De acuerdo a la teoría política comúnmente aceptada, se supone que el sistema democrático deposita un voto de confianza en los ciudadanos para autodeterminarse como pueblo, eligiendo por mayoría a sus principales autoridades, cuya labor será evaluada luego de un tiempo en la próxima elección. Y dentro de este juego político, la prensa y los medios de comunicación en general, tienen un papel fundamental, al mostrar todas las posturas en juego y estar atentos a las actuaciones de la autoridad, a fin que todo sea hecho lo más a la luz posible.
Sin embargo, este papel de la prensa y de otros medios exige algo fundamental: un mínimo de objetividad, pues en caso contrario, podrían, con varios matices, estar literalmente engañando a la ciudadanía, con lo cual sus elecciones democráticas no serían realmente libres, al estar influidas por diversos errores, fruto de este engaño.
Lo anterior no quiere decir que los medios de comunicación sean simplemente un “espejo” que refleja la realidad de manera acrítica, pues resulta evidente que ellos poseen sus posturas en la arena política, tienen además todo el derecho a expresarlas y finalmente, resulta sano contar con varios ángulos para analizar la realidad. Además, no tenerlas atentaría precisamente contra el espíritu democrático que ellos deben defender.
Sin embargo, en el caso de Trump, y al margen del acuerdo o desacuerdo que se pueda tener respecto de sus decisiones, llama profundamente la atención la auténtica guerra sin cuartel que desde el primer día, varios medios de comunicación emprendieron contra él, mostrando una intolerancia francamente preocupante. Y ello se ha manifestado de manera constante en un desprestigio hacia su persona, ideas, política y de manera más global, al presentarlo como un payaso, un idiota o un lunático. Incluso los chismes y rumores más ruines han terminado siendo noticia, cayéndose así en lo ramplón y ofensivo.
Se insiste: no se trata de tener medios de comunicación condescendientes y acríticos, pues en caso de serlo, su aporte al sistema democrático sería nulo e incluso contraproducente. Pero una cosa muy distinta es perder la objetividad y transmitir sólo cierta información, alguna incluso sin comprobar, pues la ciudadanía tiene derecho a saber la verdad, no lo que ciertos medios quieren que las cosas sean.
Pero además, lo anterior pareciera estar indicando que pese a sus permanentes elogios al sistema democrático, para algunos medios de comunicación, dicho sistema sería respetable sólo y únicamente si sus decisiones coinciden con las suyas. Con lo cual, da la impresión que desde su perspectiva, ellos se han convertido en los detentadores de la verdad y de lo correcto, no admitiendo otras formas de ver el mundo, ni siquiera si han sido fruto de la decisión mayoritaria de los ciudadanos. Mas de ser así, ¿quién manda realmente en una sociedad: los medios de comunicación o las decisiones democráticas?
Una pregunta de gran importancia en nuestra época, en que las comunicaciones nos han convertido en una aldea global. Por eso hay que estar muy atentos y no tragarse todo lo que se publica o transmite. Ello pues su grado de influencia es tan grande, que podrían terminar convirtiendo a la democracia solo una simple apariencia de libertad.
Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
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