La Marihuana: ¿Una droga inofensiva?

Algunos legisladores de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, que pertenecen al PRD, así como otras conocidas personalidades, han solicitado que de nuevo se someta a debate el consumo de marihuana y que se apruebe legalmente.

El Senador Alejandro Encinas afirmó que la capital de México “está preparada para la legalización y cuenta con la madurez suficiente para ello”. En cambio, la diputada Federal Lizbeth Rosas comentó, con acierto, que aprobar esta droga “significaría quitar los  controles para desatar un caos de violencia nacional” (“El Universal”, Sección “Metrópoli”, 25-VII-2013, pág. 2).

Ante este hecho, no cabe duda que un testimonio vale más que mil palabras o demasiadas disquisiciones. A continuación narro una experiencia personal: tuve un amigo cercano –pongámosle el seudónimo de Luis (para cuidar su derecho a la privacidad y anonimato)- durante la secundaria y preparatoria. En un principio, fue un buen estudiante, obediente y cariñoso con sus padres y hermanos, con gran capacidad para hacer amigos; no era muy deportista, pero le gustaba mucho el ajedrez y leer Literatura y artículos sobre cuestiones científicas. Tenía una novia y frecuentaba las fiestas y, había un detalle de su personalidad en que destacaba: su cortesía,  urbanidad y corrección para tratar a todos, particularmente a las chicas y personas mayores.

Al inicio del bachillerato, comenzó a fumar marihuana. El numeroso grupo de amigas y amigos que habíamos espontáneamente formado, le hacíamos ver que esa conducta no estaba bien, que le estaba afectando. Y Luis, invariablemente nos daba esta respuesta:

-Yo dejaré la marihuana cuando quiera porque no me considero un adicto y su consumo es completamente inofensivo, no causa mayores trastornos y me paso  ratos realmente placenteros.

Como él y yo nos teníamos bastante confianza, recuerdo que en diversas  ocasiones, le señalé aspectos concretos donde observaba notables cambios en su modo de actuar. En primer lugar, su rendimiento como estudiante había bajado drásticamente: de estar con un promedio superior a 8.5, pasó a tener promedios mensuales de calificaciones alrededor de  5 ó 6.5. Ello lo condujo a  que reprobara un año escolar.

Le hice ver que su capacidad de concentración y de  memorizar se había afectado bastante. Que ya no le interesaba ni estudiar ni la lectura. También que hablaba sumamente lento y que no hilaba bien las  ideas. Que muchas veces no sabía en qué día de la semana estábamos o perdía la noción del tiempo. Tenía una gran dificultad para pensar y resolver los pequeños problemas de un estudiante. De igual forma, que se había vuelto mucho más susceptible, y ante comentarios sin importancia, los tomaba como agravios personales.

Se volvió bastante rebelde con sus padres. Continuamente se quejaba de que no lo comprendían porque él quería sentirse completamente libre. Cada vez más, le fue exigiendo más dinero a su padre para sus gastos personales porque –yo lo sabía muy bien- era para comprar más marihuana y alcohol.

Recuerdo que en las fiestas, en las que habitualmente se presentaba elegantemente vestido y con la loción de moda. Ahora asistía de manera desaliñada: con una vieja y rota playera roja, unos jeans sin lavar, zapatos con meses de no darles grasa, y sobre todo, sin asearse, ni peinarse y menos el rasurarse. En vez de sentarse en sillas para platicar con las chicas o con sus amigos, se acostaba en el pasto y desde esa incómoda posición conversaba. A todos nos resultaba una actitud extraña, pero decía que todo eso lo hacía sentirse más libre y auténtico y que no aceptaba los convencionalismos sociales.

Al terminar la Preparatoria, ingresó a la Facultad de Medicina y reprobó prácticamente todas las materias. Se convenció que le faltaba capacidad de concentración, de memoria y, sobre todo, de constancia. Así que buscó otra carrera más sencilla, como Psicología, en la “típica universidad patito” y, a duras penas, pasó el examen de admisión. Un par de veces repitió de año.

Al terminar su carrera, se dedicó a dar clases en  bachilleratos e instaló  su consultorio. Gracias a que su padre tenía bastante dinero, se lo financió durante un año, pero lo tuvo que cerrar por falta de pacientes y por la sencilla razón de que daba consejos desorientadores y fuera de la realidad a quienes iban a consultarlo.

