Entre la razón y la locura

“Como el hierro afila el hierro, un amigo afila el semblante de otro amigo” (Proverbios 27:17)

En 1864 William Chester Minor participó como médico militar en la trágica y sangrienta “Batalla de la Espesura”, durante la Guerra de Secesión en EEUU. Ello afectaría la vida de William, ingresando en un manicomio. Después se mudaría a un barrio de Londres donde cometería un crimen que lo llevo al encierro para enfermos mentales, cerca de Oxford. Por otro lado, en 1878, James Murray, lexicógrafo nacido en Escocia, fue invitado por la Sociedad Filológica y la Prensa de la Universidad de Oxford para participar como editor en el proyecto más ambicioso: el nuevo diccionario de la lengua inglesa. Estando en el encierro, William Minor sería el colaborador más productivo del proyecto de James Murray. Fue el inicio de una amistad duradera hasta la muerte de Murray en 1915.

La película “Entre la razón y la locura” protagonizada por Mel Gibson (James Murray) y Sean Penn (William Minor) se basa en la novela The Surgeon of Crowthorne, de Simon Wichester. En esta adaptación podemos hallar cultura, historia y una lección de vida.

El primer acierto es mostrar el arduo trabajo que implica la labor de ordenar el mundo de las palabras. Se menciona algo muy cierto: “Es una guerra sobre la difusión del lenguaje, no una con balas y bayonetas, sino con una influencia y apariencia”. En efecto, más allá de una guerra comercial o bélica, existe la colonización mediante el lenguaje; se logra introducir a otras naciones no solo palabras aisladas, sino también modificar paulatinamente el modo en que nos dirigimos a los demás, las conversaciones que tenemos, se impone el uso comercial de tal o cual idioma y por tanto, los acuerdos y leyes internacionales que los rigen.

En lo que se refiere a nosotros los hispanohablantes, si fuéramos más conscientes de que existe una relación entre idioma e identidad, nos abstendríamos de despedazar el nuestro a cada oportunidad: evitando el uso del llamado lenguaje “inclusivo” (propio de los simios); evitando las abreviaciones innecesarias sustituyendo letras; evitando el uso de anglicismos; evitando el uso de otra degeneración del idioma como el spanglish; dando a nuestros hijos nombres castellanos y cristianos en lugar de nombres anglosajones. Todo lo anterior, aunque pareciera una nimiedad, nos ayudará a conservar nuestra identidad y cultura.

El segundo acierto y el más importante de la película es tocar el tema de la amistad, el perdón y la redención juntos. William, al haber cometido asesinato queda marcado para siempre, sabe que ha hecho mal y que debe pagar por ello. Sin embargo, con el paso del tiempo la viuda le perdona y le escribe unas simples palabras: “Si hay amor… ¿entonces qué?”. William sigue odiándose a sí mismo y en su desesperación llega a considerarse indigno de perdón, alguien que no merece ser amado jamás; por tanto responde: “No hay oportunidad de redención”. La viuda acota por última vez: “Si hay amor… entonces ama”. Palabras que significaban el perdón concedido a William desde lo profundo de su corazón.

Llega el punto en que el espectador podrá diferenciar una amistad real de una amistad pasajera o superficial: James acude en su ayuda obteniendo solo el rechazo de William; no obstante se dirige a autoridades de alto rango para interceder por la vida de su amigo y como él mismo lo expone: “Estoy aquí parado frente a usted para una sola, complicada, dolorida y muy amarga; pero una vida aún así. Por lo tanto merecedora, digna y preciosa. Si usted piensa como yo deseo que piense, que cada vida individual merece una oportunidad, por favor, escuche lo que vengo a decir”. Obtiene la “expulsión” de William a su país natal, suficiente para salvarle de su autodestrucción y confinamiento.

Una traición, un asesinato o un acto violento es capaz de arrastrar al ofensor hasta el odio de sí mismo, creyéndose indigno de perdón y de la misericordia de Dios; puede arrastrar al ofendido a la amargura, al orgullo y al odio hacia quien le ofendió; y a ambos a la perdición y destrucción de sus almas. No se trata solamente de los errores que cometemos, de las ofensas que recibimos o infligimos, sino de lo que hacemos después de ello; es lo que en definitiva decide el futuro de una persona, tanto en lo material como en lo espiritual.

Lo maravilloso de la misericordia de Dios (cuando uno se arrepiente) es que nos permite volver a empezar, incluso mucho tiempo después del dolor padecido por nuestros yerros. Cambiar el rumbo de nuestra vida es de las cosas más difíciles porque es un trabajo diario y arduo, caer y levantarse continuamente; significa morir a uno mismo para que Dios gobierne.

En la vida cotidiana encontrar a otros que nos acercan a Dios en este duro camino, es una de las bendiciones más grandes que alguien pueda imaginar. A través de otros Dios nos recuerda que no estamos solos y que siempre se puede empezar de nuevo. Su promesa es una dulce realidad cuando nos sometemos a su suave yugo: «Yo hago nuevas todas las cosas…» (Apocalipsis 21,5)

Maravillosa película, por demás recomendable y que no debe faltar en su vídeoteca familiar.

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