De acuerdo a lo “políticamente correcto”, hoy estaríamos viviendo en sociedades libres, pluralistas y tolerantes, al punto que nada resulta peor que una desmedida homogeneidad, razón por la cual, las diferentes concepciones de la vida que coexisten serían un semillero para nuevos cambios (a los cuales casi siempre se rodea tácita e infundadamente de un cariz positivo), siendo por ello algo beneficioso para nuestras actuales democracias.
Sin embargo, esta optimista visión parece no tener en cuenta que muchas de las concepciones del hombre y del mundo resultan más o menos incompatibles entre sí. Por eso, pretender que puedan coexistir pacíficamente unas y otras es, o bien un cínico engaño, o bien producto de una candidez pasmosa. Ello, porque resulta inevitable que en algún momento surja una concepción que pretenda hacerse hegemónica a costa de las demás.
Para quienes no estén enterados de esta situación y siguen encandilados –e incluso neutralizados– por esta bonita fachada de la tolerancia de nuestros días, que esgrime hipócritamente el actual laicismo en su pretensión de hacerse hegemónico, aquí va un buen botón de muestra.
En España, y pese a los múltiples problemas por los que atraviesa ese país, el ayuntamiento de Andalucía no ha encontrado nada mejor que iniciar una furiosa campaña para expropiar la Catedral de Córdoba. Ni más ni menos. De este modo, siguiendo los pasos de conocidos países totalitarios de tipo “clásico” –varios de los cuales cayeron por su propia ineptitud y corrupción–, pretende apoderarse de lo que no es suyo, en este caso, de un templo de la Iglesia Católica (y antes musulmán) que desde hace mil quinientos años ha sido consagrado para el culto, aduciendo, sorprendentemente, que dicho inmueble “no pertenece a la Iglesia”.
El argumento no tiene ni pies ni cabeza, pues los orígenes de la Catedral datan del siglo VI, antes de la conquista musulmana, luego de la cual, en el siglo VIII, fue derruida y convertida en mezquita, para retornar nuevamente al culto católico en el siglo XIII gracias a la reconquista española; con la diferencia que en este caso, se conservó buena parte de la arquitectura anterior.
De este modo, desconociendo quince siglos de historia, se pretende expropiar un lugar dedicado al culto. ¿Cuál es la razón?
Respuesta: para quien no lo sepa, lo anterior es una muestra más, dentro de muchas otras actividades del laicismo (programas políticos, leyes, tratados, sentencias, prensa, arte, etc.) que lisa y llanamente, buscan borrar toda manifestación religiosa de nuestras sociedades. Con el pretexto de la laicidad, se pretende crear precisamente lo que desde la boca para fuera condenan: una completa homogeneización de nuestras sociedades, en donde la “verdad oficial”, establecida por el estado y elevada a la categoría de dogma, no tenga oposición alguna. ¿Seguiremos sin enterarnos?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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