¿Dónde están las raíces de los errores humanos?

Cuando escribí la novela “Vencedores” (en coautoría con el Psiquiatra Dr. Ernesto Bolio), acerca de los trastornos emocionales de nuestro tiempo, tuve oportunidad de entrevistar a muchas personas (mujeres y hombres) con problemas de alcoholismo, drogadicción, agresividad permanente, anorexia, bulimia, codependencias, adictos al sexo, etc.

Me percaté que buena parte de las conductas anormales tenían sus antecedentes en familias disfuncionales (divididas, rotas o con violencia intrafamiliar) pero también, en muchos otros casos, me di cuenta que esas actitudes tenían sus raíces en la ignorancia, en la falta de formación en principios y valores sólidos.

Recuerdo el caso de un joven de 22 años, Ignacio (seudónimo) que comenzó fumando marihuana, luego se hizo adicto a la cocaína y tuvo un serial de alocadas aventuras amorosas.

Un día, después de haber recibido, por largos meses, un  tratamiento de psicoterapia, me comentó:

-Lo que más me preocupaba de mi vida es que frecuentemente perdía el control. No sé por qué hacía todas esas cosas de las que ahora estoy muy arrepentido. En parte, fue por imitación de lo que hacían algunos amigos, pero en buena medida se debió a que mi vida no tenía ningún sentido. Dejé de practicar mi religión. Olvidé a Dios, a mi moral cristiana, a mis valores… ¡y mi vida, como un tren fuera de su vía, se descarriló!

Me acordé de esta anécdota con ocasión que el Papa Benedicto XVI ha proclamado, este año y buena parte del próximo, como el “Año de la Fe”. También en fecha  reciente el Santo Padre  convocó a  un Sínodo con numerosos Obispos en Roma.

Entre otras muchas conclusiones, el Romano Pontífice nos invitaba a ahondar en el contenido del Credo. Y, por lo tanto, a estudiar con constancia el “Catecismo” y el “Compendio de la Iglesia Católica”.

Y el Papa afirma que la luz para nuestra vida cotidiana la encontramos en el Símbolo de la  fe o Credo. Y externa su anhelo de que el contenido de la Profesión de la fe tenga estrecha congruencia  con nuestra vida y acciones diarias, ‘con nuestra cotidianeidad’, dice (cfr. Discurso en la audiencia general, 17-X-12).

¡Hay tantas ideas maravillosas que se descubren cuando leemos con calma el “Catecismo de la Iglesia”! Veamos por ejemplo, en el apartado de Teología Moral, titulado “La Vida en Cristo” en el que se comienza exponiendo la dignidad de la persona humana,  que la mujer y el hombre están hechos a imagen y semejanza de Dios, para después ir repasando, uno a uno, los Diez Mandamientos.

Llama poderosamente la atención el tono positivo, bien matizado, constructivo y la concatenación lógica de toda la estructura de este importante texto.

Por ejemplo, en la pregunta número 474 del “Compendio del Catecismo”, se pregunta:

“¿Qué deberes tenemos hacia nuestro cuerpo?”

Y la respuesta que brinda es la siguiente:

“Debemos de tener un razonable cuidado de la salud física, la propia y la de los demás, evitando siempre el culto al cuerpo y toda suerte de excesos. Ha de evitarse, además, el uso de estupefacientes, que causan gravísimos daños a la salud y a la vida humana, y también el abuso de los alimentos, del alcohol, del  tabaco y de los medicamentos”.

Es decir, el contenido de nuestra fe está orientado al  bien del ser humano en su integridad física y psíquica. No es verdad que haya un divorcio entre fe y razón, entre la ciencia y la religión.

Sino que, más bien, observamos que los principios emanados de Magisterio de la Iglesia, del Catecismo y de la Moral están orientados a la felicidad de todos los hombres

Sus consejos que parten de argumentos de razón, de la lógica en bien del hombre mismo y considerando una realidad fundamental: el ser humano está conformado de materia y espíritu.

Cuando las mujeres y los hombres de nuestro tiempo pretenden romper esos principios que van contra su propia naturaleza viene esa pérdida de sentido, esos graves trastornos en muchas vidas, como mencionaba al inicio, que se vuelve a adquirir cuando se retoma el sentido trascendente de la existencia humana y se actúa en consecuencia.

 

Deja una respuesta