«Quien tiene un por qué para vivir,
podrá soportar cualquier cómo».
Friedich Nietzche
A mi parecer, muchos de nosotros hemos pasado por momentos en que el vacío existencial se hace presente. Y hace acto de presencia no porque estemos pasando por momentos de tristeza o por alguna dificultad, sino que simplemente, cierto día, empezamos a sentir cierto hueco en nuestro interior, que en primera instancia no comprendíamos qué es lo que era, pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta que era eso que llaman «vacío existencial» y que hoy parece un mal que muchos padecen. «¿De dónde y por qué surge?», pensaremos, pero, seguramente, en un primer momento, no encontraremos las respuestas que estamos buscando.
¿Vacío existencial? ¡¿Pero por qué?! Si hoy habitamos una sociedad, a la que han bautizado como posmoderna, que nos ofrece un amplio margen de bienestar, de placer, de la felicidad de aquella tierra prometida perdida en los orígenes de la historia, de confort, de pocas o nulas represiones… ¿Por qué? ¿No acaso tenemos todo lo que «necesitamos»
Replantearé mi pregunta, ¿tenemos todo lo que necesitamos?
«Lo esencial es invisible a los ojos».
Antonie de Saint-Exupéry
Durante muchos siglos, filósofos, biólogos, investigadores, antropólogos, teóricos, libre pensadores, psicólogos, pedagogos, médicos, o cualquier entusiasta de las ideas «locas y extravagantes», se han dado a la tarea de reflexionar, plantear y replantear quién es el ser humano. Definiciones hay de todo tipo: «animal racional», «un ser, simplemente, mucho más complejo», «hijo de Dios», «criatura doméstica», «fruto de la evolución», «mecanismo autómata», «alma apresada en el cuerpo», «espíritu encarnado», y un sinfín más. ¿Cuál le gusta? Elija el que más le apetezca, pero elija bien. ¿Por qué? Porque de la definición de quién – no qué – es el ser humano, se erigirá toda una cosmovisión.
Partamos de esta primera diferenciación. ¿El ser humano es un qué o es un quién? Cuando suelo pedirle a alguien alguna cosa, como por ejemplo, el salero, si esta no me escucha adecuadamente, me preguntará, sin lugar a dudas «¿qué cosa?». Por otro lado, si le pido a esta misma persona que hable a equis o ye persona, y resulta que tampoco me escucha (¿no estará un poco sorda?), me preguntará «¿a quién?». La cotidianidad ha marcado una clara diferencia entre las cosas con el «qué» y el «quién», es decir, el ser humano, podemos afirmar, que no es un «qué», una cosa, sino que es un «quién», un alguien.
¿Pero qué significa ser un alguien? Primero, primero, significa que una cosa no eres, es decir, que hay algo distinto a ti, una persona, a una piedra. ¿Pero qué es lo que es distinto? Tanto la piedra – o cualquier otra cosa – está conformada por materia, al igual que el ser humano, sin embargo, no somos iguales, ¿o sí? ¿Será acaso que sólo somos más complejos? ¿O con un proceso de combustión más sofisticado? ¿Una casualidad del universo? ¿Una sofisticada evolución? A mí me atrae la postura de «El principito», quien, quizás sin pretenderlo, nos legó una visión sobre la vida, y claro, sobre el ser humano: en realidad, en el ser humano, «lo esencial es invisible a los ojos». Pueden llamarlo como gusten, aquí no hay problema, pero existe ese «esencial» que marca una diferencia abismal entre un «qué» y un «quién».
¡Muy interesante, muy interesante! Pero, ¿a qué viene todo esto con el vacío existencial? Ya les decía que dependiendo de la visión que tengamos sobre el ser humano, es que podemos comprender más o menos cosas. Como seres materiales, es lógico que necesitemos cosas materiales para satisfacernos, como comer, dormir, vestido, etcétera. El problema, creo que yo, que actualmente se tiene, es que el mundo se ha quedado reducido a satisfacer «insatisfactoriamente» las necesidades materiales. Desgraciadamente, con una visión como tal, el consumismo también se ha hecho presente e infinidad de personas persiguen obstinadamente la felicidad en lo material. Y, a pesar de ello, ¡tanto vacío existencial!
