Las granjas humanas: vientres de alquiler

Por: Rafael Gil Fernández

La Tragedia de la Maternidad subrogada y negocio

             Sin lugar a dudarlo, en esta noticia hay temas fundamentales que atañen a la ética: La manipulación del lenguaje, la injusticia de aprovecharse de la necesidad ajena, la usurpación de la dignidad humana, la negación de la verdad, la corrupción de la conciencia… Que no tiene desperdicio, vaya. Pero sin lugar a duda, me parece increíble al grado de deshumanización al que hemos llegado. ¿Cómo es posible que el ser humano, a base de eufemismos corrompa de tal forma el verdadero significado de las cosas? ¿Se puede llamar maternidad al hecho de prestar el propio cuerpo para que en él “pase” algo que aparentemente no genera ningún vínculo? ¿Se puede delegar el ser madre? Y donde digo madre, necesariamente se deduce que tiene que haber un padre. Lo trágico de la noticia es precisamente ese: la maternidad y la paternidad han perdido su significado profundo, su verdadero significado y ha sido sustituido por el de meros cooperadores biológicos para satisfacer las necesidades de quienes creen que los hijos son un derecho, un mero producto.

             Estamos acostumbrándonos a la deshumanización, a renunciar a la racionalidad, a la búsqueda de la verdad y de esa forma obrar el bien, sin que nada ni nadie parezca impedirlo. La ley natural es puesta en duda por la grandísima mayoría de las legislaciones, o por lo menos no es tenida en cuenta a la hora de legislar. Lo que existe es un derecho positivo que no parte de la dignidad del ser humano, sino de las exigencias que se dan en cada momento de acuerdo con intereses que nada tienen que ver con la verdad o el bien objetivos. Se me antoja sumamente grave el problema que se avecina a la vuelta de unos años, cuando esos niños tomen conciencia de cómo fueron concebidos y de qué forma tan flagrante, se usurpó su derecho a ser fruto del amor de unos padres que se dan totalmente el uno fruto en un compromiso mutuo irrevocable y sin fecha de caducidad, y que por el contrario han recibido la existencia por una transacción, por un contrato firmado, por un pago entre partes en la que ambos cumplen lo que les corresponde de acuerdo a una ley. Cada vez se escucha más hablar del derecho de los padres a tener hijos y del dolor y la frustración de unos padres al no poder concebir hijos, pero ¿acaso alguien habla de los derechos de esos hijos y del dolor que puede implicar saberse concebido por esos motivos y de esa forma?

             A mi juicio, lo más grave de todo esto es a qué grado se tiene que corromper la conciencia para aceptar que algo así se puede quedar amparado por una ley civil. Alguno podría argumentar que los niños no tienen por qué saber la verdad cuando crezcan… Pero esto es vulnerar un derecho fundamental.

             En primer lugar, se quiere convencer al mundo en general de que este procedimiento es compasivo, porque quiere aliviar el sufrimiento de quien no puede tener hijos. Ya he dicho suficiente respecto de cómo se vulneran los derechos de los hijos. Pero tiene que quedar muy claro que el tener un hijo no es un derecho, sino un don. De lo contrario, se tienen expectativas de un producto que tiene que satisfacer las exigencias de quien contrata el servicio, porque pareciera que el dinero otorga derecho a que el hijo sea de una determinada forma. ¿Qué pasa si el hijo no cumple con dichas expectativas? El supuesto amor se acaba súbitamente: Sin lugar a duda se vulnera la justicia, la dignidad humana, la búsqueda del bien, el cual tiene que ser posible para todas las partes, no solo para una de ellas.

