“Sacramentum Pietatis, Signum Unitatis, Vinculum Charitatis” (San Agustín de Hipona)
Entre los medios de santificación que nos proporciona nuestra religión católica, los Sacramentos son los de mayor eficacia dado que nos infunden la Gracia Divina. Y el Sacramento que más nos santifica es la Sagrada Comunión, porque es el centro de todo y nos abre la puerta a los demás medios de santificación. Nos une a Dios y nos hace amar lo que Él ama.
Recibida frecuentemente y bien, la Sagrada Comunión ilumina nuestro entendimiento para las cosas de Dios; puede fortalecernos contra las tentaciones del demonio, hallando la fuerza para resistirlas y nos quita el afecto hacia las cosas del mundo, hacia todo aquello que nos aparta de Dios.
La pequeña forma blanca que el sacerdote nos da a los fieles tiene estos nombres: la Hostia, la Forma Consagrada, la Sagrada Comunión, la Eucaristía, Nuestro Señor Sacramentado o el Santísimo Sacramento del Altar; en la Hostia esta por entero el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, también su sangre, su alma y divinidad. Cabe mencionar que es lo mismo si recibimos una forma entera o una parte de ella, ya que al partirla no se parte a Nuestro Señor, sino que Él queda por entero en cada una de esas partes por pequeñas que sean.
Recibir la Sagrada Comunión en la boca, aunado al uso de la bandeja de la comunión, evita la caída al suelo de pequeñas partículas así como gotas del vino consagrado. El tener especial cuidado al comulgar es una muestra de delicadeza, amor y fe hacia Nuestro Señor Sacramentado; fe en la Presencia Real de Cristo.
Debemos tener claro que, en lo que se refiere al Santísimo Sacramento, entre más perciben los sentidos externos, menos penetra el entendimiento. Al recibir la Sagrada Comunión en la mano, la caída de fragmentos al suelo es inevitable, así como una gradual pérdida de fe. Por tanto, la difusión de errores respecto al modo en que ha de recibirse es el más común de los ataques hacia la Sagrada Eucaristía, tal es el caso de la comunión en la mano.
Una de las apologías sobre ello es aludir a la participación activa de la feligresía, especialmente de los jóvenes, su entusiasmo y sensibilidad. En efecto, debemos preocuparnos por la juventud y proporcionarle la riqueza espiritual acumulada a través de los siglos, más no involucionar al ceder ante “innovaciones” que ponen en peligro de profanaciones al Santísimo Sacramento.
Argüir que no somos niños, sino adultos para tomar por nosotros mismos la Sagrada Comunión con las manos es un craso error. Este argumento que es el absurdo total y la respuesta a ello es: La Eucaristía no es un alimento humano, sino divino; por tanto, mientras más se humanice, disminuyéndole al nivel de la sensibilidad, adaptándola al hombre en función de sus hábitos, menos atrae y eleva el espíritu.
Por otro lado, cabe mencionar que un mal entendido ecumenismo jamás debe inducirnos a copiar la “cena” protestante, o bien pensar que la comunión en la mano ayudará a acercarlos a la fe católica; se desnaturaliza la liturgia y el dogma católico. No es en modo alguno el camino para acercar a otros. La unión en el error, separa de Dios; la Unidad solo puede ser dada en la Verdad de la cual es depositaria la Iglesia Católica.
En la primera parte se habló sobre cómo es que la comunión en la mano fue un abuso ante el cual la Iglesia concedió un indulto solo a ciertas Conferencias Episcopales (Alemania, Bélgica y Francia, mismas que ya habían presentado oposición a la encíclica Humana Vitae). Tan sólo este hecho debe hacernos comprender la preocupación de la Madre Iglesia sobre las consecuencias que este modo de recepción de la Sagrada Comunión produce no solo en cuanto a profanaciones, sino también en la fe de los fieles, su entendimiento para las cosas de Dios y la paulatina erosión de la doctrina católica.
El sentido común nos indica que la mano es el medio de posesión que más usamos; el simple tacto entraña un dominio sobre aquello que tocamos: un libro, una galleta, una cuchara, un suéter, un lápiz, una computadora. Pues bien, la Sagrada Eucaristía es un alimento divino que sobrepasa nuestros merecimientos y que hemos de recibir en estado de Gracia, humildad y agradecimiento.
Basta con responder con franqueza si para nosotros es lo mismo acudir a comulgar con las manos en los bolsillos para luego tomar la Sagrada Comunión en la mano y de pie, que hacerlo llevando las manos juntas para luego arrodillarse y recibirle en la boca. Es probable que nadie le haya hablado de ello, que jamás haya visto a alguien hincarse para recibir la Sagrada Comunión, sin embargo nada nos dispensa del deber de instruirnos y de que, al buscar sinceramente la Verdad, nos adhiramos a ella con amor y sumisión, entendiendo estas sencillas palabras:
Noli me tangere…
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