Como hemos dicho muchas veces, la realidad supera con creces a la ficción; lo cual no es sorprendente, si se toma en cuenta el potencial del ser humano –para bien o para mal–, que hace que siempre podamos sorprendernos –repito: para bien o para mal– de sus obras. Y el proceso se ha acelerado exponencialmente en los últimos años, gracias al avance del conocimiento y de la tecnología, situación que sin duda alguna continuará
Dentro de esta vorágine de cambios y logros que nos invaden cada día, tal vez uno de lo que llama más la atención pero a la vez despierta más temores, sea el de la inteligencia artificial. Concepto difícil de asimilar, pues apunta, ni más ni menos, a que entes creados por nosotros mismos, sean capaces de asimilar diversas situaciones y tomar decisiones a su respecto, lo cual, evidentemente, va infinitamente más allá de tener un programa con millones de respuestas prestablecidas. E inevitablemente, este fenómeno dará mucho para reflexionar.
Ahora bien, más allá de los temores e inquietudes más frecuentes que plantea lo anterior, como por ejemplo, si la inteligencia artificial podría superar a la humana, si ella podría adquirir conciencia de sí misma (temas que como se sabe, han dado origen a diversas películas), o por algunas de las notables consecuencias económicas que podría traer, debido a la pérdida de millones de trabajos que podrán ser realizados por máquinas, hay un aspecto que por regla general ha sido pasado por alto y que podría tener igualmente consecuencias globales, al menos para parte de la humanidad. Aunque se advierte que lo anterior también podría aproximarse a la ciencia ficción, razón por la cual es una mera especulación.
El asunto que quisiera recalcar es el efecto que la inteligencia artificial podría tener en el largo plazo sobre nuestra propia inteligencia, en virtud del conocido refrán “la necesidad crea el órgano”. De acuerdo a esta idea, las diversas facultades de un ser, dadas por su naturaleza, poseen una finalidad que las explica y les da su razón de ser. De esta manera, naturaleza y fin se complementan, al punto que si no existiera este último (por ejemplo, la necesidad de un animal), no se habría desarrollado la facultad, que es parte de su naturaleza.
Ahora bien (y se insiste en que se trata solo de una conjetura): ¿qué podría acabar ocurriendo con nosotros si fruto de la masificación de la inteligencia artificial, la tuviéramos como un elemento auxiliador para hacer casi todo? En tal caso, no parece muy aventurado presagiar que muchos sujetos dejarían de usar su inteligencia para resolver un cúmulo de problemas, dada esta ayuda que nos ahorraría trabajo. Mas, de ser así, con el correr del tiempo, podría ocurrir que parte de la inteligencia humana terminara “atrofiándose” fruto de su no uso, tal como nuestra memoria ha disminuido notablemente con el correr de los siglos, luego de la invención de la escritura. Ello, pues lo que “no se usa”, se pierde, o al menos disminuye su potencial, si así pudiera decirse.
Se insiste en que lo antes dicho puede constituir un disparate. Mas, igual como quien se auxilia de algún logro de la tecnología puede terminar dependiendo del mismo, al apoyarse constantemente en éste, algo parecido podría ocurrir con nuestra inteligencia, como fruto de los logros… de nuestra propia inteligencia.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Director de Carrera
Universidad San Sebastián
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