Tal vez no exista trabajo más fácil hoy en día, que ser oposición a cualquier gobierno, como se ha demostrado hasta la saciedad en nuestro país. Ello, porque desde un cómodo palco, se pueden lanzar críticas a destajo contra el gobierno de turno, sin importar lo bien que esté luchando contra la pandemia o las medidas económicas que se encuentre implementando para afrontar la postpandemia, que seguramente será peor que nuestra actual crisis.
En efecto, lo único que tienen que hacer quienes actualmente no tienen que dirigir un país, es considerar malo o al menos insuficiente todo lo que hagan las autoridades. No tanto porque como resulta obvio, siempre se puedan cometer errores, sino sobre todo, porque con esta permanente crítica, además de pretender minimizar sus eventuales logros, se busca dar la impresión que si ellos hubieran estado en el gobierno, lo habrían hecho mucho mejor.
Por tanto, se está jugando con una premisa falsa, que además, es imposible de demostrar. La única forma sería que cuando ellos eventualmente sean gobierno, nos toque una situación semejante. Aunque también es cierto que de ocurrir lo anterior, ya se contaría con la experiencia de la actual crisis, con lo cual la comparación igualmente sería injusta.
Se insiste en que pretender que la oposición, cualquier oposición, lo habría hecho mejor, es un hecho indemostrable y en el fondo, una petición de principio. Ello, pues nos encontramos frente a una situación inédita dentro de la historia de la humanidad, no tanto por los ribetes sanitarios de la actual crisis, sino debido a sus impresionantes repercusiones económicas: al estar inmersos en una economía global, el actual empeño por “detener el mundo” a fin de combatir la pandemia, no tiene precedentes.
Pero además –y también nuestro país ha dado un triste ejemplo–, existen sectores de la oposición que casi parecen alegrarse de las malas noticias o de los errores que se cometen, sin importarles las consecuencias sanitarias y económicas que ello pueda traer consigo. Es como si no se dieran cuenta que si el gobierno, cualquier gobierno fracasa, es el país entero –incluidos ellos mismos–, quien se ve perjudicado.
De ahí que lo lógico sería que la oposición, de cualquier país, apoyara al gobierno de turno en esta situación extrema, a fin de aunar esfuerzos para enfrentar de la mejor manera posible esta crisis y aminorar sus dañinos efectos a corto y mediano plazo, que cada vez se presentan más inquietantes y atemorizadores.
Es por todo lo anterior que la ciudadanía debiera tomar adecuada nota de lo ocurrido y no dejarse instrumentalizar por un fácil inconformismo, fruto de una demagogia oportunista y muchas veces irresponsable. Porque una actitud semejante revela muy a las claras, que parte de la clase política quiere sencillamente aprovechar esta dolorosa situación para acceder al poder, anteponiendo ese interés particular al bien común general.
Por eso, tal como ocurre con las personas, es en los momentos difíciles cuando se puede aquilatar adecuadamente la valía de las instituciones o de los grupos y su verdadera grandeza. Mas, si ni siquiera en este momento extremo son capaces de dejar de lado sus intereses, ¿qué se puede esperar para los tiempos de relativa normalidad?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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