Ponente: Alejandra Diener Olvera
Fecha: 17 de mayo de 2012.
Lugar: Guadalajara, Jal.
Es para mi un honor haber sido invitada a este Octavo Congreso Internacional de Familia. Como mexicana y sobre todo como descendiente de una madre tapatía es un gusto poder estar aquí y hablar de uno de los temas que más me apasionan, La FAMILIA. En específico, de la Cultura, Familia y Futuro en este panel de “La Familia y la Sustentabilidad”.
Y para comenzar, me gustaría que reflexionáramos ¿en qué consiste ser persona y qué significa ser digno? Para poder comprender a la familia, entender su cultura y el futuro que le depara es imprescindible estar conscientes de la realidad de la persona humana y de su dignidad como tal. Es un requisito indispensable comprender ampliamente el concepto de dignidad y de ahí partir al entendimiento del valor de la persona.
¿Somos todas personas? ¿Somos todos dignos? ¿Requerimos de la familia para lograr descubrir nuestra esencia de persona y nuestra dignidad?
Ciertamente y de forma casi instintiva, al analizar las relaciones entre la familia actual y el entorno que la encuadra se podría percibir una primera actitud de defensa, por cuanto la institución familiar se encuentra sometida de un tiempo acá a un proceso activo de deterioro. O, con palabras más claras, el centro innegable de los ataque destructores de toda civilización.
La familia actualmente pareciera estar en una crisis insostenible y esta posible realidad amenaza el futuro de la sociedad, ya que se juega a fin de cuentas en la familia. Y el de la familia por su parte, se halla indisolublemente unido al de la entera sociedad.
Cultura
La familia primigenia es aquella en la que a todos nos hubiera gustado nacer, vivir y ser acompañados al morir. Es el ámbito en el que descubrimos de manera natural y sin necesidad de estudiarlo que somos uno, irrepetible e insustituible, varón y mujer que procede de un solo varón y mujer, hermano que se encuentra con hermanos a quienes ama y con quienes crece y aprende a convivir, hijo de padre único e irremplazable, esposos que se han elegido mutuamente en aquel acto soberano de la libertad humana, que consiste en poseerse íntegramente, pasado, presente y futuro y entregarse y acogerse plenamente y de por vida.
Karol Wojtyla, antropólogo y filósofo por excelencia, hoy el Beato Juan Pablo II alguna vez mencionó en una de sus homilías “Cual es la familia, tal es la nación, porque tal es el hombre”. Frase y palabras que encierran en realidad la respuesta a las preguntas del inicio de esta ponencia; La persona y la dignidad humanas surgen en la familia y de ésta se sostiene la sociedad, pero si la familia se deteriora, se deteriora a su vez la sociedad y con ella la humanidad entera.
¿Por qué ha sucedido esta crisis? ¿Qué ha ido ocurriendo para que demos cuenta de este lamentable quebranto en la institución familiar?
Si miramos a la civilización de los últimos siglos, advertiríamos sin gran esfuerzo un muy particular y creciente proceso de despersonalización: la reducción del ser humano, lo hemos cosificado, lo hemos privado de las propiedades más altas y manifestativas de su condición personal.
El hombre ha olvidado la parte inevitable de la espiritualidad y se ha concentrado en la conquista de los poderes político, económico y tecnológico.
Hace ya años que ha permeado una cultura de comodidad, que en las sociedades occidentales la hemos adoptado con los brazos abiertos, puesto que favorece al orgullo y a la sensualidad de la persona humana. Los humanos somos orgullosos; odiamos la autoridad y la superioridad. Y somos sensuales; nos gusta satisfacer caprichos. Al caer en estas ideologías radicales nos ha llevado a creer que tendremos felicidad permanente: igualdad absoluta y libertad completa.
Pero en realidad nos quita la felicidad porque nos lleva a ser prisioneros de nuestras pasiones, de nuestro orgullo en lugar de a la templanza, de la humildad, y del amor y mutua admiración en la familia.
Si la familia debe de dar consistencia y alimento a la persona que en ella se desempeña; la persona se fortalece en la familia, y a su vez nutre a la sociedad. Por consiguiente, sin familia no hay persona y sin persona no hay sociedad.
Estas corrientes radicales de comodidad, pragmáticas y utilitaristas que consideran a la persona humana de manera extrínseca; “Si tiene lo que necesito me sirve, si no NO” han quebrantado a la familia de la actualidad, logrando que la cultura de entrega y de sacrificio que debe de contener la estirpe humana, se haya vuelto un sufrimiento atroz y a su vez nos ha hecho creer que cualquier tipo de frustración es contrario a cualquier deseo sensato.
