Pese a tratarse de medidas bastante discutibles, no cabe duda de las buenas intenciones que han motivado a la autoridad sanitaria para restringir un cúmulo de libertades, con el objeto de contener la propagación del Covid-19, evitar que colapse nuestro sistema hospitalario y salvar vidas. Sin embargo, es necesario tener presente al mismo tiempo los costos que todo lo anterior ha significado hasta el momento y los efectos que podría tener en el futuro, pues en caso contrario, el remedio podría ser peor que la enfermedad.
En efecto, una consecuencia evidente de esta situación que ya nos afecta hace más de un año, es el grave deterioro que se ha producido en la producción y en la economía en general del país, situación que como se ha dicho, debiera ser tenida más en cuenta.
Debe aclararse de antemano que la anterior advertencia no se hace con el afán de defender mezquinas utilidades, ni la ambición desmesurada de empresarios despiadados e insaciables –como a veces algunos parecieran pensar–, sino de observar objetivamente las consecuencias de las acciones que hoy se están llevando a cabo.
En realidad, estas políticas que han restringido notablemente la actividad económica, podrían compararse de manera metafórica con la actitud de quien quisiera mantener atascados artificialmente y por la fuerza, los engranajes de una maquinaria que se encontraba en pleno funcionamiento. Situación que por razones evidentes no puede mantenerse de forma indefinida, pues este mecanismo podría sufrir daños graves e incluso colapsar.
Y esto es precisamente lo que queremos advertir, porque si esta maquinaria se rompe o se daña gravemente, o si se prefiere, si colapsa nuestro sistema económico por mantenerse las actuales medidas demasiado tiempo, ello traería una peligrosa ruptura del tejido social, al hacer imposible o mucho más difícil satisfacer un cúmulo de necesidades, muchas de primer orden, en relación con lo que ocurría durante la ahora tan añorada “vieja normalidad”.
Lo anterior es muy peligroso, se insiste, porque puede hacer que a la postre los costos futuros sean mucho más graves que el beneficio que ahora buscamos conseguir. Así, si nos ponemos muy pesimistas, ¿cuántas muertes –muchas más que las que se han evitado hasta hoy– podrían producirse por la imposibilidad de alimentar adecuadamente a la población o de otorgar otras prestaciones de salud esenciales que se han postergado por el Covid?
A ello se suma que a esta grave afectación del sistema económico, se ha añadido un exponencial gasto público, generando una preocupante deuda aquí y en otros países. Deuda que será muy difícil de pagar, no solo por su creciente magnitud, sino en particular, porque todo indica que las condiciones para solventarla en el futuro serán mucho peores que las que tenemos en la actualidad, pues la riqueza hay que producirla.
Finalmente –si bien la lista no es exhaustiva–, a ello se añaden diversos problemas nuevos generados por este encerramiento, desde depresiones a rupturas familiares y otros más, que por ahora dejamos a la imaginación.
Por tanto, debemos tomar conciencia de los reales costos, invisibles o parcialmente visibles, que se están generando gracias a las actuales medidas, para no caer en problemas peores de los que ahora se quieren solucionar. La historia y las dificultades no se acaban hoy.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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