¡Deja de hablar, empieza a escuchar! Qué difícil puede ser para una mujer en especial callar y sobre todo cuando se dedica al mundo de la información. He dejado de escribir, con la idea de escuchar. Cada día se me ocurren, no una, sino varias ideas para redactar pero espero a que se pasen al cajón de los “pendientes”. ¿Por qué? A veces, en realidad la inspiración hace falta y el tiempo se hace ausente, pero es tal mi anhelo por compartir mis ideas y reflexiones que hoy me dispongo a hablar de la sangre que llama y del Absoluto que nos lleva a encontrarle sentido a nuestra existencia.
A finales del siglo XIX nació en México el hijo de mi bisabuelo, mi abuelo, quien por razones desconocidas y un tanto místicas, perdidas en el baúl de los recuerdos y en las generaciones de los silenciados, a pesar de ser alemán, nació Luis Diener Struck en la capital de nuestro país. Mi abuelo, creció en una familia de joyeros que venían del sur de Alemania a nuestro bello México, él creció como cualquier niño en las calles del Centro del D.F. y estudió unos años en La Deutsche Schule, Alexander von Humboldt. No obstante al poco tiempo, cuando apenas comenzaba a vivir lo que hoy experimenta un adolescente, mi abuelo Luis se fue a Alemania. Era principios del siglo pasado y la Primera Guerra Mundial se comenzaba a gestar. La Guerra de las Trincheras le llaman por haberse caracterizado de éstas y en ella, Luis participó y peleó por su país, a pesar de no haber nacido en esa tierra teutona. Cubierto hasta el cuello por agua durante meses estuvo luchando por una patria que no lo vio nacer.
Años después, cuando yo era una niña, descubrí en mi recámara una cruz de hierro que llamó mi atención y mi papá, Ricardo Diener Arrigunaga (1941-2004), me explicó que era una condecoración que mi abuelo había recibido por haber luchado por Alemania en la Primera Guerra Mundial. Me contaba que la versión original de dicha cruz, fue diseñada por el arquitecto alemán Friedrich Schinkel, quien recibió el encargo del rey Federico Guillermo III de Prusia. En un principio se concibió toda negra, pero se le añadió un filo de plata para que se destacara mejor en los uniformes. Fue creada el 10 de marzo de 1813 y entregada por primera vez el 13 de abril del mismo año a militares que combatieron contra las tropas de Napoleón I en la llamada Guerra de Liberación.
La Cruz de Hierro sólo es concedida en época de guerra. Además de ser repartida durante las guerras napoleónicas, fue concedida durante la Guerra Franco-prusiana de 1870, en la primera y segunda guerra mundial. Por esto último, existe la creencia generalizada de que se trata de una medalla de la Alemania Nazi. Lo que me lleva a pensar que el mundo se quedó precisamente en ¡la Segunda Guerra Mundial! No ve más atrás, no piensa en otra cosa más que en el lamentable y vergonzoso nazismo. Y peor aún, cree que Alemania es Hitler.
Como todos sabemos, recientemente vivimos los amantes del Soccer (el deporte más famoso del mundo) la Copa Mundial de Futbol. Todos los medios de comunicación tenían algo que ver con este divertidísimo acontecimiento y felizmente ganó la Mannschaft Alemana. Lo que me lleva a reflexionar que un simple deporte, unos juegos agotadores de más de 90 minutos, en donde más de 11 hombres se desgastan física y emocionalmente por su país, por su pasión, por dinero o por lo que ustedes quieran y manden, es el claro reflejo de lo que está viviendo su nación.
Dimos cuenta de que trabajar en equipo es esencial, y que no debe de haber un “diez” en una Selección, porque al haberlo, hay desequilibrio y todo radica en ese número. Algo que a su vez nos enseña que para ganar hay que ser humildes y no buscar los reflectores. La Selección Alemana lo demostró, aunque claro que dentro de la perfectibilidad que nos caracteriza a los seres humanos, siempre hay la excepción a la regla.
Alemania ganó por vez primera un Mundial siendo ya la Alemania Federal y totalmente unificada apenas ahora este año 2014, puesto que la última vez que se coronó fue en la final de Italia 90, cuando fue jugada por segunda vez consecutiva por Argentina y Alemania Federal, poco antes de su unificación con Alemania Democrática (3 de octubre de 1990). En esa ocasión como en esta, ganando los europeos por 1:0 con un controvertido penalti pitado por el árbitro uruguayo nacionalizado mexicano Edgardo Codesal y convertido en gol por Andreas Brehme en el minuto 86 del juego.
A Alemania y a mis antepasados los llevo en la sangre, a pesar de que los más jóvenes nacieron en tierras mexicanas, es un orgullo compartir que no han faltado al llamado de Germania en situaciones adversarias, no obstante, algo que aprendí siempre, a parte del amor teutón de mi padre por tener raíces germánicas y de hablar el idioma a la perfección, es de que México es el país que nos acogió con gran humildad y con los brazos abiertos. Somos unos mexicanos orgullosos de sus orígenes, coherentes con nuestra historia y aprendices de todo lo bueno que se pueda aprender tanto de uno como del otro país.
Conocer de dónde vienes es importante y a su vez imprescindible para saber hacia dónde vas. Esos alemanes que dieron patria a Alemania, y que se mezclaron enamorados de esas mexicanas que nos dieron vida, son los alemanes que nos enseñaron a amar la sangre y a agradecer las oportunidades. Me siento orgullosa de mis ancestros, y me siento feliz de ser mexicana, pero sobre todo de ser una mujer cristiana que busca vivir lo más apegada a las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, que si se ponen a pensar, preocuparse por el otro antes que de uno mismo, no viene de ningún país, sino de una doctrina y eso se aprende en la familia.
Nos leemos pronto para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
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