«La fe no es, como muchos creen, una confianza emocional; no es la creencia de que algo te va a pasar a ti; no es ni siquiera una voluntad de creer a pesar de las dificultades. Más bien la fe es la aceptación de una verdad por la autoridad de Dios revelador.» Mons. Fulton Sheen
En los primeros años el cristianismo conocía como único modo de dar la Sagrada Eucaristía a los fieles, el depositarla en las manos. Sin embargo, llegaría el tiempo en que sería consciente de una mayor reverencia al profundizar en la verdad del misterio y una mayor humildad, lo cual beneficio el hábito de depositarla en la lengua. En efecto, una costumbre debe ceder ante la profundización de la fe en el Misterio Eucarístico.
En la época reciente, la práctica de administrar la comunión en la mano fue introducida –léase bien- como un abuso litúrgico y teológico hacia el Santísimo Sacramento; se había extendido en países como Alemania, Bélgica, Holanda y Francia, en una clara indisciplina que venía precedida por problemas doctrinales con el misterio de la Sagrada Eucaristía. Ante ello, el Papa Paulo VI, concedió en 1968 un indulto solo a Alemania y Bélgica, el cual estaba sujeto a limitaciones; más tarde, ante las protestas suspendió la concesión ese mismo año.
Al año siguiente la Instrucción Memoriale Domini recogió el resultado de una consulta mundial hecha a los obispos, en el cual la mayoría aplastante se oponía a la introducción de ésta práctica abusiva. Dicha Instrucción no equipará jamás ambas formas de recibir la Sagrada Eucaristía, sino que considera la comunión en la lengua como la forma más apropiada de recepción. Tolera la comunión en la mano dando un indulto solo donde se habían cometido los abusos. Al mismo tiempo la Instrucción indicaba la necesidad de impartir una catequesis que destacara los méritos de recibir la Sagrada Comunión en la boca.
La problemática de dar la Comunión en la mano, no solo es litúrgica, sino también teológica, dado que la Eucaristía es el centro de nuestra religión. Ésta práctica expone al Santísimo a una infinidad de profanaciones; por tanto aludir a un pasado para defender la comunión en la mano es un gravísimo error; se trata de una involución, un retroceso que conlleva las más catastróficas consecuencias.
Entre éstas, se halla el hecho de que se reduce el respeto a la Sagrada Eucaristía, vulgarizando al tomarle como objeto y teniendo un dominio sobre la Sagrada forma, sobrepasando los límites que fija los deberes del culto de latría (que es debido solo a Dios). La caída de fragmentos, la profanación de las especies sagradas va unido a ésta práctica. Por si esto no fuera suficiente, le acompaña la deformada y abusiva costumbre de celebrar la Santa Misa como un banquete de alegría en la que se reúnen amigos; en lugar de celebrarla como lo que es: el sacrificio incruento de Cristo en la Santa Cruz.
Se argumenta en no pocos ambientes católicos o pseudocatólicos que a Dios lo que le importa es lo que tenemos en el corazón, Él ve las intenciones y no unas “anacrónicas” reglas y ritos que “matan” el amor en nosotros. Craso error. Debemos entender que nosotros no solo somos intenciones y sentimientos, sino también sentidos y actos, hablamos del culto externo. Yerra terriblemente quien prescinde de dicho culto pues ello no puede suprimirse jamás.
Hemos de recibir la Sagrada Eucaristía lo más consciente y amorosamente posible, con el debido estado de Gracia; el nuestro debe ser un amor que nos estimule a hacer todo lo posible para honrarlo y nunca un sentimentalismo o necedad que lo vulgariza y produce infinidad de profanaciones.
Así pues, el gesto externo habla de un correcto o deficiente respeto por lo sagrado, de un adecuado entendimiento o no, del Santísimo Sacramento. La Sagrada Eucaristía no es un símbolo, no es una galleta, no es un banquete; es la Presencia Real de Jesucristo, dogma de fe.
El ataque al centro de nuestra religión no es nuevo, los modernistas en su momento habían pedido a San Pío X autorización para comulgar de pie alegando que “Los israelitas comieron de pie el cordero pascual”, el Santo Padre les respondió: «El Cordero Pascual era tipo (símbolo, figura o promesa) de la Eucaristía. Pues bien, los símbolos y promesas se reciben de pie, más la realidad se recibe de rodillas y con amor”.
Así sea…
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