La amistad es el mayor bien humano. Vale más que el poder, las riquezas, la ciencia o los honores. La amistad es el aprecio que se le tiene a otra persona, en razón de ella misma; implica un auténtico interés y afecto, sin esperar recibir a cambio ningún beneficio material. Consiste en la firme voluntad de querer y procurar el bien del amigo o de la amiga. Para ello, es necesario prioritariamente ser realmente amigo, interesarse verdaderamente por él.
Dice el libro del Eclesiástico: “Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. El amigo fiel no tiene precio” (6, 14-15).
Pero, a veces, se confunde la amistad con la simple y superficial camaradería con los compañeros de estudios o del trabajo. Pero la auténtica amistad es algo muy distinto y profundo. Es compartir intereses comunes; es coincidir en aficiones y gustos y, entonces, se buscan ocasiones para conversar, cambiar puntos de vista, intercambiar libros, artículos, ensayos; es asistir juntos -acompañados de sus familias- a un concierto musical, al cine, a una exposición pictórica, a una excursión al campo o a la playa, a practicar algún deporte, etc.
Otras veces tiene sentido de complementariedad. Es decir, un apasionado por la ecología, la astronomía o por la historia, puede transmitir de tal modo su afición, que mueve también a interesarnos y termina por agradarnos aquel hobbie suyo.
Recuerdo que a un amigo mío, Ricardo, le gustaba una antigua canción del cantautor Roberto Carlos, cuya letra decía: “Quisiera tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”. En efecto, la amistad enaltece a la personalidad y, entre más verdaderos amigos se tengan, más oportunidades se tiene de crecer como personas.
Además, teniendo muchos potenciales amigos, permite seleccionar a los mejores, a los que más nos puedan enriquecer humana y espiritualmente. Los factores que influyen en la consolidación de las amistades son: la afinidad de caracteresr, el ejercer la misma profesión u oficio, el asistir a la misma institución educativa, salón de clases o equipo deportivo… Con frecuencia, de allí surgen amigos para toda la vida.
Las verdaderas amistades permanecen a pesar de las dificultades y se consolidan con el tiempo. Pero para lograr esto hay que saber comprender al amigo; compenetrarnos de sus alegrías y tristezas, de sus éxitos y fracasos, de sus preocupaciones e ideales; saber perdonarlo de todo corazón, si se han producido los lógicos roces de toda convivencia.
Para ello es importante ponerse siempre en el lugar del otro, “sentir” con el otro; alegrarnos si se alegra; consolarlo si sufre; estar solícitos si necesita de nuestra ayuda material o espiritual. El auténtico aprecio es el fundamento de la compresión y se fortalece con la capacidad de escuchar y atender a nuestro amigo. Luego entonces, la amistad implica identificarse plenamente con el amigo y manifestar un sincero interés por él. ¿Por qué razón? Porque lo que le acontece al amigo nos concierne también a nosotros.
El genio de la Filosofía en la antigüedad, Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, sostiene que “la amistad es una de las necesidades más apremiantes de la vida; nadie aceptaría la existencia sin amigos, aún cuando poseyera todos los demás bienes. (…) Todo el mundo está de acuerdo en que los amigos son el único asilo donde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses de todo género”.
Concluyo citando unas palabras del célebre escritor Sem Tob, en sus célebres Proverbios Morales, quien afirma que “No hay mejor riqueza que la buena amistad, ni peor pobreza que la soledad”.
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