En un sociedad es imprescindible que haya límites. Por más trillado que esto pueda sonar, la frustración es inevitable en la vida de los seres humanos, y por ello los límites ayudarán a las personas a saber enfrentar dicha frustración. Las barreras son buenas, la autoridad es buena, frustrarse es bueno.
Resulta que mientras menos límites tiene la persona humana, más psicóticos nos volvemos. Más histéricos, y menos tolerantes. ¿Conoces a alguien con esta descripción? Piensa, simplemente sin juzgar a nadie, solamente recuerda a alguien desesperado constantemente, gritando, intolerante, frustrado. ¿Ya se te ocurrió?
Bueno pues vivimos una era límite, por más paradójico que esto pueda sonar, pero constantemente estamos al borde de las adicciones, al borde de caer en debilidades y esto la misma sociedad lo ha ido aceptando puesto que hoy por hoy la cultura de la comodidad es la que permea. Si nos frustramos es incómodo, por ello la frustración no va acorde con la moda del placer, de hacer lo que me convenga en el momento que me parezca. De hecho, el lema de “mientras no le haga daño a nadie” es parte de esa corriente que se encuentra carcomiendo a todos los que transitamos por este siglo.
Al respecto, la familia es un medio que limita y que a la vez es flexible, sin embargo depende del matrimonio que lleve el control de este hogar es cómo las libertades y límites se llevarán a cabo. Cuando un matrimonio decide separarse, romper con esa unión que los trajo a formar un nuevo hogar puede ser que ha olvidado el contrato matrimonial que los unió en primera instancia. Es decir, no el papel que firmaron, sino que al entrar en la etapa de enamoramiento, de ceguera total sus obligaciones y deberes no se hicieron conscientemente. Entonces cuando no se cumplen los términos que se suponía estipulaba el contrato, surgen muchas veces la desilusión, resentimiento, sensación de haber sido engañado y/o enojo.
Desde el primer momento no hubieron límites, se esperaba que todo fuera a ser como cada quien consideraba que sería al inicio de la relación, pero por el mismo egoísmo que nos caracteriza desde que nacemos y a parte con la vida que nos dice que “no debemos de sufrir”, ni frustrarnos ante nada, es más sencillo que cualquiera se desanime de un acuerdo y se salga con facilidad.
Algo que también suele suceder mucho, es que las expectativas no cumplen con lo esperado, es decir, creamos suposiciones que en realidad no eran verídicas. Vimos lo que queríamos y no fuimos fenomenológicos. No observamos los fenómenos tal cual eran, sino que más bien decidimos crear castillos en el aire que tarde que temprano se caerían. La fantasía muchas veces sobrepasa la realidad, y gracias a los medios de comunicación, a las historias de amor perfectas con música de fondo y velas encendidas nos hacen pensar que así será nuestra relación.
Medios de comunicación, falta de límites, baja tolerancia a la frustración, en una sociedad cómoda que busca el bien propio antes de lo que sea, son los principales factores que ocasionan que los matrimonios no duren y haya una familia desintegrada lo que ha dado lugar a llamarlas “Nuevos modelos de familia” cuando en realidad son esa misma familia, pero mutilada. Le falta una parte, es una excepción, carece de un actor fundamental para su integración pero sigue siendo familia.
¿Qué hacer entonces ante esta realidad? ¿Cómo prepararnos para un matrimonio para siempre? Bueno, claro que no existen ingredientes mágicos, y siempre es esencial que nos dispongamos a ceder y a cambiar, en una relación entre individuos es elemental que sepamos respetar, pero sobre todo pensar en el otro antes que en uno mismo para que lo demás se dé por añadidura.
Primero que nada hay que verbalizar el contrato matrimonial, es decir, estar consciente de las expectativas que cada uno tiene del otro. Evitando la vergüenza a decir las cosas como son y sobre todo a ser honesto y quitarse las máscaras que mucho distorsionan las uniones conyugales.
Segundo, es importante que sepamos separar lo que vivimos en nuestra propia familia nuclear antes de casarnos, o sea que estemos consientes de que cada quien ya trae materializada su educación pero de forma inconclusa y que lo vamos a fusionar con nuestra pareja. Sepamos que si no tuvimos límites, que si tuvimos una familia mutilada por alguna separación, el otro es mi nuevo complemento y es entonces cuando podemos concluir esa materialización que no se cierra cuando dejamos a nuestra familia inicial.
Tercero y muy importante, ser cómplices en el matrimonio protege la relación, crecer juntos, aceptarse con el pasado de cada quien y saber vivir el presente. Comunicarse y nunca callarse nada, a menos de que sea un secreto que no dañe a la relación (porque todos tenemos derecho a tener secretos, pero sin afectar a nuestra pareja). Ser tolerantes y sobre todo ceder.
Y finalmente, aunque no aplicaría como cuarto consejo, sino este es EL CONSEJO por antonomasia, es admirarse mutuamente siempre renovando el matrimonio, es decir, nunca ponerlo en automático, sino siempre dirigirlo de forma manual, consiente y constante.
Si hacemos lo anterior, estoy segura lograremos un matrimonio estable, coherente y sobre todo unido y perpetuo. Pero sobre todo, los hijos son quiénes lo agradecerán de sobremanera.
Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
Orientaciones Familiares escribe a contacto@informandoyformando.org
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