Por: Xochitl Fernández de Herrera
A lo largo de la historia de la humanidad han existido personas que sobresalen por estar dotadas de una capacidad, facultad o habilidad, ya sea física, mental, artística, literaria, etc. Y destacan porque la desarrollan de una manera tan creativa e inédita, que en su época llegan a ser considerados como “genios”.
Se puede afirmar que, a nivel intramundano, el genio tiene el mérito de lograr que una tarea ordinaria se vuelva extraordinaria. En el plano espiritual, tienen la virtud de romper paradigmas dejando su huella en el mundo. Y aunque la mayoría de las civilizaciones siempre han exaltado los talentos excepcionales de estos personajes, también evocan sentimientos tan dispares que van desde la admiración, fascinación, inquietud, temor, envidia, hasta llegar incluso al ostracismo, ya que su talante no es siempre bien recibido y comprendido por sus congéneres.
Sin lugar a dudas, uno de los intelectuales más reconocidos del mundo contemporáneo es el actual pontífice de la Iglesia católica, Benedicto XVI. Considerado como una de las grandes luminarias de la filosofía y teología, poseedor de una memoria prodigiosa, de una agudeza analítica y de una conciencia mística que le ha permitido abordar con maestría todos los temas y problemas que plantea la época moderna. Entre ellos, la secularización; el relativismo; los vínculos entre fe y razón; las relaciones entre el Estado, la religión y la política; la vivencia de la fe, liturgia y doctrina; y, las controversias de los límites éticos de la tecnociencia, por citar algunos.
Su gran experiencia como catedrático de reconocidas universidades europeas le permite comunicar con humildad lo que sabe de manera racional y lógica, cautivando así los corazones de sus oyentes con la belleza de la “Verdad” que transmite. Sin embargo, como él mismo señaló en la homilía de inicio de su pontificado, su erudición no es lo más importante ya que su verdadero programa de gobierno no es “hacer su voluntad”, ni seguir sus propias ideas, sino ponerse junto con toda la Iglesia a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor, dejándose guiar por Él. Se puede observar que de esta manera Benedicto XVI confía en que sea Dios mismo quien conduzca la Iglesia en esta hora de nuestra historia.
De alguna manera, la genialidad de este gran hombre está en la capacidad que tiene para ser “mensajero de la esperanza”. Con su testimonio de vida ha logrado transmitir la buena noticia del amor de Dios en un mundo en crisis que requiere de más personas que quieran ser “sal de la tierra” o “luz del mundo”.
Es evidente que la noticia de su “renuncia” a seguir ejerciendo su “ministerio” por falta de vigor suscite mucha expectativa y controversia en todos los ámbitos. Sin embargo, más allá de toda la especulación que esto ha provocado, es fundamental que sigamos el ejemplo de este gran teólogo de talla internacional, que demás es uno de los más grandes maestros espirituales de nuestra época, y nos atrevamos a transmitir y defender la “Verdad” con una fe madura que no se adapta a las modas, que denuncia con valentía la falsedad, el error, el materialismo, el individualismo, y los equívocos que difunden las diferentes ideologías que atentan contra la vida humana.
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