En el matrimonio: “El amor siempre gana”

En cierta ocasión miré un gran anuncio publicitario en una transitada avenida de la Ciudad de México en el que se promocionaba un determinado producto y en la parte final hacía énfasis en esta idea: “El Amor Siempre Gana”.

Un concepto que me pareció provechoso para abordar el tema que quiero tratar con ocasión del ya cercano 14 de febrero, “Día del Amor y la Amistad”. Tradicionalmente se enfoca al noviazgo, pero considero importante también encuadrarlo dentro del matrimonio.

¿Por qué? Porque esa unión del marido y la esposa es para siempre. Me encanta observar esas grandes fotografías, normalmente colocadas en una pared, en la que están los abuelos ya mayores, los hijos, los muchos nietos y algunos bisnietos.

Cuando les pregunto a los abuelos por los nombres de los hijos y las hijas me responden con orgullo que cada uno tiene una profesión, algunos son Ingenieros, oros médicos, otros administradores, otras dentistas o abogadas. Y entre los nietos hay quienes tienen bien determinada la carrera universitaria que quieren cursar.

Después, con toda naturalidad se orienta la conversación hacia el inicio de su matrimonio. Desde los apuros económicos que tuvieron que pasar para sostener a una familia numerosa, luego comprar una casa propia o aquel primer coche que tuvieron. La infinidad de anécdotas divertidas que han ocurrido a lo largo de 50 o 60 años de casados.

Es evidente que el mayor orgullo de los abuelos son sus propios hijos y nietos. Relatan con gusto los logros profesionales del hijo que es médico neurocirujano, la hija especializada en Endodoncia, o bien, que el administrador, con maestría en dirección de empresas, consiguió un importante trabajo directivo en un corporativo de Estados Unidos.

Y es hermoso ver cómo esos esposos se siguen tratando con cariño y afecto, como cuando eran novios, cuidando el uno para el otro, mil detalles de servicio y deferencia. No se han dejado llevar por la rutina, el cansancio o la monotonía con el paso de los años y cada nieto o bisnieto es una ocasión de enorme alegría.

Resulta un testimonio elocuente la anécdota que se cuenta del estadista y canciller de Alemania, Otto Von Bismark (1815-1898) y una de las figuras clave de las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX.

Bismarck estaba casado con una mujer procedente de un modesto pueblo de Alemania y ella no pertenecía a la aristocracia.

Bismarck viajaba con mucha frecuencia y se entrevistaba con importantes personalidades, de ambos sexos, del mundo de la política, de la realeza, de la diplomacia, de la cultura…

En muchas ocasiones, ella no podía acompañarle en esos viajes. Un día le externó, por carta, un temor que tenía:

“ – ¿No te olvidarás de mí que soy una provincianita, en medio de tus princesas y embajadoras?”

Él respondió de modo contundente:

 “ – Olvidas que me he desposado contigo para amarte?”

Es decir, Bismarck le dijo que se había casado con ella no porque la amaba cuando eran novios o de recién casados, sino que le comunicó lo que pensaba sobre esa unión matrimonial, en el tiempo presente y mirando hacia el futuro: “me he casado contigo para amarte por siempre”.

El amor debe ser una decisión para toda la vida. Al formar un hogar y una familia se consolida una comunidad de vida en la que los esposos se comunican los anhelos, las ilusiones, los ideales; en definitiva, la totalidad del ser y la existencia.

No caben las desconfianzas ni los recelos. Tampoco se deben dar cabida a los resentimientos ni rencores. Todo ser humano tiene defectos y equivocaciones. Uno de los cónyuges puede pasar por un mal rato en su carácter o un estado de ánimo menos amable. Pero se impone siempre la inmensa capacidad de perdonar, comprender y disculpar, si surgieran esos naturales roces que genera toda convivencia.

La fidelidad de los cónyuges es lo que más los llena de alegría, lo mismo que los hijos y los nietos. Paladean todos esos años que vivieron juntos, desde que se conocieron. Luego cuando se pusieron de novios e iban a fiestas y bailes.

La vida misma les enseñó a apreciar otras realidades que habitualmente no aparecen en los anuncios publicitarios. Por ejemplo, que la felicidad está en cuidar los pequeños detalles de afecto, en las manifestaciones de cariño cotidiano, en procurar la paz y armonía en el hogar, en tener un mismo corazón y un mismo espíritu para sacar adelante a la familia y juntos compartir alegrías y tristezas. Porque los esposos están llamados a sumar sus capacidades, ayudarse en sus limitaciones y armonizar sus esfuerzos.

Es en los momentos difíciles cuando se consolida y acrisola ese amor conyugal. Es entonces cuando se arraigan en los corazones la entrega mutua y el cariño, porque el verdadero amor no busca su propio provecho de manera egoísta, sino que se orienta siempre al bien de la persona amada. Como escribía el literato francés, Antoine de Saint-Exupéry: “Amar es mirar juntos en la misma dirección”.

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