Las corridas de toros y el católico que se considera anillo roto

“Quede claro desde el primer momento que la fiesta de toros es algo que no tiene equivalente en ninguna otra cultura contemporánea ni en Europa, ni en el resto del mundo”. Dr. Julián Pitt-Rivers

Fue en 1993 cuando el célebre antropólogo inglés Julián Pitt-Rivers fue invitado al Parlamento Europeo donde se discutía el aceptar a España en la Unión Europea, el obstáculo que se interponía eran las corridas de toros. El antropólogo presento un informe titulado The Spanisch Bullfigth & Kindred Activities en defensa de las fiestas de toros por ser una de las manifestaciones esenciales de la identidad española, siendo parte del catolicismo español. Destacaba que era posible que más de la mitad de los toros inmolados en las corridas de toros españolas se sacrificaban en honor a la Virgen María como parte del programa de actividades de la celebración de una festividad religiosa; y así el calendario taurino coincidía con las efemérides religiosas. 

Antonio Casanueva Fernández relata que esto alertó a grupos contrarios a la fe católica que descubrieron que un camino para atentar contra el catolicismo hispano era luchar contra la tauromaquia. Como es bien sabido, las corridas de toros están presentes en Hispanoamérica, siendo México uno de los objetivos de las ONG animalistas que han buscado su prohibición, algo que se logró en días pasados con la suspensión definitiva de los espectáculos taurinos en la Monumental Plaza de Toros México, la más grande del mundo y considerada la más importante de América. El trabajo que han hecho los animalistas desde aquella disertación ha sido tan eficaz que uno de sus grandes logros es haber hecho que millones de personas, -particularmente católicos- disocien las corridas de toros de la Hispanidad y del catolicismo popular español del cual formamos parte. 

Y la muestra podemos hallarla en una revista infantil cristiana editada en mi ciudad hace medio siglo, cuyo contenido eran historietas, poemas, consejos y columna deportiva en la que aparece una nota en relación a la tauromaquia, cuyo texto decía: “Sabemos que las corridas de toros es el espectáculo más pintoresco. España lo ha traído a nuestras tierras. Hay gran demostración de valor”. La nota continuaba con una breve semblanza de la carrera de un torero. Esto leían niños; ahora hay católicos que apoyan que se prohíba la entrada a los chiquillos a las corridas de toros. Impregnados de una deformada sensibilidad del mundo, combaten la tauromaquia en un concepto errado de cuidado a los animales, ufanos creyéndose ya “civilizados”. Y así, sin darse cuenta han perdido un eslabón que les habría proporcionado un escudo contra la estupidez propia de este tiempo.

Es respetable no gustar de la tauromaquia, sin embargo un católico no puede ser jamás antitaurino, no puede verse en la misma línea de fuego con la secta animalista buscando su prohibición, ni mucho menos predisponiendo a las nuevas generaciones de católicos. En primera por el vínculo a sus raíces cristianas e hispanas, en segunda por respeto a su inteligencia y en tercera, por sentido común al ver que el frente animalista va de la mano con los abortistas, homosexualistas, feminismo radical, veganismo e ideología de género. Pero ahora, un católico ignorante solo ve sangre y se escandaliza, cual eunuco, cuando debería darle a su sensibilidad el lugar que le corresponde y dejar que sea la razón la que rija, buscando sinceramente la verdad. 

El católico contaminado de animalismo (aunque no tenga vínculo formal con esta secta) cree haber superado a las generaciones precedentes juzgándoles de «primitivos, sádicos y anacrónicos» y a las corridas de toros de “salvajismo y barbarie innecesarios”, cuando lo único en que ha podido superarles ha sido en ignorancia. Se puede ser católico y taurino, no hay contradicción alguna en ello. No hay tema secundario y la ideología de género y el animalismo deben hallarlo a usted lúcido en todos los frentes de batalla. Si dejamos de humanizar a los animales y de tiranizar a los humanos todo volverá a su justa dimensión. Hagámoslo pronto, so pena de pertenecer a esa generación de la que hablaba Juan Vázquez de Mella:

«El pueblo decae y muere cuando su unidad interna, moral, se rompe, y aparece una generación entera, descreída, que se considera anillo roto en la cadena de los siglos, ignorando que sin la comunidad de tradición no hay Patria».

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