Ilusos y conspiranoicos

Se ha hecho prácticamente universal calificar de “conspiranoico” a todo aquel que hable del surgimiento o del accionar de algún tipo de poder global con afanes más o menos totalitarios, relegando a quien se atreva a adentrarse en esas elucubraciones a una especie de ostracismo intelectual o incluso mirándolo con compasión, como si estuviera demente.

            Sin embargo, y resultando obvio que no todo lo que se diga a este respecto es cierto y que hay mucho de invención, un poco de reflexión hace que no resulte tan fácil despachar como locuras o inventos cualquier información que incursione en estas peligrosas aguas. Y no lo es, entre otras cosas, tanto por una razón teórica como por otra razón práctica.

            La razón teórica –lo hemos dicho en otras oportunidades–, consiste en que por su propia naturaleza, el poder es expansivo y tenderá a crecer mientras pueda, a menos que otro poder rival lo detenga. De este modo, tal como surgieron los Estados soberanos aproximadamente en el siglo XIV, este nuevo poder fue consolidándose con el tiempo, hasta llegar a los regímenes totalitarios pasados o actuales que tanto daño han causado a la humanidad. Y fiel a su irrenunciable vocación por crecer, este poder no tiene por qué contentarse con dominar un Estado si puede subir otro peldaño. Todo lo cual explica la creciente influencia que han adquirido sobre nuestros países, organizaciones internacionales de todo tipo, sea que actúen abierta o camufladamente. Mas lo innegable es que en la actualidad, las decisiones que nos afectan no proceden solo de nuestros gobiernos, sino también de estas instancias foráneas, sobre las cuales no existe ningún control.

            Por otro lado, la razón práctica es la misma historia de la humanidad: el fenómeno del poder ha sido un motor esencial de los acontecimientos que nos han afectado, tal vez el decidor. Sólo ello ha permitido el surgimiento y caída de polis, reinos, Estados e imperios, así como de las incontables guerras que nos han asolado en todo tiempo. El poder aparece por tanto como un inevitable telón de fondo, sin el cual el mundo actual no sería como es.

            Así entonces, combinando ambos razonamientos, el teórico y el práctico, parece absolutamente lógico que se aspire a lograr un poder internacional que domine al clásico poder de cada Estado, lo que se demuestra, según se ha dicho, por la creciente permeabilidad de los países a decisiones internacionales que se les imponen. De hecho, los mismos acuerdos que anualmente se toman en el Foro de Davos, Suiza (que se ha reunido hace pocos días), son una contundente prueba de ello.

            Por tanto, hay que andarse con más cuidado con los “conspiranoicos”, pues, aunque se insiste que no todo lo que brilla es oro, no cabe duda que existen poderes internacionales que luchan por consolidarse, lo que se prueba con el notable avance que han tenido en las últimas décadas. No verlo constituye así una notable insensatez.

            En realidad, aquí podrían perfectamente darse vuelta los papeles, pues ante tanta evidencia, quienes realmente debieran ser afectados con un ostracismo mental por ilusos (cosa que no hay que hacer, evidentemente, por razones mínimas de caridad), son quienes niegan de manera tajante todas y cada una de estas teorías “conspiranoicas”, pues los problemas no desaparecen o dejan de existir por el sólo hecho de que no estemos dispuestos a verlos o aceptarlos.

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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