El escritor inglés, Gilbert Keith Chesterton nació en Londres en 1874 y falleció en Beaconsfield (Reino Unido) en 1936. Fue periodista, poeta, novelista y ensayista. De joven fue agnóstico y simpatizaba con el espiritismo. Después se incorporó a la iglesia anglicana. Posteriormente, mantuvo constante correspondencia con el intelectual Maurice Baring y el Padre Ronald Knox. Después de un largo itinerario, terminó por convertirse a la Iglesia Católica en 1922, al igual que su esposa.
Su conversión causó un enorme revuelo en Inglaterra. Sufrió malos tratos y persecución por este hecho. Debido a ello escribió: “¿Por qué soy católico?” en la que demuestra, entre otros muchos temas, porqué la católica es la verdadera y que en la religión no hay una incompatibilidad entre fe y razón y menos fanatismo. Por ello escribía, con cierta ironía: “La iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, pero no la cabeza”.
Sus obras más conocidas son: “La Esfera y la Cruz”, “Ortodoxia”, “El Hombre Eterno”, “El Hombre que fue Jueves”, “El Hombre Vivo” (aborda la importancia de la fidelidad conyugal), el serial de novelas sobre el sacerdote y detective, “Padre Brown” (una especie de Sherlock Holmes), “El Napoleón de Notting Hill”, etc.
Chesterton poseía un imponente sentido común, “que es el menos común de los sentidos”, como afirmaba el intelectual francés, Reginald Garrigou-Lagrange. Y, además, a este autor inglés se le admira en todas sus obras por su chispeante alegría, gracia y sentido de humor. Afirmaba con seguridad que “la alegría es el gran secreto del cristianismo”. Chesterton era optimista por naturaleza y escribía con firme persuasión: “El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo”.
Era un sabio y un apologista nato, pero era consciente de que se podía equivocar y conservó siempre su sencillez y humildad. Dos anécdotas dan prueba de este hecho. Era un hombre bastante obeso y sabía reírse de sí mismo por esta realidad. Comentaba divertido que era el hombre más caballeroso de Gran Bretaña porque cuando se levantaba del autobús de pasajeros, dejaba dos lugares libres (y no sólo uno) para un par de señoras. Otra anécdota es que cada vez que daba una conferencia y con su masa corpulenta se sentaba en una mesa frente al micrófono, cuando se dirigía a su nutrido auditorio, solía afirmar -en tono jocoso- que, su obesidad no era sino el efecto de una distorsión del micrófono que tenía frente a él y que no le dieran mayor importancia.
Fue un gran promotor de la vida humana, de la adecuada educación de los hijos y de la familia. Afirmaba: “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es en una oficina ni en un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”.
Admiraba profundamente la naturaleza y todo lo creado por Dios. Se identificaba con los niños por asombrarse ante lo más elemental y sencillo: un amanecer, el fluir del agua en un río, el mar impetuoso, un cielo estrellado, la belleza de un bosque o de un jardín, el cantar de las aves… Por ello escribía: “La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta”.
Pero también era una persona extrovertida y amiguera. Todos los días frecuentaba a sus amigos e intelectuales en el típico “pub” (bar) inglés y ahí discutía y polemizaba sobre innumerables temas e intercambiaban sus respectivos escritos. Sabía divertirse sanamente y le gustaba la buena cerveza. Tal vez por eso afirmaba: “Beban porque son felices, pero nunca porque se consideren desgraciados”.
Fue un hombre que se adelantó a su tiempo y tuvo una visión profética sobre la familia y la situación política de Europa. Sostenía que si se destruyera la familia, se afectaría gravemente a la sociedad. Sobre el ateísmo, consideraba que “cuando se deja de creer en Dios, pronto se cree en cualquier cosa”. Por ello consideraba que era necesario mantenerse congruentes y firmes en la verdad.
Frente a las ideologías imperantes del Positivismo y el Liberalismo, sostuvo con soltura y agudeza que la inteligencia humana es un poderoso instrumento que las personas tenemos para debatir mediante argumentos convincentes y que la capacidad de razonar supera con creces todas esas visiones reduccionistas y distorsionadas de la realidad.
También fue un gran promotor de la democracia y de la libertad. Escribía: “No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución”. Aunque murió en 1936, profetizó la Segunda Guerra Mundial que estalló el primero de septiembre de 1939. Y veía en Adolfo Hitler -si las naciones no lo frenaban- a un dictador que llevaría al mundo a una conflagración internacional.
Lo sorprendente de este autor inglés es que sus obras se siguen reeditando y los jóvenes las buscan con particular interés. Considero que su gran secreto para argumentar ha consistido en respetar con amabilidad al contrincante y nunca perder la alegría y el sentido de humor. Esa afortunada mezcla de elementos ha hecho que Gilbert Keith Chesterton sea considerado un escritor inmortal.
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