En las últimas semanas, hemos dedicado varias columnas a analizar las recientes elecciones de Estados Unidos, no por un especial interés en ese país, sino debido a haber quedado literalmente atónitos frente al impresionante nivel de corrupción de todo tipo que se ha dado a su respecto, gracias a lo cual, hoy existe un presidente que no debiera ostentar el cargo de tal. Ello, porque si todo esto ocurre en un país desarrollado y con instituciones que aparentemente funcionan, surge una justificada e inquietante sombra de duda respecto al funcionamiento de nuestras propias democracias.
La verdad es que al menos de manera pública, todos los esfuerzos que se han realizado desde las elecciones de noviembre para mostrar el gigantesco fraude electoral no han impedido que este haya conseguido su objetivo, torciendo completamente la voluntad popular. Ni los tribunales estatales, ni la Corte Suprema, ni el Congreso, fueron capaces de parar esta farsa. Todo lo cual demuestra que no basta con tener buenas leyes –que obviamente son necesarias–, sino que la clave es contar con personas honestas en los cargos de poder, lo que hace que la corrupción sea el cáncer de cualquier democracia.
Sin embargo, tal vez lo más increíble de todo esto, es que la prestigiosa y conocida revista Time, haya reconocido abiertamente que Trump tenía razón, y que en el fondo, le robaron la elección. Para ello –continúa la revista–, se produjo una gigantesca coordinación entre diversos sectores políticos y empresariales, a fin de cambiar las reglas electorales y el modo de llevar a cabo los comicios en varios estados, con el confesado propósito de impedir la reelección del ex presidente. Todo, obviamente, en beneficio de la propia democracia, para lo cual, paradojalmente, hubo que destruir sus propias reglas de funcionamiento. El reportaje se titula “The Secret History of the Shadow Campaign That Saved the 2020 Election” y se puede encontrar en el link: https://time.com/5936036/secret-2020-election-campaign/.
Lo notable, se insiste, es que se reconozca, de un modo descarado, que se hizo trampa, justificándola en nombre de la misma democracia. Es que parece que la democracia solo vale si beneficia a determinados sectores, y en caso contrario, resulta lícito cargarse sus reglas y amañarlas a gusto, a fin de lograr el resultado querido por ellos, aunque implique dar una tremenda bofetada a la voluntad popular. Con lo cual, resulta no solo válido, sino incluso obligado, preguntarse para qué tenemos democracia, si se la puede manipular de esta manera.
Lo anterior resulta crucial, pues como se ha dicho más arriba, proyecta una sombra de duda más que justificada para poner en tela de juicio la legitimidad total de nuestros sistemas políticos y jurídicos, en los cuales las decisiones democráticas podrían terminar siendo solo una pantalla que buscaría legitimar situaciones ya consolidadas u obtenidas de manera ilegal y clandestina. Incluso da pie para preguntarse hasta qué punto nuestras democracias son auténticas y si no estaremos frente a un espejismo.
Con todo, aún quedan algunas batallas por librar, sobre todo luego del fracaso del segundo impeachment interpuesto contra Trump. Este viernes 19, la Corte Suprema debe ver varios casos de fraude electoral de diferentes estados disputados. Veremos si por fin, la ley y la constitución de ese país podrán imponerse y dejar de ser pisoteadas impunemente.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía dl Derecho
Universidad San Sebastián
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