Las Reformas y la Importancia de la Libertad Religiosa

Hace algunos años, un día vino de  Saltillo un amigo y me pidió que lo acompañara a la Embajada de  España para conseguir los permisos oficiales necesarios a fin de poder estudiar Filosofía y Teología en una universidad de la península ibérica. En ese entonces, él tenía 24 años, había estudiado Ingeniería Industrial y tenía deseos de realizar estudios de posgrado en carreras humanísticas.

En la ventanilla nos atendió una mujer mayor, de unos 65 años, enjuta, con el cutis notablemente arrugado y con un trato humano poco amable. Observó la documentación de mi amigo y de inmediato comentó:

-¡Usted va para cura! ¡Dígame la verdad!

– No es así, tengo interés en cursar esos estudios para ampliar mis conocimientos en otras áreas del saber que me interesan.

-No, usted a mi no me engaña, ¡así son todos los seminaristas!…

En vista de lo cual yo intervine, más bien molesto, y le dije:

-Mire, usted, en muchas universidades de Estados Unidos y de Europa, cada vez hay más alumnos que se interesan por estas carreras  porque desean tener mayor cultura y sin que necesariamente piensen ser sacerdotes o religiosos…

-¡Ustedes se han puesto de acuerdo; me doy perfecta cuenta! –replicó la funcionaria irritada.

Yo volví a la carga y le respondí:

-Y si acaso este joven pensara en ordenarse sacerdote o religioso, ¿cuál es el problema? ¿No sería algo beneficioso para la sociedad? ¿En qué le afecta a usted?

-¡Pues sepan que –en lo que a mí respecta- tendrán siempre la negativa para obtener este permiso!           –concluyó furiosa, dio media vuelta y se retiró.

A consecuencia de ello, tuvimos que hacer gestiones de más alto nivel para resolver esta cuestión. Y finalmente mi amigo logró irse a estudiar humanidades a España.

Me quedé reflexionando que era la primera vez que me tocaba tener trato cercano con una persona con una marcada aversión y odio hacia el catolicismo, con una actitud de revancha anticlerical, que me hizo recordar los duros años de la Guerra Civil Española (1936-1939) en los que hubo una abierta persecución religiosa y se cometieron asesinatos, atropellos y graves injusticias para acabar con la semilla de la fe cristiana.

De esta anécdota me acordé, ahora que se está deliberando en varios estados de la república las reformas a los artículos 24 y 40 constitucionales.

Aunque personalmente no me acaba de convencer toda la redacción propuesta para el artículo 24, tiene la enorme ventaja que por vez primera se dice expresamente que los mexicanos tenemos libertad de convicciones éticas, de conciencia y religión y también se menciona que se puede ejercer la libertad de culto tanto en forma individual, colectiva, en público o en privado.

Y es que ésta es una tendencia universal, de reconocer jurídicamente en todos los países y regiones, el derecho a profesar la propia religión, sin  restricciones ni amenazas de ningún tipo. Se trata de principios de moderna civilidad, apertura de mente y tolerancia para superar viejos prejuicios de siglos anteriores.

Esta reforma, por otra parte, beneficia no sólo al Catolicismo sino a otras religiones como a la religión Judía, a los Mormones, a las Iglesias Evangélicas, Adventistas, Bautistas, a la Ortodoxa e incluso a los no creyentes.

Se trata, en conclusión y en caso de aprobarse la reforma del 24 constitucional, de un notable avance en el Estado Mexicano de continuar avanzando hacia el pleno reconocimiento de la libertad religiosa y en plena sintonía con los progresos internacionales en esta materia, que resulta cada vez más urgente su actualización dentro de los derechos humanos prioritarios.

Pero, en forma paralela, la reforma del artículo 40 promueve que se defina al Estado mexicano como “laico”. A primera vista, todo parece muy bien y estamos de acuerdo en que Iglesia y Estado se manejan en ámbitos diferentes: el primero busca el bien espiritual y fin sobrenatural de sus fieles (la salvación de las almas) y, el segundo, el bien común de la sociedad.

Sin embargo, lo deseable es que trabajen armónica y conjuntamente buscando el bien integral de los ciudadanos. Pienso, por ejemplo, en las innumerables labores de asistencia social y en beneficio de los más necesitados que realizan las iglesias: orfanatorios, asilos de ancianos, hospitales, dispensarios médicos en zonas rurales, escuelas gratuitas o con facilidades de becas para los alumnos, comedores públicos y donativos de alimentos y medicinas para personas que viven en pobreza extrema, etc. Sin duda, son un gran apoyo para las tareas que debe de realizar el Estado.

Lo peligroso es que si, por presión de determinados grupos llamados laicistas, se rechazara el artículo 24 y sólo se aprobara la reforma del 40 constitucional, se podrían llegar a graves abusos e intolerancias, que sin duda constituiría un lamentable retroceso para México en materia de libertad religiosa. ¡Paradójicamente en un país donde el 96% de sus habitantes es practicante o pertenece a alguna tradición religiosa! (Confróntese el Censo de 2010).

Entonces, cualquier manifestaci
ón pública de desacuerdo, que coincidiera con verdades de cualquier Religión, bajo la discriminatoria  y rigurosa visión laicista,  podría ser considerada  como una “violación al Estado Laico”.

¡Y volveríamos de nuevo a los tiempos de Plutarco Elías Calles en que la Iglesia y los católicos no podían expresar con libertad sus puntos de vista, con el riesgo de ser encarcelados, exiliados, torturados o condenados a muerte! Como lo atestiguan tantas investigaciones históricas, libros, estudios, documentos, fotografías…

Sí, amigo lector, estamos ante una situación particularmente delicada y de enorme trascendencia para todos los mexicanos, porque –insisto- en caso de que, a nivel de los congresos estatales,  se rechace la reforma del artículo 24 constitucional y sólo se aprobara lo propuesto en el artículo 40, se limitaría, negaría o disminuiría en forma dramática la libertad religiosa, cuando resulta que la reciente reforma del artículo Primero constitucional de 2011 deja muy en claro que el Estado mexicano –así como los órganos legislativos de los estados- deben centrarse en proteger absolutamente todos los derechos humanos, en concordancia con los Tratados y Convenciones Internacionales.

¡No olvides que tu participación activa en este trascendental derecho puede favorecer a la libertad religiosa de todos los mexicanos de nuestro tiempo y de las futuras generaciones!

 

 

 

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