Nuestro mundo se ha vuelto particularmente sensible para ponerse de lado de los que se considera débiles (o al menos de algunos de ellos), esto es, de quienes a su juicio, han sido objeto de un maltrato injusto y que merecen reparación, en particular cuando se los ha invisibilizado durante largo tiempo.
Evidentemente, lo anterior constituye un notable avance moral de nuestra época, al enrostrarnos con esta preocupación por otros, que no podemos estar sólo anclados en nuestro propio yo, y que por lo mismo, nuestro horizonte tiene que ser más amplio.
Sin embargo, y sin dejar de reconocer este avance, que como puede ocurrir con todo en la vida, también existe un lado negativo que, llevado a sus extremos, puede conducir a situaciones más injustas que aquellas que se pretenden combatir.
De hecho, uno de los principales problemas que hoy se perciben a este respecto, es que muchas veces existe una tendencia casi automática a colocarse de manera incondicional del lado de la supuesta víctima, sin tener en cuenta las circunstancias particulares del caso e incluso, cuando la víctima sólo tiene la apariencia de tal. Es decir, actualmente el favoritismo hacia este sector considerado en desventaja es tan abrumador, que casi ciega para comprobar si en el caso que se tiene enfrente, realmente se está dando una real situación de desmedro.
De este modo, se está dando el peligroso fenómeno en virtud del cual, se cataloga a ciertos grupos de antemano –para muchos de manera dogmática e inmodificable– de buenos y malos, de tal forma que la sola pertenencia a alguno de estos grupos ya encasilla a sus miembros –se insiste, de manera apriorística e inamovible– en uno u otro baremo moral.
Pero además, no resulta imposible que ciertos sujetos, pertenecientes a alguno de estos “grupos vulnerables”, se aprovechen de esta presunción de debilidad y pretendan sacar réditos injustos a costa de ella. Tentación atrayente, al permitir muchas veces obtener una ventaja de manera rápida y con poco esfuerzo.
Sin embargo, esta actitud, en que ser víctima –o al menos ser considerado como tal– se transforma en una ventaja (al traer aparejada la presunción de tener la razón), no sólo es una situación injusta, sino que en el fondo, acaba transformando a la víctima en victimario, cayendo así precisamente en aquello contra lo cual se dice luchar.
Además, lo anterior puede terminar con varios principios fundamentales de toda convivencia civilizada y que ha costado mucho alcanzar, entre otros, la presunción de inocencia o la necesidad de probar los hechos que se alegan. Situación peligrosa, que también puede dar lugar a todo tipo de abusos e injusticias. Incluso sería posible usar esto como como arma, también de tipo político, pues basta con encasillar a los adversarios en el grupo de los abusadores, para intentar dejarlos así fuera de combate.
Sin embargo, además de ser una situación injusta en lo particular, llevada a sus extremos, esta ventaja de ser víctima puede a la larga terminar minando esa “presunción de razón” que se atribuye al “grupo vulnerable” al cual se pertenezca, echando por tierra el esfuerzo que se ha realizado para visibilizarlo y mejorar su situación, sin perjuicio de constituir un aprovechamiento desvergonzado de su legítimo dolor.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Director de Derecho
Universidad San Sebastián
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