Con frecuencia observamos en algunos establecimientos comerciales que colocan a la venta adornos navideños desde varios meses antes del 25 de diciembre. En muchos casos se ha convertido en una mera mercantilización del suceso más trascendente en la historia de la humanidad, y en los anuncios ni siquiera se dice “Feliz Navidad” sino frases vagas y superficiales, como: “Luminosas y alegres fiestas” o “Felices fiestas decembrinas”.
Y, en la práctica, todo se reduce a intercambiarse regalos, a organizar brindis, a tener comidas con abundantes bebidas. Es decir, se ha perdido la brújula sobre el verdadero sentido de la Navidad.
¿Qué celebramos en la fiesta de la Natividad del Señor? El portentoso hecho de que tomo cuerpo como nosotros el Hijo de Dios. Pero ese Hijo de Dios Padre –el ‘Emmanuel o Dios-con-nosotros’- quiso venir a la tierra con gran humildad, sencillez y normalidad. Pasó nueve meses en el seno de su Madre, Santa María –como todos los hombres- luego llevó una vida discreta, sin llamar la atención. Trabajó en el taller de José como carpintero, como su fuente de manutención y de la Virgen María, y vivió en un hogar como casi todas las personas de la tierra.
¿Dónde se esconde la grandeza de Dios? En un pesebre, en unos pañales, en una gruta. La Sagrada Familia vive en medio de una gran pobreza, pero que va acompañada con la paz y alegría de corazón.
Los primeros en salir al encuentro de ese Niño, de María y José no son los potentados de la tierra, sino unos humildes pastores que esa noche cuidaban a su rebaño. De pronto unos ángeles se les aparecieron y les transmitieron la importante noticia. Luego desaparecieron cantando “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Entonces, ellos se dirigieron a toda velocidad al pesebre y encontraron a un Niño envuelto en pañales junto con Santa María, su Madre, y San José. Adoraron el Hijo de Dios y le ofrecieron sencillos regalos.
¿Para qué vino el Cristo, el Mesías esperado a este mundo? Para enseñarnos el inmenso valor del trabajo, predicar la Buena Nueva, hacer el bien a manos llenas; para padecer, sufrir y morir en una Cruz por amor a nosotros los hombres y, de esta manera, abrirnos las puertas del Cielo.
Cada Navidad es una llamada de Jesús al corazón de cada persona para que nos acerquemos más a Él, sabiendo que el tiempo de esta vida es breve y que en cualquier momento nos puede llamar a su presencia, y hemos de estar preparados para poder corresponder a tanto amor de Dios por cada uno de nosotros.
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