A menudo se escucha decir a los mayores que los jóvenes de hoy no son como los de antes, o que se comportan de una forma inaceptable. Con todo, y más allá de las inevitables exageraciones, lo cierto es que se perciben, y no poco, una serie de actitudes y comportamientos bastante extendidos que no dejan de llamar la atención, lo que de paso, nos obliga a repensar qué modelos de conducta se están inculcando a las nuevas generaciones.
En efecto, actualmente –al menos en las sociedades que han alcanzado un cierto confort–, muchos de los mensajes e ideales que se transmiten a nuestros jóvenes apuntan a una vida llena de goce y esparcimiento, con abundancia de medios materiales, relaciones interpersonales fáciles de entablar y de deshacer, y que en lo posible, no generan responsabilidades. En suma, un mundo de fantasía, en que la meta es “pasarlo bien” desde una perspectiva hedonista. Por algo se ha dicho que nunca antes en la historia humana han existido tantas formas de entretención como en la actualidad.
El problema, como es obvio, es que ante una perspectiva tan agradable, es fácil caer en la tentación de no querer madurar, de no asumir las inevitables responsabilidades que la vida real conlleva, viéndolas como situaciones prescindibles e incluso pasadas de moda. Así, se puede estructurar un ideal de vida que convierta a la adolescencia en una situación permanente.
Por desgracia, las cosas no son tan fáciles, porque en el fondo, estas actividades placenteras, por llamarlas de algún modo, son derivadas o accesorias de aquellas otras consideradas fastidiosas o prescindibles (como el trabajo, la formación personal o la de otros), pues sin ellas no podrían darse. Por eso, si cada vez son más y más los que optan por este camino, no parece probable que este estado de cosas idílico pueda mantenerse por mucho tiempo.
Sin embargo, el asunto es más grave, porque además de problemas de madurez, en el caso de nuestros jóvenes, ellos muchas veces carecen de otros puntos de referencia con los cuales comparar esos mensajes, lo que hace que puedan asumirlos de forma descontextualizada y exagerada. De ahí que sea fácil advertir que los jóvenes son las principales víctimas de este bombardeo de espejismos y de falsas promesas a los que se los somete, lo que en buena medida explica muchos de sus comportamientos y actitudes.
Mal que mal, alguien que ha sido “criado a la antigua” tiene con qué comparar muchos de los ideales que hoy se transmiten e incluso de imponen, con lo cual puede distinguir la moneda auténtica de la falsa. Sin embargo, si se carece de este punto de referencia, la impronta que dejan estos mensajes puede resultar incluso indeleble.
Por eso, si seguimos por este camino, no nos extrañemos de las conductas y actitudes que podamos ver en pocas décadas más.
*Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
Chile
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