¡Qué importante es formar a los hijos en el carácter, la energía y la fuerza de voluntad!
Porque la vida profesional ofrece muchos retos y es necesario que desde pequeños se les vaya ayudando a templar su fuerza de voluntad. Los hijos deben ser educados para tener una voluntad recia y firme y saberse vencer ante los posibles altibajos en sus estados de ánimo, en sus tendencias egoístas o de vida cómoda.
En este aspecto, es frecuente encontrarse con quienes buscan aplazar una decisión por la sencilla razón que les cuesta particular esfuerzo a comprometerse en alcanzar una meta. O también los que se deciden por lo más fácil o de modo lánguido.
En estos casos, hay que animar a que los hijos se decidan prontamente, con decisión firme y a elegir lo mejor, aunque sea empresa difícil o costosa.
Por ejemplo, quien se plantea el tomar unas clases de guitarra, batería o de piano porque le gusta la música. Sabe que tiene que ir periódicamente con el profesor; poner atención en las clases; cumplir con los ejercicios y tareas; practicar con la debida regularidad ese instrumento elegido, aunque ello implique sacrificar otros planes también interesantes. Pero conoce que detrás de ese esfuerzo, logrará cumplir con un sueño y podrá tocarlo relativamente bien en las reuniones sociales con sus amistades, en las fiestas y reuniones familiares. La clave está en hacerlo con constancia, con ilusión, aunque algunos días resulte “cuesta arriba” y el adolescente tenga que vencer esa desgana.
También es interesante considerar a la voluntad en su capacidad de ejecución. Por ejemplo, comenzar algo con mucho entusiasmo y, al poco tiempo, comenzar a perder la energía, la falta de empeño o la perseverancia. En estos casos se debe recomendar actuar de inmediato, pronto, con eficiencia respecto a la decisión, sin concederle un minuto a la pereza.
Otro aspecto fundamental es la constancia. Siguiendo el ejemplo del alumno que toma las clases de guitarra o de piano: se puede dejar llevar por la rutina o la monotonía y fácilmente abandonar la tarea comenzada.
En este caso lo más educativo es que los hijos se crezcan ante esos posibles obstáculos; que perseveren ante las dificultades; que busquen otras motivaciones para imprimirle una mayor ilusión a esta meta que se han planteado.
Recuerdo que una hermana mía tomó -por muchos años- clases de piano y aprendió a tocar las obras maestras clásicas de Chopin, Franz Liszt, Mozart, Schubert, Beethoven…
Pero, redobló su entusiasmo por el piano, cuando su maestra le enseñó también canciones populares y música de moda. Es decir, lo que en ciertos momentos le resultaba árido, como tocar únicamente música clásica, con el ingrediente de practicar melodías de actualidad fue un acicate adicional para interesarse y llegar a dominar bien este instrumento musical. Con los años, se aficionó tanto, que después se convirtió en una experimentada maestra de piano.
Pero, como se dice, conviene “cerrar con broche de oro” la tarea que se ha comenzado. Se debe fomentar en los hijos la capacidad de terminar bien las cosas. Es típico el caso de los niños que dejan la tarea a la mitad para ponerse a jugar o a entretenerse con los videojuegos.
Su madre le pregunta:
* -¿Qué pasó con la tarea, ya la terminaste?
* -No, pero en un “ratito”, la acabaré…
Después, si falta la exigencia de los padres, ese “ratito” se convierte en horas y horas y se quedan con sus celulares, ipads… Luego, cenan, y terminan por acabar bastante tarde sus tareas escolares. ¿Y con qué calidad? Evidentemente, tareas mal hechas, a toda prisa, y recibiendo una bajas calificaciones del profesor.
En estos casos, hay que ayudar a los hijos a terminar a tiempo sus deberes y, otro factor no menos importante, el cumplir con calidad sus tareas.
Tenemos, por desgracia, en ciertos ambientes sociales de nuestro país, la funesta costumbre de que se trabaja o estudia, como se suele decir: Al “ahí’ se va”, “A como sea, al fin que ni cuenta se va a dar mi jefe o mi maestro”; “Al más o menos terminado…”.
Por tanto, reviste capital importancia, el que todos los miembros de la familia se acostumbren a terminar bien sus propios deberes y responsabilidades, con finura y al detalle. Será la pauta para que, en un futuro, les dé prestigio como estudiantes, y más adelante, como profesionales.
Todo esto implica:
a) Saber valorar el esfuerzo. Que, por ejemplo, el ser un buen estudiante no se improvisa sino que es el resultado tenaz de trabajar -un día y otro- con perseverancia; con ganas o sin ganas; haga frío o haga calor, y de vencerse a sí mismos para dejar de lado los elementos distractores (por ejemplo, una buena película o un partido de futbol). Todo eso fortalece la voluntad y capacita a los hijos para vencerse ante los nuevos retos. Con esto no quiero decir, que no sea conveniente ver buenas películas o magníficos partidos de futbol, pero todo dentro de un orden.
b) También es importante que aprendan a negarse en sus caprichos personales y llevar una disciplina y un orden, de tal manera, que desde niños y luego de jóvenes, se ejerciten en la virtud de aprovechar bien su tiempo.
Recuerdo en mis años de estudiante que, compañeros de otras carreras universitarias, como por ejemplo, los arquitectos, muchas veces se tenían que quedar en vela, trabajando la noche entera porque les habían pedido un proyecto o unos planos para el día siguiente; o estudiantes de Medicina que tenían exámenes parciales con sus voluminosos libros de Anatomía, Histología, Neurología, etc. y se pasaban muchas horas, como se dice coloquialmente: “quemándose las pestañas” para poder aprobar el examen.
Naturalmente, actualmente esos antiguos compañeros son ahora brillantes profesionales y han destacado gracias a su esfuerzo y dedicación. Fui testigo de cómo muchas veces se quedaron sin ir al cine, a una fiesta o a otras sanas diversiones, porque tenían que acabar de prepararse adecuadamente para un examen o terminar un bien proyecto arquitectónico.
Pero son ellos mismos los que ahora lo recuerdan con verdadera satisfacción, que todo ese empeño, esa disciplina, tenacidad y orden, al final, redituaron ampliamente en su prestigio como estudiantes y, posteriormente, como profesionales.
c) Por último, si en vez de mirar los problemas como “terribles dificultades” o escollos insalvables, se contemplan como oportunidades para aprender; para crecer; para superarse a sí mismos, los hijos aprenderán a solucionar, por sí mismos, casos complejos y resolver problemas aún en condiciones particularmente adversas.
d) Así van aprendiendo lecciones que la misma vida les va dando. Por ejemplo, a desechar el miedo a equivocarse o quedar mal; a tener presente que, muchas veces, “lo mejor es enemigo de lo bueno” (buscar la perfección, pero no la manía del “perfeccionismo”); el aprender a ser muy concretos en sus objetivos; el saber comprometerse y -como se dice- “ponerse la camiseta” para sacar adelante sus iniciativas y metas personales.
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