Este extraordinario pintor del siglo XIX, es el precursor del famoso movimiento impresionista. Aunque aparentemente era o se sentía académico al principio, poco a poco va rompiendo con los viejos esquemas de cómo se debía pintar, causando el rechazo absoluto de la sociedad del momento y por supuesto de la academia.
Confiando en nuestros ojos y no en ideas preconcebidas de cómo deben ser las cosas, se pueden realizar sorprendentes descubrimientos. La pintura del siglo XIX en Francia se caracteriza por ser de un inmovilismo impresionante, debido al triunfo napoleónico y todo lo que ello había aportado al imperio; sin embargo como veremos, siempre y en todas las épocas y culturas ha aparecido alguien que con o sin conciencia, cambia trascendentalmente los conceptos de cómo debían hacerse las cosas, entre ellas la pintura. Este gran revolucionario es Edouard Manet.
Manet viaja a Italia y a España y obviamente los grandes maestros del barroco como Velázquez, Tiziano, así como Goya influyen consciente o inconscientemente en su obra.
Cuando pinta su famoso Déjeuner sur l’herbe (1863) causa un verdadero revuelo en todos sentidos. Los críticos los consideraron, insolente e irrespetuoso y como si esto fuera poco pinta su famosa Olympia, cortesana descarada recibiendo un ramo de flores, sin ningún recato ni pudor. Estos cuadros están pintados con todo cuidado, pero pintados al natural y ahí descubre que, cuando se pinta la naturaleza al aire libre, la visión cambia por completo, cada uno ve su propio color, o sea la mezcla de tonos tan particulares para cada uno de nosotros.
En las primera obras de Manet vemos como abandona el método tradicional de suavizar las manchas a favor de violentos y duros contrastes, levantando un clamar de protestas entre los artistas conservadors. E. Gombrich Historia del Arte.
En otro de sus famosísimos cuadros El Balcón, es evidente la influencia que recibe de Goya, pero aquí realiza un cambio, las cabezas de estas mujeres no están moldeadas, se pierden en el obscuro fondo. Eso fue de tremenda osadía y lo hizo sesenta años después de las famosas Majas del Balcón.
La obra de este pintor marcó un antes y un después en la forma de pintar, como el mismo decía “á pleine air”. No es lo mismo pintar en un estudio que hacerlo al aire libre, los colores, la perspectiva, todo cambia. Cuando hace sus famosos grabados sobre piedra, o sea litografías, sobre carreras de caballos, si ponemos un poco de atención, nos damos cuenta de que el academicismo ha quedado atrás, pues vemos la impresión de caballos corriendo, pero ninguno tiene cuatro patas. Es una ojeada momentánea que hace sobre las famosas Carreras de Longchamps, donde no vemos nada real, parece un simple garabato y sin embargo es de una apabullante fuerza y realidad.
Con esta novedad en la forma de pintar al aire libre, Manet es el precusor de uno de los más bonitos y atrevidos movimientos “El Impresionismo”.
En la vida real sólo podemos centrar la atención de nuestros ojos, en un punto, quedando todos los demás como una confusión de formas inconexas. Podemos saber cómo son pero no verlos. E. Gombrich. Historia del Arte.
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