Otra vuelta más del torniquete

Reacciones encontradas ha producido la reciente decisión del gobierno de prohibir las misas y la participación en las celebraciones de otros cultos en Fase 2 –y no solo en Fase 1, como era hasta hace poco–, pese a las medidas de aforo y otras previsiones que se habían tomado para cumplir con la normativa sanitaria.

            La verdad es que por muchas vueltas que se le den, la medida resulta absurda, si se considera que existe más contacto entre personas que van a un supermercado, por mucha “distancia social” que se quiera imponer. Por tanto, con las actuales medidas, una iglesia no debiera suponer un mayor peligro de contagio que otros lugares en que coinciden personas.

            Ahora bien, la verdad es que si se contempla todo lo que ha ocurrido en el año que ya llevamos con esta “nueva normalidad”, como consecuencia de la pandemia, no puede menos que llamar la atención todo lo que ha ocurrido. Esto resulta claro si se analizan objetivamente las cifras: de una población planetaria superior a los 7.000 millones, se han contagiado hasta el momento, 120 millones (esto es, menos del 1.8%) y muerto 2,7 millones (o sea, menos del 2,5 % de los contagiados y a su vez, menos del 0,04 % de la población mundial).

            Si se analizan fríamente estos datos, todo lo que se ha hecho hasta el momento al menos deja pensando. Por primera vez ante una “pandemia”, se ha aislado a los sanos y no solo a los enfermos. Ante un nivel de contagio bastante bajo en términos globales y una letalidad igualmente baja, se pretende –en algunos países de manera más sincera, en otros más encubierta– vacunar al planeta entero. A lo anterior añádase que la vacuna surgió a una pasmosa velocidad (y no solo una, dicho sea de paso), siendo que se tarda casi una década en pasar todos los protocolos para llegar al mercado. Finalmente, hay varios cuestionamientos y dudas a su respecto, sea por ciertos efectos adversos que han producido (incluso fatales), sea por el material que utilizan algunas de ellas (restos de fetos abortados o ARN) y, sobre todo, porque no sabemos a ciencia cierta los efectos futuros que tendrá. De hecho, algunas, como AstraZéneca, ha sido prohibida en unos 15 países hasta el momento.

            A lo anterior se añade la pasmosa pérdida de derechos y libertades que hemos sufrido como población, al punto que ni los peores Estados totalitarios lograron un control semejante de sus ciudadanos sin disparar un tiro. Con la agravante de tener estas medidas, cada vez más restrictivas, una notable aceptación de buena parte de la población.

            En suma, y por muchas buenas intenciones que existan detrás de todo esto, las medidas que se han tomado y las que se pretenden adoptar son casi de locos, dadas las cifras de más arriba, incluso si ellas fueran el doble o el triple más altas. Con este criterio, ante la gripe española de hace cien años (que mató entre 20 y 50 millones, con una población que no llegaba a los 2.000 millones a nivel mundial), o ante la peste negra del siglo XIV (que mató al menos a un cuarto de la población europea de la época: 25 millones), mejor le hubiera valido a la humanidad haber hecho un suicidio colectivo.

            En realidad, los gobiernos han encontrado la excusa perfecta para mantenernos como borregos, apretando cada vez más el torniquete, soltándolo un poco cuando les conviene, como en las elecciones, por ejemplo. ¿Hasta cuándo seguiremos aguantando?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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