¿¡Hasta cuándo nos daremos cuenta de la certeza de la máxima de «El principito»!? Digo, cada vez más y más el vacío existencial deja huecos muchos corazones, y siguen los intentos de llenarlo con hedonismo, placer, adicciones, y más. Si tenemos presente a ese «invisible», nos podríamos enfocar a que justamente aquello que necesitamos para colmar ese espacio vacío es algo que dé sentido a nuestras vidas.
La terapia centrada en el sentido, la logoterapia, ha afirmado incesantemente la importancia de contar con un para qué, con un sentido de vida, con razones y motivos para llenar esos huecos que se generan, desgraciadamente, cada vez más en las personas. Nos invitan, por medio de tres vías, tres caminos: valores creativos, valores experienciales y valores actitudinales. Cada uno de ellos nos mostrará una luz importante, ¡súmamente importante!, que nos guiará por un sendero, pocas veces recorrido, fatigoso, pero satisfactorio.
Pero hoy, hoy quiero reflexionar sobre un aspecto muy importante en todo ser humano: los demás. ¿Quiénes son los demás? Quien tú quieras: tus padres, tus hermanos, tu pareja, el prójimo, los pobres, tus estudiantes, tus compañeros, ¡vamos!, todo aquel que te rodea. El ser humano es un ser social por antonomasia. Nacemos entre otros, crecemos con otros, vivimos, somos felices, pasamos tristezas, al lado de otros. En fin, nos configuramos gracias a los otros.
Precisamente, en una economía que vanagloria las individualidades, los triunfos personales, donde se exalta la «irreal» independencia (díganme, ¿habrá alguien sobre este planeta tierra que sea realmente independiente?), donde la familia es un obstáculo para el crecimiento personal, ¡y ni hablar de los hijos! Donde se aspira a ese triunfo pasando por encima de los demás. Hemos permitido que al ser humano, a la persona, se le arrebate del mejor medio de realización, de sentido.
Desde esta postura, explicaré que para llenar verdaderamente el sentido de vida de una persona habrá que pasar del «para qué» al «para quién». Es verdad, no siempre se puede contar con las personas, sin embargo, son las personas las que dan mayor sentido. Como reflexionamos hace un rato, si las personas no son un «qué», el sentido, el verdadero sentido pleno, es un «quién», porque es en el encuentro verdadero con una persona donde realmente me encuentro a mí mismo, donde realmente puedo descubrir mis más apagadas capacidades, donde puedo trascender y superarme.
Imaginemos a una persona que afirma que su vida carece de sentido, que no hay nada que le produzca felicidad, que no hay más razones para seguir, pero al poco tiempo se entera que está embarazada. Quizás no inmediatamente, muy probablemente el cambio sea lento, pero una luz de esperanza se empezó a sentir débilmente, pero luz al fin. Una existencia adquiere significado al tiempo que encuentro el «para quién».
Un significado en la vida la podemos encontrar, y seguramente la hallaremos constantemente; pero, la experiencia, hasta ahora adquirida, me ha enseñado que si ese significado tiene «nombre y apellido» adquiere una fortaleza sumamente inimaginable.
Es una tristeza que el ser humano se esté desvinculando, cuando lo que más necesita es, justo ese vínculo «que es invisible a los ojos», esa unión que lo une a los demás, una pertenencia, un reconocimiento de su existencia.
Insisto y cuestiono, ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo que se afirme que el ser humano es únicamente material? O, ¿hasta qué momento dejaremos que los vínculos que nos unen se sigan arrancando? ¿Hasta que el vacío existencial se apodere de una cantidad ingente de personas? El ser humano necesita descubrir su sentido de vida, necesita un «para qué»; pero más que un para qué, necesita un «para quién». Sólo el amor puede llenar en plenitud.
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