Navidad: tiempo de cambio interior.

Desde que el Papa Francisco tomó posesión como Sucesor de San Pedro, ha venido insistiendo a todos los hombres de buena voluntad que “salgan de su esfera de confort y bienestar” y, en repetidas ocasiones, les ha advertido del peligro de permanecer pasivos, en un mundo centrado en el “propio yo” y con una actitud indiferente ante las acuciantes necesidades del prójimo.

Hemos recorrido el Año Jubilar de la Misericordia y el Santo Padre nos ha recomendado mucho el realizar obras de misericordia corporales y espirituales. Desde dar de comer al hambriento, proporcionar de ropa a los que les hace falta, visitar a los enfermos, acordarse de los que se encuentran abandonados en las cárceles; o aquellos ancianos y niños que viven solos en asilos y orfanatorios sin que prácticamente nadie los visite; enseñar a los que no saben, corregir -de buen modo y con caridad- al familiar o amigo que se equivoca, dar buen consejo a los que los necesitan…

Pienso que esta época de Navidad es un tiempo magnífico para poner en práctica estas obras de misericordia. ¿Quién no tiene a un familiar enfermo? ¿A un amigo o pariente solo y abandonado? ¿O aquel antiguo compañero de universidad que sabemos que está pasando por una temporada difícil porque no tiene trabajo… ¿Por qué no darnos tiempo para visitar a los enfermos que tanto lo agradecen? ¿O salir al encuentro de aquel amigo que sabemos que lo necesita y que -más que ofrecerle soluciones concretas a sus problemas- lo que necesita es que alguien lo escuche con interés, atención y cordialidad…

Me encontré con un luminoso y sugerente texto de un antiguo Padre de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, quien afirma: “Nada puede hacerte tan imitador de Cristo como la preocupación por los demás. Aunque ayunes, aunque duermas en el suelo, aunque, por así decir, te mates, si no te preocupas del prójimo, poca cosa hiciste, aún distas mucho de ser semejante a Jesucristo”.

En esta época en que existe tanta ignorancia en materia de moral y religión, hay que tener el interés y la paciencia de enseñar a las nuevas generaciones los principios básicos de las Verdades de nuestra Fe. Otra gran obra de misericordia es consolar al triste o al que se encuentra afligido. ¿Cuántas personas no la están pasando mal en estos momentos de crisis económica y que necesitan palabras de ánimo, de optimismo, de aliento?

También, la Navidad es un tiempo de reconciliación. En primer lugar con Dios. Por ello se recomienda aprovechar esta temporada para hacer una buena Confesión y recibir al Señor en la Eucaristía. Y, en segundo lugar, aprovechar para perdonar de todo corazón a los que nos han ofendido. Pero la verdadera actitud del perdón sincero se encuentra en una palabra clave: olvidar, ahora y para siempre de aquellas ofensas recibidas, como rezamos en el Padre Nuestro.

Termino con una anécdota de san Juan Pablo II, ocurrida en la Navidad de 1980. Se encontraba ante dos mil niños hablándoles de la importancia de prepararse bien para recibir dignamente al Niño-Dios. Y les preguntaba: -¿Cómo se están preparando para darle un buen recibimiento al Niño-Jesús? -¡Con la oración!-contestaron todos los chiquillos a una sola voz. -Bien, con la oración -respondió el Papa-, pero también con la Confesión, ¿Lo harán? Y los cientos de niños de nuevo gritaron: ¡Lo haremos! Y el Santo Padre añadió con la ingenuidad de un niño y de un hombre santo: -El Papa también se confesará para recibir dignamente al Niño-Dios”.

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