Se casó muy pronto y me acuerdo que organizó una boda fastuosa. Pero después de su “Luna de Miel”, los recién casados comenzaron a tener, cada vez más,  conflictos conyugales, al punto, que en menos de dos años terminaron divorciándose. La causa principal fue que él continuaba fumando marihuana y era frecuente que se pusiera agresivo o se inclinara más por la holganza, en vez de trabajar para sacar adelante los gastos familiares.

Este suceso del divorcio, le produjo una gran amargura, sensación de culpabilidad y de soledad. Se agudizó su tendencia hacia el alcohol y las drogas. Luego comenzó a experimentar con drogas más fuertes como la cocaína, la heroína, el peyote…siempre mezclándolas con licores.

¿Cuál fue el resultado? Orgánicamente se vino abajo; se encontraba muy afectada su salud; se volvió introvertido y se fue segregando de las reuniones sociales. Bajó mucho de peso y no mostraba interés por su entorno ni por su profesión. Cuando se reunía con “amigos” (en realidad era vagos, sin oficio alguno), era exclusivamente para consumir  drogas y alcohol. Naturalmente pagando siempre él, o mejor dicho, con el dinero de su padre.  Nunca quiso escuchar consejos ni de sus progenitores ni de sus hermanos o amigos.

Un día se le inflamó el páncreas y el médico le dijo que había  que operarlo de emergencia, pero que esa intervención quirúrgica no representaba mayor riesgo. El hecho es que tuvo un paro respiratorio durante la operación a la edad de treinta años. A muchos conocidos les tomó por sorpresa su fallecimiento, pero los que éramos sus amigos más cercanos, sabíamos que, desde hacía mucho tiempo, su salud  física y psíquica iban paulatinamente empeorando.

Luis tenía un brillante futuro por delante porque su padre era un rico empresario y, desde hacía tiempo, quería que su hijo tomara las riendas del negocio pero a él nunca le interesó trabajar en esa rama de la industria automotriz.

Siempre he pensado que Luis lo tenía todo para ser feliz: una buena esposa y una lujosa residencia; heredaría un negocio bastante productivo; tenía el cariño y aprecio de sus familiares y amigos; la capacidad de formar una familia, y en general, el ser un hombre de bien y de provecho.

Pero aquella insistente frase suya de que “el día que yo quiera dejaré la marihuana”, nunca llegó. Y perdió lamentablemente la batalla contra sus adicciones cuando apenas comenzaba su vida y su desarrollo profesional.

En otro orden de ideas, añado que científicamente están comprobados todos los daños orgánicos y psíquicos que causa esta droga. Recomiendo el portal del “National Institute on Drug Abuse” o basta con poner en www.google.com: “Efectos dañinos de la marihuana” y se sorprenderán de la larga lista de trastornos emocionales y físicos que causa.

Así que animaría a esos legisladores que están promoviendo la legalización del consumo de la marihuana en el Distrito Federal, que primero estudien las aportaciones que nos brindan numerosas investigaciones científicas y médicas que se pueden localizar mediante libros y ensayos bien documentados; conversar con psiquiatras honestos y serios, con muchos años de experiencia en psicoterapia sobre las adicciones y, también, enterarse sobre las importantes conclusiones a las que han llegado en centros de investigación de prestigiadas universidades de Estados Unidos y Europa.

Otro enfoque a tomar en cuenta, son las trágicas consecuencias sociales, principalmente entre los jóvenes, de países que han legalizado la marihuana, como ha ocurrido en Holanda, Inglaterra, Bélgica, Suecia, Alemania, Suiza y varios estados de la Unión Americana…. El gobierno de Holanda, en concreto, no ha tenido más remedio que acotar en número de antros  donde se puede consumir marihuana, y con estrecha vigilancia policiaca, debido al notable incremento de  actos delictivos.

Y es que al legalizar cualquier droga se forma de inmediato una espiral de perversión y de violencia porque comúnmente los adictos sin dinero –con tal de conseguir su droga- son capaces de robar, asaltar, prostituirse, secuestrar, matar… para satisfacer su ansiosa necesidad por consumir esos estupefacientes, de los cuales se encuentran esclavizados y muchas veces terminan, a temprana edad, truncando trágicamente sus vidas, como el caso de mi amigo Luis. (Fuente: www.yoinfluyo.com)

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