Por: *Ale Diener
A inicios de los años dos mil recuerdo que en la Ciudad de México (CDMX) se aprobó que se reconocieran las uniones de personas del mismo sexo como si fuera matrimonio.
Mis hijas aún niñas, estaban sentadas a la mesa conmigo y les expliqué que en México había salido una ley en donde esto se permitiría y verían cada vez más personas del mismo sexo como si fueran parejas.
Mi hija menor, entonces de 7 años de edad, me miró y me preguntó: Y ¿Cómo van a tener bebés? Una pregunta por más obvia -“Pues es imposible hija, tienes razón.” – Le dije, aclarando que hay técnicas de manipulación que están logrando fabricar bebés. El avance científico ha llegado a alcances impensados.
Así como esta plática, años antes, no muchos, les dije que en la CDMX se podía matar a los bebés en la panza de la mamá, pero que no por eso era correcto ni bueno hacerlo. Pusieron cara de horror.
Durante su niñez les hablé de sexualidad, siempre desde la perspectiva de la intimidad. Tus partes privadas son lo más especial que tienes y nadie puede estarte diciendo qué hacer con ellas ni tampoco es correcto estar mostrándolas. Protégete porque tú eres tu cuerpo y lo que le pase a tu cuerpo te pasa a ti en tu corazón. Fue siempre el mensaje.
Ahora ya son mayores y hacen lo que ellas creen deben hacer, lo que les dejé tatuado en su alma estoy segura no lo olvidarán. Pues durante la niñez los seres humanos vemos y oímos con especial atención. La niñez es tan objetiva que lleva a preguntar cosas tan lógicas como: Y ¿Cómo van a tener bebés?.
Dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito “«Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice». Es decir, los seres humanos, particularmente cuando se hacen adultos, abandonan los juegos de la imaginación, y con frecuencia suelen ser poco críticos frente a las cosas. Prefieren adecuarse a las opiniones de la mayoría y repiten y repiten sus consignas. Y entre otras maravillas dice que «todas las personas grandes han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Lo que es una realidad, le damos tantas vueltas a las cosas que ya no entendemos lo que es correcto de lo que no lo es, y por el contrario repetimos para adecuarnos a la mayoría, lo que a mi entender es tibieza, falta de criterio.
La película de Disney que ahora tanto se ha platicado; atacado y defendido, Lightyear, tiene una trama en la que lo de menos es el beso lésbico, sino que relata la historia de unas mujeres que viven como si fueran pareja, como si fueran un matrimonio y tienen un bebé.
Los padres de familia que no quieren que sus hijos la vean es porque están protegiendo su intimidad, están guardando su niñez. No porque crean que se volverán gays como muchos dicen.
El hecho de que dos mujeres salgan como si fueran mamás de un niño confunde, ya que rompe con el orden natural impreso en nuestros corazones. A los niños se les debe de proteger porque es lo correcto. No es cuestión de tolerancias o de fobias, es cuestión de un desorden que en la actualidad se quiere imponer como correcto. Pero a fin de cuentas desorden, ya que se busca promover lo contrario a lo que está en la ley natural que todos tenemos grabada en nuestra esencia humana.
Forzar a una sociedad a aceptar a gente que no se acepta a sí misma, que se odia y que se victimiza y más aún, a que se le tenga que aplaudir para que no se traume, ante un hecho irrefutable que es la sexualidad humana (atributo natural que nadie da ni nadie quita), es quebrar a la sociedad y patologizarla.
«Las personas mayores (…) siempre se imaginan que ocupan mucho sitio» según con esta frase infiere El Principito, que las personas adultas son incrédulas y, además, se juzgan demasiado importantes como para ser pequeñas frente a la creación y la naturaleza.
Soberbia y orgullo es lo que impera cuando se quiere romper con el orden natural y esta película como toda la propaganda homosexualista es lo que quiere, quebrar a los más jóvenes para que su identidad sea incierta y les sea más complicado saber quiénes son para saber hacia dónde ir.
Pensemos bien, ¿Por qué actualmente las generaciones nuevas están sumidas en depresiones y son los grandes consumidores de fármacos y tecnología que los hacen evadir su realidad? ¿Por qué tanta duda en saber qué quieren hacer y tanto rechazo al matrimonio y a la paternidad?
Sólo se me ocurre que se debe a que sus vidas son tan miserables que no quieren compartir la vida con nadie. Hay tal bombardeo de ideas contrarias a lo que les dicta su corazón que mejor se quieren encerrar en sí mismos y no dejar nada para la posteridad. Evitar que nuestros hijos sean parte de esta generación rota, atemorizada y sin ilusiones es más que lógico, nadie quiere que sus hijos sufran y menos por una herida en el cerebro, que es la más difícil de curar.
*Alejandra Diener es Economista, Orientadora Familiar, Educadora Perinatal y Doctoranda en Bioética. Activista por la vida y la familia, fundadora de Nathum Vida A.C.
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