             En segundo lugar, se pretende justificar que es lícito alquilar los cuerpos de mujeres que se encuentran en una situación económica precaria, aduciendo a que de esta forma pueden tener un ingreso económico mucho más elevado del que la sociedad en la que viven podría darles, en caso de encontrar trabajo. Nuevamente la dignidad humana queda por los suelos. Algunos se visten como adalides de la injusticia social, y lo remedian por arte de magia, saltándose toda ética, o peor aún, intentando darle a la ética un nuevo significado: el bien al que se tiende ya no está necesariamente ligado con la verdad, con la belleza, con la justicia. Tan sólo responde ante emociones y sentimientos. Es a mi juicio, preocupante ver hasta qué punto el emotivismo se ha convertido en el criterio para decidir sobre la bondad o maldad de las cosas. Se ha renunciado a las facultades superiores de la inteligencia y de la voluntad como guías principales del obrar humano, y se hace referencia a los apetitos irascibles y concupiscibles para justificar cualquier actuación. Hemos pasado del cogito ergo sum de descartes, a sencillamente ser y hacer lo que siento.

             En tercer lugar, se pretende justificar que, gracias a los avances médicos, uno puede escoger hasta cierto punto, como quieren que sea el hijo, y para ello se dispone de un banco de donantes en donde los inteligentes, los guapos y los famosos, cuestan más. De aquí a cadenas de supermercados de niños, o páginas de internet que tengan como slogan “configure a su hijo como le apetezca” hay un pequeño paso. Baste recordar lo que pasó con el aborto: la ley se abrió paso en todo el mundo con unos supuestos muy restringidos, pero en realidad lo que buscada era la rendija que ensanchara cada vez más dicha ley. Cualquiera que lea esto, puede escandalizase. Tiempo al tiempo. Si dejamos cada vez más que políticos sin ética decidan las leyes de las naciones, la imaginación de hasta donde podemos llegar no tiene límites.

             Por último, quiero mencionar un problema que aparentemente ya quedó resuelto, por lo menos en lo que a la legislación de muchos países se refiere: Se abre la posibilidad para que personas solteras o con atracción al mismo sexo puedan tener hijos. o dicho con palabras del mismo artículo, adquieran un producto. Hoy en día pareciera que esto ya está superado. Las listas de quienes quieren adoptar hijos están plagadas de parejas de gays y lesbianas, y cuentan con las mismas posibilidades de conseguirlo (si no es que más) que cualquier matrimonio heterosexual. De esta forma se ha sepultado el sentido tradicional de familia y de lo que es la paternidad y la maternidad, amén de lo que es la masculinidad y la feminidad. El mundo hodierno ha logrado socavar de tal forma lo que significa masculino y femenino, que de ello se deriva necesariamente que cualquier tipo de familia sea válido. Si a eso sumamos a los hijos como meros productos, nadie puede negar que las evidencias de deshumanización están a la vista de cualquiera. Pero nos han acostumbrado a no ser capaces de ver, a no ser capaces de oír más que lo que algunos que controlan los medios mayoritarios dicen. Y si llegáramos a disentir, ya se tiene preparada la etiqueta que nos deja fuera de juego en la sociedad moderna: intolerante.

             El simple hecho de escribir todo esto causa escalofrío. Los conflictos a los que nos podemos enfrentar requieren necesariamente una maquinaria de manipulación ideológica que comience desde el jardín de infancia: se les explicará a los niños que hay diversas formas de venir al mundo, siendo una de ellas el amor de los padres, pero no la única, y se llegará a decir que todas, inclusive la de comprar un niño en Nepal o en la India, sean igualmente válidas, y que en todas lo que hay es un gran amor. Esta es la única solución a un futuro previsible de tendencias suicidas generacionales.

¿Dónde queda la ética? Dónde el derecho positivo quiera. Nos acostumbramos a la tragedia y pareciera que lo más recomendable es no darle demasiada importancia. Nos estamos volviendo cada vez más “cosa” y menos persona. Y si poco a poco se va introduciendo esta forma de pensar en la sociedad, entonces se justificará de forma generalizada el usar del otro y utilizarlo como un medio para conseguir un fin. Lo peor está aún por llegar.

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