Uno de los principales argumentos que esgrimen quienes impulsan el llamado “derecho al aborto”, es que se trata de una realidad prácticamente universal, lo cual hace insostenible contarnos dentro de una exigua minoría de países que prohíben esta práctica.
Sin embargo, el anterior razonamiento es falaz, no solo por llevar implícita la premisa según la cual lo nuevo es mejor que lo antiguo, o si se prefiere, que vamos progresando en materia moral, sino sobre todo por la lógica a la que dice acudir para fundamentarse.
En efecto, este razonamiento pretende que de un mero dato cuantitativo (el número de países en que se permite el aborto) es posible deducir lógicamente una consecuencia cualitativa (la bondad del mismo), olvidando que ambos elementos –el cuantitativo y el cualitativo– se encuentran en planos diferentes, siendo impropio pasar de uno a otro sin más, lo que en filosofía se conoce como Ley de Hume.
Si de verdad pudieran deducirse valores a partir de los simples hechos, habría que aplicar este mismo razonamiento (lo común es bueno, precisamente por ser común) a muchísimas realidades que hoy se dan más que nunca en la historia humana. Así, nunca se había producido el actual nivel de tráfico de armas, de personas o de drogas. O para poner otros ejemplos, los actuales índices de corrupción, de mentira a través de los medios de comunicación, de prostitución o de pornografía no tienen par en otras épocas. Sin embargo, pese a que cuantitativamente han crecido mucho, pocos se atreverían a concluir que por ese solo hecho son realidades buenas, loables y que hay que incentivar. Y de paso, también viene a demostrar que no siempre lo nuevo es mejor que lo antiguo.
Lo anterior quiere decir que la mera cantidad no es suficiente para calificar una conducta de buena o mala, pues se insiste, en caso de serlo, todos los comportamientos señalados serían irremediablemente buenos. En consecuencia, significa que existe otra premisa oculta, que hace que ciertos acontecimientos comunes sean considerados buenos y otros no y de paso, viene a confirmar la Ley de Hume.
Este elemento oculto es una concepción previa de lo que se considera bueno o malo (y por tanto, un elemento cualitativo), desde la cual se califican las conductas, sean éstas numerosas o escasas. Por tanto, no resulta lícito deducir valores a partir de simples hechos, no solo porque equivale a hacer pasar “gato por liebre”, como suele decirse, sino además, porque desde el plano racional equivale a mezclar peras con manzanas.
Por tanto, es completamente indiferente para calificar una conducta como buena o mala que ésta sea común o escasa y por lo mismo –aunque decirlo sea tabú–, las mayorías pueden equivocarse, por muy abrumadoras que sean.
Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.