La actualidad de la Encíclica Veritatis Splendor (El esplendor de la Verdad) de San Juan Pablo II

Una de las Encíclicas más brillantes por el esplendor de la verdad que encierra es justo la Veritatis Splendor, de San Juan Pablo II. Es una Encíclica muy luminosa que inicia afirmando el derecho de los fieles, es decir, de todos los bautizados a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad.

El tema central del documento, es el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia (n.4) que ha sido deformada por los mismos cristianos que rechazan la ley natural universal, inmutable e indispensable. Lo más triste es que este rechazo ha provocado que la unidad de la Iglesia sea herida no sólo por los que la rechazan sino por los que la falsean y los que ignoran las normas morales (n.26). Y es que, lo que dice San Juan Pablo II es que con la exaltación de la ciencia y de la técnica, los teólogos y muchos pastores no se dan cuenta de que algunas interpretaciones no son compatibles con la doctrina sana (n.29). Por eso San Juan Pablo II señala sobre todo a los Obispos, los principios necesarios para el discernimiento de lo que es contrario a la doctrina verdadera. (n.30).

Al tratar los temas de la verdad, de la ley moral y de la libertad, la Encíclica nos alerta de los errores que surgen de la crisis en torno a la verdad y al bien, y que afectan nuestra libertad. De hecho señala que hay ciertas “teologías” infectadas de subjetivismo que niegan la dependencia de la libertad respecto a la verdad (n.34) y provocan que cada individuo o grupo social pueda decidir sobre el bien y el mal (n.35) según sus circunstancias y sus situaciones. La Encíclica señala e insiste en el peligro de esas “teologías” que afirman que Dios únicamente nos exhorta a obrar bien, pero es el hombre el que crea las “normas” adecuadas a cada situación histórica concreta. Nos alerta de la falsa doctrina que afirma que los mandamientos y las leyes naturales sólo son orientaciones generales que no determinan la valoración moral de cada acto humano en sus situaciones concretas (n.37 y 47).

Para evitar esos errores, San Juan Pablo II promueve las cuestiones 90, 91 y 92 del libro I-II de la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino (n.44). Con lo que queda claro que no se trata de las opiniones de las mayorías, ni de situaciones concretas, ni de culturas, ni mucho menos de estadísticas comprobables. Existe una subordinación total de la libertad humana a la ley moral natural, que el mismo Dios ha establecido en la naturaleza humana para que el hombre alcance su felicidad (n.46).

Por eso es muy importante para nosotros saber que esa falsa doctrina que se llama Ética de situación ha sido enseñada y se enseña en algunos seminarios y universidades eclesiásticas o de inspiración cristiana, porque además está muy difundida en toda clase de centros de formación católica. San Juan Pablo II reafirma la universalidad y la inmutabilidad de la ley que considera la singularidad de los actos, sobre todo en lo que se refiere a la responsabilidad moral, pero en lo que se refiere a la bondad o maldad moral de un acto concreto, es muy claro en afirmar que es necesario comparar ese acto con la ley moral natural.

De hecho dice que el hombre descubre en su conciencia una ley que él no se ha dado a sí mismo y que no depende de sus conveniencias ni de sus situaciones por difíciles que sean. San Juan Pablo II es tan claro que en el número 56 afirma contundentemente que no se puede acudir a soluciones contrarias al Magisterio para resolver casos particulares. La verdadera doctrina indica que la ley ha de aplicarse a cada caso particular con carácter imperativo de modo que así se vincule la libertad con la verdad.

Pero además, es de sentido común para toda persona que busca sinceramente la verdad, el darse cuenta que, por ejemplo, respecto a una ley natural que impide que quitemos la vida a un inocente como es el caso de un embrión, podamos decir que en esta situación concreta, o por las intenciones o por las circunstancias, esa ley no es aplicable o tiene excepciones (n. 78). Porque no es difícil darse cuenta de que en ese momento cualquiera puede tener un sin número de razones para justificarse, con lo cual caeríamos en un relativismo craso.

San Juan Pablo II nos cuida tanto, que también nos alerta de otros dos errores que acaban en el relativismo, que son el consecuencialismo que consiste en valorar un acto por sus consecuencias y el proporcionalismo que consiste en valorar un acto por la proporción entre el acto y sus efectos. Estos dos casos caen también en el relativismo en el que a partir de las consecuencias y las proporciones, cada uno puede justificar el realizar un acto contrario a la ley moral natural. Por eso San Juan Pablo II ratifica la doctrina de que más allá de las intenciones, de las situaciones, de las proporciones y de las consecuencias, el acto humano es bueno o malo objetivamente. Es lo que se ha llamado en la Tradición católica, el objeto del acto. Matar a un embrión siempre será malo, intrínsecamente malo, como lo es el adulterio, la calumnia o la difamación independientemente de las intenciones, de las consecuencias, de las proporciones y de las situaciones en que se lleven a cabo dichos actos. Por eso la Encíclica insiste en que la relación entre la verdad y la libertad es fundamental porque el verdadero bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad (n.84).

La Encíclica de San Juan Pablo II es una verdadera joya porque es una vacuna perfecta contra el relativismo al afirmar que, incluso en las situaciones más difíciles, el hombre debe observar la norma moral aunque sea a costa del martirio (n.102). Pero además añade que la Iglesia, desde su mismo origen, está llamada a la evangelización siempre nueva, frente a la decadencia del sentido moral (n.106). Porque la Iglesia también tiene una propuesta moral (n.107) que consiste en una llamada y exhortación a la santidad tal y como María ha sido signo luminoso y ejemplo preclaro de la vida moral (n.120). San Juan Pablo II afirma muy claramente que los profesores de Filosofía Moral y de Teología Moral, deben exponer la doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio, sea en el campo del dogma como en el de la moral. (n.110).

Por todo esto es tan de agradecer esta Carta Encíclica de San Juan Pablo II, sobre todo en estos momentos de oscuridad, de confusión y de relativismo moral.

Manuel Ocampo Ponce
Universidad Panamericana
Guadalajara Jalisco, México.

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