Es frecuente escuchar en los padres de familia esta pregunta, ¿en qué virtudes debo de educar a mis hijos? La respuesta no se concreta en una sola virtud. Es preciso plantearles la ambición noble de que sus hijos luchen por crecer en todas las virtudes: fortaleza, generosidad, sinceridad, alegría, optimismo, constancia, espíritu deportivo, buen humor, etc. porque todas son importantes y mutuamente se complementan.
Pero hay que llevarles de la mano, por un plano inclinado, con paciencia, prudencia y haciéndoles ver que todo ello a la postre contribuirá en tener una personalidad fuerte -con temple y carácter- bien determinada.
Pero nunca los hijos deben de sentir como una “imposición” esa formación sino como una amable invitación, unas cariñosas sugerencias en un clima de libertad y yendo los padres por delante con el buen ejemplo.
A edad muy temprana los hijos observan y se fijan en todo. Y se les quedan grabados los buenos ejemplos. Tenía una tía muy generosa –ya falleció- que en cierta ocasión que la acompañé al supermercado llenó dos bolsas con alimentos suficientes para una semana porque tenía una familia numerosa. Al salir de las compras, una señora de escasos recursos le comentó que la estaban pasando bastante mal ella y su numerosa prole. De inmediato, esta tía le entregó estas dos bolsas grandes con alimentos y me pidió que regresáramos al supermercado para volver a hacer las compras. Lo que me llamó la atención es que la tía lo hizo como la cosa más normal, sin presumir y haciéndome ver que era su deber el ayudar a los más necesitados. Nunca he olvidado este ejemplo de generosidad.
En las temporadas de curso invierno en mi natal, Valle del Yaqui, con temperaturas bajo cero, con frecuencia mi padre nos levantaba temprano, a mi hermano y a mí, para que fuéramos a comprar a un almacén 300 ó 400 cobijas para distribuirlas entre personas menesterosas en colonias modestas que sabíamos que estaban pasando mucho frío. Son inolvidables esos rostros de agradecimiento que se me quedaron grabados al ir entregando esas mantas casa por casa. Pero la lección nos la dio nuestro padre cuando nos explicaba de madrugada: “No he podido conciliar sueño sabiendo que cientos de personas están pasando tanto frío”.
En muchos hogares se respira un ambiente de alegría, optimismo y buen humor pero no surge por “generación espontánea” sino por el esfuerzo cotidiano que ponen los padres para que, a pesar de las normales dificultades que la existencia nos presenta, el amor y el perdón siempre salgan victoriosos y eso lo asimilen sus hijos porque es la mejor herencia que se les deja para toda la vida.
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