A cien años de distancia, ha quedado plenamente manifiesta la infinita misericordia de Dios por la humanidad, a través de su Madre Santísima. Desde el 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, la Virgen María se apareció en Fátima, Portugal, a tres niños pastorcitos: Lucia, Francisco y Jacinta en Cova de Iría.
¿Qué ocurría en el mundo en 1917? Había estallado la Primera Guerra Mundial y morían miles y miles de personas en esta terrible conflagración. Por otra parte, Lenin y sus seguidores habían provocado la revolución rusa y eran continuos los actos de violencia, asesinatos y vandalismo.
En esas apariciones, la Virgen de Fátima pidió a los niños que acudieran a aquel mismo lugar el día trece de cada mes, durante seis meses consecutivos. El mensaje que les iría transmitiendo la Señora, sería un llamado a la penitencia por los pecados que cada día se cometen, el rezo del Rosario por esta misma intención y la petición de la Consagración del mundo a su Inmaculado Corazón.
El 13 de octubre tuvo lugar un prodigio, que fue observado por miles de personas, anunciado por Nuestra Señora para que el mundo comprendiera la veracidad de estas apariciones: el sol, como disco luminoso, comenzó a girar sobre sí mismo, asemejándose a una gran rueda de fuego. Este fenómeno sobrenatural duró alrededor de diez minutos.
Ninguno de los tres niños estaban bien enterados de la llamada “Gran Guerra” y sus horrores. Tampoco habían oído hablar de Rusia y menos que se encontraba sumergida en una revolución. La Virgen les pidió que rezaran mucho para que ese conflicto internacional terminara cuanto antes y llamaba a la conversión del mundo entero para que se evitara otra Guerra Mundial que acarrearía más sufrimientos y millones de muertos. También les pidió mortificación y oraciones para que Rusia no continuara difundiendo sus errores por todo el orbe.
Textualmente les dijo la Virgen a los tres pastorcitos: “Es preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados… Que no ofendan más a Nuestro Señor, ya que es demasiado ofendido”.
El Papa Juan Pablo II acudió con el Rosario en su mano para dar gracias a Nuestra Señora por haber salido con vida del atentado sufrido el año anterior, en 1981, en la Plaza de San Pedro. “Las apariciones de Fátima -dijo en esa ocasión- comprobadas por signos extraordinarios, en 1917, forman un punto de referencia y de irradiación para nuestro siglo. María, Nuestra Madre celestial, vino para sacudir las conciencias, para iluminar el auténtico significado de la vida, para estimular a la conversión del pecado y el fervor espiritual, para inflamar las almas de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo. María vino a socorrernos, porque muchos, por desgracia, no quieren escuchar la invitación del Hijo de Dios para volver a la casa del Padre”.
El Romano Pontífice recomendó vivamente intensificar la oración por el mundo entero y acudir al amor misericordioso de Jesús a través de la penitencia, que comienza con el Sacramento de la Reconciliación. La Virgen pidió que fuera consagrado el mundo a su Inmaculado Corazón. Esta Consagración fue realizada solemnemente por el Papa Pío XII el 31 de octubre de 1942. Posteriormente fue renovada por Juan Pablo II. Al cumplirse este centenario, el Santo Padre Francisco acudirá a Fátima para implorar la misericordia del Señor y de su Madre Santísma para que cesen tantos conflictos, injusticias y actos de violencia y pedir por la paz entre los pueblos y en los corazones de cada persona y cada familia en los cinco continentes.
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