¿Ha pasado algo en los últimos cinco siglos en Chile?

Los afanes refundacionales que la Convención Constitucional busca instaurar en nuestro país son tan profundos y desarraigados de la realidad, que parecen venir de un universo paralelo que pretende borrar de un plumazo toda la historia y las tradiciones que han moldeado la identidad que tenemos la gran mayoría de los chilenos. Y al obrar de este modo, están yendo precisamente contra aquello que prometieron representar: el auténtico Chile, del cual provendría la legitimidad de la nueva Carta Fundamental.

            Sin embargo, más que la imagen del verdadero Chile, el espíritu que parece impulsar a la desproporcionada mayoría que domina este organismo (y que tampoco representa al Chile real), es la de un revanchismo de los llamados “pueblos originarios”, como si no hubiera ocurrido nada en nuestro país –o no importara en absoluto– en los últimos 500 años.

            Por tanto, en varios aspectos, se trata de una Constitución indigenista que pretende retrotraernos hasta antes de la llegada de los españoles, poniendo entre paréntesis, casi pretendiendo negar su existencia, todo lo que nos ha ocurrido como nación –primero en formación como colonia y consolidada luego de la independencia– en medio milenio.

            No otra cosa explica el auténtico fastidio hacia las tradiciones republicanas que han formado nuestra idiosincrasia, sobre todo las que provienen de nuestra historia independiente. Desde el desprecio hacia nuestro himno nacional y los demás símbolos patrios (que no han modificado, pretendiendo que ello es una gran concesión hacia nosotros), hasta el nulo respeto por varias instituciones fundamentales de nuestra república (como el Senado o el Poder Judicial), o los derechos de quienes no pertenecen a esas etnias originarias, pero que han tenido tanta o más importancia que ellas en la formación de nuestro país.

            Pero además, cabría preguntarse cuántos de aquellos que pertenecen o dicen pertenecer a dichas etnias originarias están de acuerdo con lo que la Convención propone. Pues en muchísimos casos, ellos se sienten más chilenos que miembros de dichas etnias, aunque consideren esto último como un orgullo. Por tanto, ¿identifica realmente este afán refundacional-revanchista a quienes dice representar?

            Por otro lado, en muchos aspectos lo que ha primado ha sido la asesoría (cuando no conducción directa) de diversos organismos internacionales que poco o nada tienen que ver con nosotros. ¿Es esa la representación del “verdadero Chile”? ¿Hasta qué punto no se están copiando al pie de la letra fórmulas más que discutibles y de criticables resultados aplicadas en otras latitudes del continente? ¿No parece más una Constitución impuesta desde fuera?

Lo anterior, al margen del grave problema de representatividad (y a nuestro juicio, de legitimidad) de varios de los convencionales, algunos de los cuales ni siquiera lograron obtener mil votos, dado el sistema de elección empleado en su oportunidad. ¿Otorga un puñado de votos, a veces ridículo, la autoridad para proponer refundarlo todo desde cero y a partir de una óptica más que discutible?

            Pero se insiste en el primer punto: ¿es que de nada han valido los 500 años de historia que hemos tenido como chilenos? ¿Es que no han afectado en absoluto a quienes pretenden que no hemos tenido historia y parecen encapsulados en un pasado utópico e idealizado?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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