Diversos medios de comunicación, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, han estado divulgando de manera profusa, todo tipo de informaciones respecto de las recientes elecciones en ese país, que van desde quienes afirman que todo ha sido normal y ejemplar, a aquellos que señalan la existencia de diversas irregularidades, hasta los que directamente, hablan del mayor fraude electoral de su historia. Y, cual serie de suspenso, la trama sigue y sigue, con noticias sorprendentes casi a diario, en espera del vencimiento de los plazos prestablecidos, tanto para un cambio de gobierno, como para la prolongación del actual, igualmente con varios mecanismos de acción, según cuál sea el veredicto final. Con todo, hay que reconoce que como siempre, la realidad supera ampliamente a la ficción.
Sea como fuere, lo importante a nuestro juicio, es llegar hasta las últimas consecuencias de este verdadero melodrama político. No tanto para saber quién es el ganador (pues hasta donde sabemos, ningún organismo del país del norte ha declarado oficialmente vencedor a nadie, si bien se ha dado inicio al proceso de transición, pese a que las demandas continúan su curso y se ha dicho que se presentarán más), sino por la integridad misma del sistema democrático, no solo –nuevamente– de ese país, sino en el mundo entero.
Lo anterior no obedece a teorías conspirativas ni a nada que se le parezca, sino a la simple observación de los hechos: si se han realizado acusaciones tan serias respecto del proceso eleccionario vivido, con múltiples demandas presentadas (varias de las cuales han sido rechazadas, por cierto), todo esto hace que al menos caiga una sombra de duda sobre el particular. Y esto es justamente lo que de forma obligatoria debe aclararse, al margen de quién resulte ganador. Pues si en el país más poderoso del planeta, que posee una de las democracias más ejemplares e ininterrumpidas del mundo se plantea una situación semejante (hasta donde sabemos, de lejos la más seria de su historia), ¿qué queda para las democracias menos saludables? ¿Cómo evitar también tener sospechas a su respecto?
Porque en el fondo, estamos ante dos posibilidades: o esta pugna judicial de quienes alegan la existencia de un fraude en esta elección, ha sido llevada a cabo haciendo gala de una irresponsabilidad y temeridad sin precedentes (lo que debiera ser adecuadamente sancionado), o –peor aún– nos encontraríamos ante el mayor fraude político de la historia estadounidense, todo lo cual obligaría a revisar el funcionamiento de las elecciones no sólo en ese país, sino en el mundo entero.
Lo anterior, además, porque de acuerdo a los demandantes, en esta última situación se encontrarían también involucrados otros países, interesados en influir en las elecciones estadounidenses. Y si está poderosa nación puede eventualmente ser saboteada por potencias extranjeras, nuevamente resulta lícito preguntarse qué podría ocurrir con las democracias más jóvenes y débiles.
Es por eso que –se insiste–, no puede quedar ningún margen de duda sobre el particular. El futuro global de la democracia como institución y modo de vida de nuestro tiempo, y en el fondo, la legitimidad misma de la política a nivel global, exigen llegar hasta las últimas consecuencias en esta investigación.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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