Por diversos motivos, el gobierno ha dado suma urgencia al proyecto de ley de Acuerdo de Vida en Pareja (AVP), sin percibir que se trata de una materia tan compleja, delicada y crucial, que sin exagerar, puede considerarse de la mayor trascendencia para un país.
En efecto, la experiencia más elemental nos dice que por regla general, las personas no viven solas, sino en familia: padre y madre (o al menos uno de ellos) e hijo(s), sean biológicos o adoptivos, y en no pocas veces, algún otro pariente. No sólo eso: también, sabemos perfectamente que es en estas familias donde prácticamente todos nos formamos como personas, al punto que somos lo que somos gracias a ellas. La familia es la ONG más grande del mundo y además, resulta insustituible: ni el Estado, con todo su poder y recursos, podría ni de lejos realizar su labor.
Así, es fácil darse cuenta que cuando hablamos de familia, debemos tener una visión social (no socialista) de las cosas, o si se prefiere, no individualista. Ello, no sólo porque aquí se fraguan las personas –ni más ni menos, nosotros mismos–, sino además, porque en buena medida, la familia es la principal razón para existir de la gran mayoría de las personas, porque sólo en ella se generan esos vínculos tan fuertes y profundos que hacen que uno tenga un real sentido de pertenencia, estabilidad y proyección.
Es por eso que desde hace milenios, la ley ha protegido esta institución natural, estableciendo derechos y deberes recíprocos mediante la normativa matrimonial. Ello no impide que los que no quieran acogerse a ella puedan simplemente convivir; pero la entrada para cobijarse bajo esta normativa existe, y actualmente, pese a los enormes males que ha traído, el divorcio facilita esta opción. Lo importante es darse cuenta que lo que señale la ley respecto de la familia, influirá a la postre –y mucho– en la vida de todos nosotros.
Ahora bien, si se pretende generar una institución paralela al matrimonio (el AVP) que establezca sus mismos derechos; un nuevo estado civil (que es algo así como el papel o rol que tengo frente a los demás en la sociedad), en este caso, el de “conviviente”; y al mismo tiempo, exima a la pareja de los deberes propios del matrimonio (como el de fidelidad, ni más ni menos), ¿qué se pretende conseguir?
De hecho, al ser más fácil de romper que nuestro ya liberal divorcio, un sujeto podría pasar en pocos años por varios estados civiles (casado, divorciado, conviviente, ex conviviente), dejando un reguero de desconsuelo y confusión a su paso: personas heridas, hijos abandonados y quién sabe qué más.
Esto, sin perjuicio de ser el AVP la puerta de entrada para el futuro matrimonio entre personas del mismo sexo con adopción de menores incluida.
¿Vamos a dejar que algo tan importante se debata entre bambalinas, como si se tratara de una bagatela?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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