«La Iglesia, así como sabe ciertamente que ninguna persecución la podrá destruir, sabe del mismo modo que la persecución nunca le ha de faltar» Louis Veuillot
El ultramontanismo vio la luz en el siglo XIX; el término (usado despectivamente) alude a “más allá de las montañas” que definía la fidelidad de los católicos a la autoridad del Santo Padre. Se dió como reacción a la revolución liberal, una reacción frente al proceso de secularización del Estado. Defendía la autoridad absoluta del pontífice sobre la Iglesia universal, oponiéndose totalmente al regalismo (intromisión del poder estatal en la Iglesia), galicanismo (limitación del poder del papado sobre las Iglesias nacionales y sobre los obispos individualmente), el jansenismo (autoridad del obispo en su diócesis y su independencia jurídica y doctrinal frente al papado), y como no podía ser menos, el ultramontanismo combatía el liberalismo que se define como una filosofía política, moral, y económica que defiende la falsa libertad del hombre: la rebelión del hombre contra Dios.
Francia, la hija primogénita de la Iglesia Católica se vería infestada por el catolicismo liberal (cuyas raíces se hallaban en la época del Renacimiento), tendría como exponentes a: Félicité de Lamennais, impulsor del periódico L’Avenir que difundía la idea de que la Iglesia Católica debía adoptar las doctrinas liberales del siglo XIX. Charles de Montalembert, periodista y político francés que conciliaba el catolicismo con el mundo moderno, autor de la desafortunada frase “La Iglesia libre en el Estado libre”; colaborador del L’Avenir al igual que Jean Baptiste Lacordaire dominico, cuya formación librepensador daría sus contribuciones más agresivas. Dicho periódico sería condenado por los obispos de Francia y más tarde, aunque apelaron a Roma, el Papa Gregorio XVI condenaría en 1832 la política de L’Avenir mediante la encíclica Mirari Vos; fue también la condenación explícita del liberalismo.
En el siglo decimonónico le arrebatarían a la Iglesia los Estados Pontificios; el beato Pío IX sería el último Papa-Rey, fue la pérdida del poder temporal. Pero el mundo sería testigo de uno de los papados más largos y luminosos: emitiría la encíclica Quanta Cura que condenaba las ideas liberales; el Syllabus que fue el índice de los principales errores de la época y el Concilio Vaticano I. Pero en toda época de crisis la madre Iglesia ha dado hijos dispuestos a servir, en este caso sería Louis Veuillot, católico francés, periodista y polemista; el más célebre exponente laico del ultramontanismo. A través de su periódico L’Univers sostuvo polémicas con los católicos liberales, además de acuñar el concepto de “periodismo defensivo”. Al lado del Cardenal Louis Édouard Pie presentarían resistencia al bloque liberal. Tan grande fue su labor que influyó en el periodismo católico de Europa, tal fue el caso de la Revista Popular editada por el sacerdote español Félix Sardá y Salvany.
Veuillot, escribió una de las mejores obras católicas: “La ilusión liberal”, en la cual respondería de manera colosal a Montalembert: “Es una ambigüedad sostener que la Iglesia no puede ser libre más que en el seno de una libertad general. ¿Qué se quiere decir con esto, sino que la libertad de la Iglesia depende de causas extrínsecas? (…) Si la Iglesia no puede ser libre más que en el seno de una libertad general, quiere decir que ella no puede ser libre sino a condición de ver levantarse contra ella la libertad de negarla y de destruirla mediante todas las ofensas y todos los medios legales que tal orden de cosas pondrá necesariamente en las manos de sus enemigos. Y como en este caso ella debe añadir a esto no menos necesariamente la renuncia a sus “privilegios” sin lo cual no habrá ya libertad general, tendrá como resultado que perderá también el poder de imponer a los hombres el freno interior por el cual llegan a ser capaces y a sentirse dignos de la libertad”.
Es penoso ver que en los últimos años acusen al ultramontanismo de la crisis actual de la Iglesia, tachándolo de haber deformado la obediencia al Papa, abriendo así, la puerta abusos de los pontífices en turno. Pero el ultramontanismo nunca practicó una obediencia ciega, antes bien, respeto el orden jerárquico, rechazando el error que quebrantase la Ley Divina. La adhesión y afecto ordenados hacia el papado ha sido su característica particular. Cualquier postura diferente no puede ser llamada ultramontanismo, sino una parodia. Es una obviedad que no se puede seguir a un Papa en el error; tal postura solo podría ser concebida por los enemigos de la Iglesia entre los que podemos contar a los católicos liberales, los cuales el Papa Pío IX señalaba como el enemigo interno.
Louis Veuillot describiría en uno de los últimos párrafos de su obra la verdadera obediencia: “La obediencia, única cosa que nos mantiene en la verdad, pone por ello mismo en nuestras manos el depósito de la vida. No privemos de ella a la humanidad caída en la demencia. No la entreguemos, ni la adulteremos. Que nuestra palabra, al confesar la verdad durante el transcurso de la tribulación y del castigo, no cese de golpear a la puerta del perdón; ella apresurará la liberación”.
Louis Veuillot, el Cardenal Louis Édouard Pie, el P. Félix Sardá y Salvany verdaderos ultramontanos que dieron ejemplo de la defensa de la Iglesia y el Papado, como todo católico deberíamos serlo. No llamemos ultramontanos a quienes no lo son y toleran abusos so pretexto de “obediencia”, menos aún culpemos al ultramontanismo de las desgracias que solo pudieron engendrarse en el liberalismo…
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