¿Equidad o armonía? La falacia de la ideología de género

No cabe duda que nos encontramos en una era que tanto hombres como mujeres no encuentran su verdadera identidad. La verdadera esencia de su ser ha sido empañada por innumerables ideologías y revoluciones que a pesar de su inicial legitimidad, han sobrepasado el propósito original y han dejado a la deriva a muchas personas de este siglo. En realidad, la mujer no ha logrado esa libertad anhelada, se ha perdido en la historia, ha dejado de ser ella misma y lo que se busca para que la mujer sea, es que adquiera el liderazgo transformador de la sociedad que le corresponde, y lo haga siendo plenamente protagonista de su propio destino.

Para ello es necesario alcanzar las condiciones sociales y culturales adecuadas para que logre integrar sus valores esencialmente femeninos como madre, esposa y educadora, con la misión específica que tiene en el mundo social, político y económico.

Nadie como la mujer puede transmitir la riqueza de la cultura y formar las nuevas generaciones en las tradiciones que dan seguridad y cohesión a las sociedades y son clave de su buen desempeño en el transitar de las naciones. La mujer sólo logrará su realización siendo ella misma y afirmando sus valores femeninos, por el contrario, el radicalismo femenino que se transformó en tal a partir de una lucha legítima del siglo pasado, ha dado como resultado que la mujer no logre estos deseos. Puesto que la mujer debe de alcanzar su igualdad en dignidad, reconociendo sus diferencias en su identidad masculina y femenina, sin embargo, nos han dicho que debemos de ser iguales que los varones y esto es lo que nos ha abandonado en el mar de los idealismos.

Nunca lograremos nuestra propia realización si no alcanzamos nosotras mismas la complementariedad con el hombre. Si no nos sentimos orgullosas de ser mujeres y de asumir nuestro rol como tal. Por ello, es prioritario conciliar trabajo y familia. No podemos hacer a un lado a la familia para dar prioridad al trabajo, debe de haber integridad. Debemos de sentirnos felices de asumir el papel de trasmisoras de códigos de conducta; civilizar antes que producir. Pero sé que es difícil porque vivimos contracorriente, en un mundo que nos dice que ser “ama de casa” es hacer nada, que formar seres humanos es perder el tiempo, que la verdadera productividad es cuando demuestras que ganas mucho dinero y que tienes un gran puesto de poder; político o empresarial.

La mujer en realidad debe de ser sujeto de cambio social, en lugar de competir con los puestos de los hombres en el campo profesional, político y social, por el contrario las mujeres debe de complementarse con los varones. Construir juntos la sociedad aportando cada uno la riqueza de su identidad, masculina y femenina. Es el único camino para que cada uno alcance su plena realización.

En la equidad de género, debemos dejar de ver al hombre como el adversario y por el contrario en conjunto trabajar por el bien común. En este sentido, me detengo para decir que no podemos hablar de equidad ni de equilibrio, porque en la humanidad no podemos hacer las cosas 50 y 50, eso en realidad es inalcanzable. ¿Qué acaso cuando parimos a nuestros hijos nos dividimos el trabajo de parto de forma equilibrada? ¡Claro que no! De igual forma cuando estamos lactando, cuidando y criando a los hijos, no aportamos el mismo ingreso monetario que nuestra pareja. Entonces, lo que hay que buscar es armonía, más que equidad. Más que “cuotas de género” que son irrisorias, buscar que quienes procuren el bienestar común sean personas capaces, más que buscar que sean varón o mujer.

Tanto el hombre como la mujer están llamados a llevar a plenitud al mundo, de forma complementaria, poniendo a su servicio la riqueza de lo masculino y lo femenino. El mundo no puede regirse únicamente siguiendo un modelo masculino, pero tampoco exclusivamente femenino. Es esencial que cada uno aporte al mundo lo mejor de sí mismos y tengan ambos la posibilidad de trabajar cada uno según su propia identidad.

Finalmente, es importante enfatizar que la mujer se va a realizar siendo ella misma; si logra integrar su ser de esposa, madre y educadora con la conquista de la posición que le compete en la sociedad, superando cualquier situación que obstaculice su misión dentro de la familia. Esto no quita que siga luchando por superar todo aquello que frene, con discriminaciones injustificadas, su proyección profesional y social, sino que hará que viva con una libertad real.

La sociedad entera tendrá asegurado el futuro de su progreso humano integral cuando apoye esta labor subordinando a ella la organización de la vida profesional. Esto se dará en la medida en que no se conciba al ser humano como un simple productor de bienes materiales sino como un constructor, desde dentro, de una sociedad cada vez más humana.

Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

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