa provocada por el estrés. Es decir, cuando se tiene un ritmo excesivo de trabajo y habitualmente se duermen pocas horas; no se descansa lo suficiente ni se tienen los necesarios períodos de recuperación de fuerzas físicas y mentales, sobreviene como un “derrumbe” en el equilibrio psíquico de la persona.. Idafe Martín Pérez, corresponsal de “El Universal” en Bruselas (27-III-15, Sección A p. 20), comenta adicionalmente que muchos pilotos se sienten permanentemente tensionados porque podrían perder su trabajo, o de pronto ser despedidos, ya que no están claras ni precisas las vinculaciones contractuales laborales y, añade que en el ambiente cotidiano que ellos respiran con frecuencia surgen roces, fricciones y malos tratos hacia ellos por parte de sus inmediatos directores en las compañías aéreas.
También, hay envidias y zancadillas entre los mismos colegas de trabajo, ya que existe una demanda superior a las plazas que se pueden otorgar y, por si fuera poco, reciben muy bajos salarios. Pero sus amigos lo recuerdan como un joven alegre, entusiasta, deportista, que incluso que participaba en pruebas atléticas. Nada parecía indicar que sufría de ‘surmenage’ (en francés), esto es, el estrés producido por el deterioro y cansancio excesivo y progresivo. El ‘Burnout’ o ‘surmenage’ tiene como consecuencias orgánicas que el enfermo experimenta una reducción drástica de energía, acompañado de una desmotivación que afecta al individuo en todas las esferas de su vida. La persona se desconcierta porque tiene la impresión de que laboralmente ya no rinde como antes, que comienza a perder facultades físicas y, sobre todo, intelectuales. Vienen luego diversos efectos secundarios, como: insomnios, jaquecas, mareos y, en el terreno psíquico, la persona experimenta angustia, miedo, ansiedad, un estado de insatisfacción permanente.
Es más, lo que habitualmente le gustaba realizar en su trabajo, en el hogar, con sus amistades o sus aficiones, todo comienza a tornarse gris y aburrido y, en definitiva, se pierde el sentido de la propia existencia. El Psicólogo Herbert Freudenburger, en ‘Burnout’ distingue tres tipos de estados interiores del paciente: 1) agotamiento emocional (incluso, se pierde la capacidad de amar a los seres más queridos); 2) la despersonalización, que ocurre con personas que diariamente tienen que tratar con cientos de personas y los visualizan ya no son individuos sino “un número más en la estadística” o “en el conteo mecánico que se realiza con los pasajeros del vuelo”; 3) con los mismos compañeros de trabajo las relaciones se vuelven superficiales, monótonas, rutinarias; 4) se pierde el placer o deleite por las pequeñas cosas ordinarias que alegran la vida de una persona normal; 5) las metas y los anhelos planeados como proyectos a futuro y a mediano plazo, se miran como inalcanzables porque se experimenta una tremenda impotencia y ausencia de vigor físico y mental.
Sobreviene, entonces, un estado general de apatía hacia la propia labor profesional, hacia la familia, hacia la vida social. Ya nada de eso realmente les interesa. Quien sufre de esta enfermedad mental prefiere aislarse de los demás, refugiarse en su propio yo, porque momentáneamente se encuentra mejor, pero a la larga acrecienta su problemática. Se comienza a percibir un concepto tremendamente negativo sobre sí mismo. Y lo más grave, se experimenta una enorme desilusión que hace insoportable el continuar viviendo. Es cuando comienzan a aparecer obsesivamente por la mente las ideas suicidas “como la única salida ‘viable’ a su problema existencial”.
Desde luego, las personas que sufren de este tipo de trastornos emocionales, requieren de una permanente atención psiquiátrica y de los cuidados familiares. Desde tomar las dosis indicadas por el especialista de antidepresivos, somníferos que les permitan conciliar el sueño, tranquilizantes que les concedan una tregua en ese estado de alteración permanente en que viven sumergidos. En muchas ocasiones -como he escuchado en estos días por parte de algunos comentaristas y diversos medios de comunicación- se les juzga duramente, sin tomar en cuenta que, fue avanzando imperceptiblemente y a tal grado su enfermedad mental, que llegó un momento en que ya no podían gobernar sus propios actos.
Otros muchos se cuestionan, “si este joven quería quitarse la vida, ¿por qué destruyó también la vida de otros 149 pasajeros? ¿Por qué -por ejemplo- no ingirió a solas, en su departamento, cianuro o alguna otra substancia fuertemente tóxica y no hubiera causado tantos irreparables daños a familias enteras (padres, madres, hijos) que son inocentes?” La ininteligible respuesta es, porque en ese enfermo, ya no existía una congruencia lógica; todo a su alrededor era ‘un absurdo’ , un ‘sin sentido’ y, de algún modo, desean hacer partícipes de su inmensa desgracia al mayor número de personas.
Ahora bien, ¿esta enfermedad es curable? Por supuesto, si se siguen cuidadosa y de manera vigilante las indicaciones médicas; si el paciente visita al psicoterapeuta con la frecuencia debida y si obedece a sus consejos; si realiza las indispensables revisiones médicas periódicas; si la familia del enfermo no lo deja solo y lo sigue de cerca para que no se hunda más en su aislamiento y melancolía, etc. Se le llama “la enfermedad de nuestro siglo” porque se ha generalizado mucho en los profesionales jóvenes que trabajan de forma compulsiva de día y de noche (“adictos al trabajo”) y quieren, a toda costa, obtener un destacado puesto en su empresa, por ejemplo, dentro de un prestigioso corporativo, buscando un excelente sueldo y en el menor tiempo posible. Claro está que, con ese ritmo trepidante de trabajo, el organismo -tarde o temprano- pasa su factura. Como ésta historia, tan dramática, que observamos en este copiloto Andreas Lubitz.
Finalmente, recomiendo leer el libro Vencedores que escribimos el Psiquiatra Dr. Ernesto Bolio y Arciniega y yo, donde presentamos un buen número de casos de personas que solucionaron sus trastornos mentales satisfactoriamente (por eso, elegimos ese título tan optimista del libro) y está dirigido tanto a los mismos enfermos -para llenarles de esperanza en que sí es posible superar esos problemas-, como a sus familiares y amistades, quienes pueden colaborar eficazmente -siempre con la autorización del Psiquiatra- en la curación del enfermo de depresión (1). (1) Bolio y Arciniega, Dr. Ernesto y Espinoza Aguilera, Raúl, Vencedores, Acerca de los Trastornos Emocionales de Nuestro Tiempo, Panorama Editorial, México, 2011. 240 páginas.
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