La pieza olvidada

Una cosa que puede observarse en las diferentes disputas que hoy afectan a la institución familiar (divorcio, anticoncepción, aborto, parejas del mismo sexo, tuición compartida, etc.) es que por regla muy general, el gran ausente en todas las consideraciones de quienes pretenden modificarlo todo, son los menores, esto es, los niños y jóvenes que dependen de dicha institución y que en el fondo, han sido el principal leit motiv de su configuración tradicional.

En efecto, si con el paso de los siglos hubo que regular mediante la institución matrimonial la relación natural entre hombre y mujer, ello se debió, entre otras cosas, sobre todo al interés de otorgar a los menores un ambiente mínimamente idóneo para su desarrollo, al radicar en ellos el futuro de cualquier sociedad.

Mas en la actualidad, en que los niños han dejado de ser el centro fundamental de los que abogan por las nuevas formas de familia, e incluso se han convertido en una realidad prescindible a voluntad, no es de extrañar que la institución familiar se haga cada vez más extraña, al punto de poder llegar a tornarse irreconocible; lo cual es lógico, pues la expulsión de los menores de su horizonte equivale a quitarle su núcleo esencial, a una desnucleización, con lo cual, la carcaza queda vacía y se transforma, en el fondo, en otra cosa.

En efecto, el nuevo “núcleo” que ha sustituido poco a poco al bien de los menores dentro de esta verdadera cruzada contra la familia tradicional, es la afectividad de tipo sexual que pueda existir entre quienes quieren formar una “familia”. De este modo, todo el andamiaje existente ha sido poco a poco modificado para colocar a este nuevo “núcleo” como pieza fundamental.

Es por eso que se equivocan quienes creen que las modificaciones terminarían, por ejemplo, si el matrimonio homosexual lograra imponerse en todas partes. Con las actuales premisas, mucho antes que ello ocurriera, ya existiría un insistente movimiento que abogaría, por ejemplo, por los “matrimonios múltiples”, sea coetánea o sucesivamente. En efecto, si la clave es sólo el placer sexual, ¿por qué impedir un “matrimonio” entre dos hombres y una mujer o dos mujeres y un hombre? Y por supuesto, como los hijos no cuentan, la facultad de desecharlos debiera ser irrestricta, incluso con la posibilidad de establecer el infanticidio como “derecho”.

Por análogas razones, al ser una especie de “agregado”, el menor sería una opción para cualquiera que quisiera “tenerlo” (como ya está ocurriendo), o puede ser llevado de allá para acá, casi como un objeto, mediante una tuición compartida, pues se insiste, ha dejado de ser el centro de gravedad de la institución familiar, convirtiéndose en un apéndice prescindible.

Son sólo algunos de los problemas que ocurren cuando se vacía a una institución de su contenido fundamental.

*Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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