Verdadera consternación ha causado en Iberoamérica y en buena parte del mundo la muerte de este conocido e influyente dictador, al punto que las alabanzas y muestras de aprecio no dejan de sorprender, tomando en cuenta el verdadero legado del personaje.
Hay que decirlo claro: Fidel Castro ha sido uno de los peores dictadores de la historia, historia que si no resulta falseada, no lo absolverá. Con todo, las reacciones que ha generado su muerte al menos sirven para saber quién es quién en el actual tablero político.
En efecto, llama profundamente la atención que muchos que se dicen defensores de los derechos humanos a ultranza, no hayan ahorrado halagos y muestras de admiración por un tirano que ha violado sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos –haciendo retroceder a Cuba prácticamente al siglo XIX al sumirla en una pobreza paupérrima–, al punto que muchísimos han muerto ajusticiados por el régimen, han sido encarcelados o han preferido arriesgar su vida al límite para intentar huir de la isla.
Estas alabanzas no pueden ser más contradictorias, pues si de verdad se cree en los derechos humanos, se los defenderá donde sea y por lo mismo, se condenarán sus violaciones también donde sea: el compadrazgo aquí no tiene cabida. Mas lo anterior exige no solo creer de verdad en estos derechos, sino también que ellos sean una finalidad clave de la actividad política.
Por el contrario, si estos derechos son concebidos sólo como instrumentos para llegar al poder, como estrategia de lucha contra los adversarios y no como un verdadero límite a ese mismo poder que tanto se ansía, ello quiere decir que estos derechos se invocan no en virtud de sí mismos, sino de quién actúe a su respecto. De esta manera, serán siempre desconocidos flagrantemente por los enemigos, y respetados religiosamente por los camaradas.
En consecuencia, la muerte de Fidel Castro muestra claramente, a la luz de las reacciones de unos y otros, para quiénes los derechos humanos son realmente un fin y no un simple medio. Es por eso que para estos últimos, la figura de este dictador está más viva que nunca, y es a su modelo de sociedad a la que nos quieren llevar, por mucho que intenten disimularlo, pues en caso contrario, sus alabanzas no tendrían sentido.
Todo lo cual no sería tan grave si no fuera porque mirando la verdadera historia, el comunismo ha fracasado en todo el mundo y no ha traído más que pobreza, corrupción y una espantosa violencia. De ahí que resulte llamativo que a pesar de toda el agua que ha corrido bajo los puentes, aún persistan militantes de esta tendencia, pues si bien resulta claro que el capitalismo tiene sus problemas, el comunismo ha demostrado ser una vía muerta.
Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
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