«Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se mueven por deseo de paz, no por codicia y crueldad, para que sean frenados los malos y favorecidos los buenos». San Agustín de Hipona
Cuando vemos los estragos causados por dos guerras mundiales en el pasado siglo y lo fatal que resulto para Europa y su impacto en el mundo, nos inclina a tener cierta aversión o repudio a una guerra; es comprensible, nadie quiere ver a sufrir a otros, verlos heridos, nadie quiere ver desplazados o familias separadas. La clara impotencia y necesidad de justicia nos lleva a cuestionar ¿por qué nadie hace algo ante la injusticia? En efecto, ¿dónde estaba el mundo durante el Holodomor o el genocidio armenio? ¿quién levantaba la voz ante el genocidio congoleño o la hambruna de Bengala? Injusticias que debieron ser combatidas para frenarlas y librar a aquellas personas de tales horrores.
Sin embargo, para respaldar que no debemos hacer la guerra en absoluto, se refiere que Nuestro Señor Jesucristo predico el amor y la paz, mencionando pasajes bíblicos como «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 15, 9-17). No obstante, lo anterior no está en contradicción con la ley natural que proviene de Dios, Uno y Trino, ésta no se abole jamás con el nacimiento del Salvador, esta presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Debemos saber que toda guerra hecha con agravio es injusta y todo agravio es injusto. Tanto el agravio como la injuria son contrarios a la ley natural, cuyo origen se halla en la ley eterna, ésta última definida por Santo Tomás de Aquino como la razón o voluntad divina que manda conservar el orden natural y prohíbe alterarlo.
Cuando hay guerras injustas, significa también que hay guerras justas, las cuales son afines a la ley natural. Desde luego para que merezca el nombre de guerra justa debe cumplir con ciertas condiciones expresadas por el filósofo escolástico en la Suma Teológica:
*Autoridad legítima para hacer la guerra: que sea decretada por la autoridad, como un príncipe; en el caso actual sería la máxima autoridad del Estado. Así pues, la persona particular no tiene competencia para convocar a la colectividad.
*Recta intención de los contendientes: es el fin que se persigue, que debe ser encaminado a promover el bien y evitar el mal. A ello va ligado el uso de medios moderados que deben primar siempre en el desarrollo de la guerra justa, es decir, no hay vía libre para usar cualquier acción y obtener la victoria.
*Causa justa: rechazo de injurias; para dominar a los pueblos bárbaros y atraerlos a la verdadera fe; para someter a un gobierno heril a pueblos que nunca cambiarán sus costumbres pecaminosas.
En la guerra justa como en lo referente a la Doctrina Social de la Iglesia, nuestras opiniones y expectativas personales están por debajo; antes bien, debemos permitir que la Madre Iglesia ilumine nuestro intelecto y podamos diferenciar una guerra justa de una injusta. Atribuir el estado de paz y la no violencia a una verdadera civilización no es más que una deformación del Evangelio, ya que el mal y la injusticia han de combatirse mediante condiciones y causas justas a fin de restaurar el orden natural deseado por Dios…
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