Nadie puede frustrarse, nadie debe sacrificarse. Evitar a toda costa darse por los demás, es lo que hoy día pareciera es la cultura familiar, lo que ha dado como resultado que otros actores sociales tengan que tomar el lugar de ese vacío que muchos padres han dejado.
Cabe destacar que au nado a lo anterior en el día a día existe una visión reduccionista, en la cual se encuentra el progresivo alejamiento de las personas adultas de la familia hacia otros ámbitos en los que creen encontrar de forma más plena su propia realización. Pareciera que la familia es solamente imprescindible a causa de la fragilidad de algunos de sus miembros, los demás, los que de algún modo se consideren más fuertes, podrán sin quebranto prescindir de ella. Y no es así, la familia es para siempre, y nadie puede ni debe de suplir el vacío que por cultura hoy existe. La familia no sólo es necesaria para que la persona se perfeccione, para que acrezca su condición personal.
La familia es imprescindible, más bien y antes para que la persona sea, en cuanto persona: para que encarne su propio ser personal. En pocas palabras, y repito, sin familia, no hay persona.
Un país, un mundo sin familias integradas, sin el primer agente educador del ser humano se torna lentamente en un lugar inhóspito, egoísta y peor aún, inhumano. En donde la dignidad se desconoce por completo, se relativiza y se olvida.
“El hombre del siglo XXI conquista su dignidad o fatalmente pierde su humanidad.” La dignidad de la persona humana desde su concepción es la razón por la cual quien sea es merecedor de todo, pero por encima de cualquier totalidad es merecedora de amor. Si no recibe un ser humano amor, ¿cómo pretendemos que dé amor?
Es natural que se adquiera primero amor para poder darlo posteriormente. Sin embargo, dentro de esta misma cultura de comodidad, existe ese egoísmo que no permite a los hombres de este siglo darse, ya que implica desprenderse de su propio ser.
Una familia sin amor, es una familia vacía, en donde sus integrantes se degradan en dignidad. Se denigran a sí mismos y a su vez reducen a la sociedad a un mecanismo disfuncional.
La familia es mucho más que solamente integrantes, una auténtica familia, del tipo que fuere –la familia natural de institución matrimonial o una familia sobrenatural- en cuanto compone el ámbito donde efectivamente pueden y aprenden a amar, resulta imprescindible para todo ser humano: para que cada uno de ellos alcance su definitiva realidad como persona.
La Familia
La cultura familiar que hoy día invade a la sociedad, de comodidad, de ligereza, de falta de amor y entrega que nos dice que no podemos sufrir, impide que la persona se realice a sí misma. Eso ha hecho que olvidemos a la persona y que relativicemos la dignidad humana. La familia resulta insustituible para la plena realización de cada sujeto humano por dos motivos que se complementan y son interdependientes:
1. Desde la concepción hasta la muerte, establece las condiciones ineludibles para que el hombre pueda amar, entregándose.
2. Desde que da sus primeros pasos, la familia se empeña activamente en enseñarle a hacerlo.
¿Qué es lo que debe ser entonces la familia si conocemos estos dos motivos? ¿Cómo ser y tener familias mexicanas que hagan a la sociedad una comunidad de amor, de entrega, a la altura de la humanidad?
La familia no puede ser un medio, sino que debe de ser un fin para lograr una humanización total. Y lo que sufrimos actualmente es precisamente lo contrario, esa despersonalización de los hombres que a su vez olvida a todo lo demás, descuida la naturaleza, abandona la ecología y todo lo que en ella se desempeña. El hombre no tiene otro camino hacia la humanidad más que a través de la familia y para lograr una sustentabilidad, es imprescindible enseñar desde el seno familiar a amar y a respetar. No podemos hacer un llamado a los individuos por separado para que esto sea una realidad, se debe de apelar a la familia, a las familias en general.
Porque entre todas las agrupaciones naturales existentes, la familia constituye aquella sociedad fundamentalísima donde la persona lo es en efecto, de manera cabal y definitiva.
Yo estudié la licenciatura en economía hace ya más de una década y cuando la cursaba me daba cuenta que había un gran ausente en todos esos números, cifras y gráficas que demostraban a mi país como la novena economía del mundo, el gran ausente era la persona. Era y es la realidad, un sistema económico que no considera a la familia, a la persona humana, sino que crea necesidades superfluas, casi siempre materiales, que convierten a los individuos en meros consumidores y que obliga a tantas veces a realizar un trabajo sin sentido, porque no nos regala otro bien que no sea el económico.
Hay pobreza, hogares rotos, familias a la deriva que no saben por dónde comenzar. Porque su misma identidad ha sido tapada, hasta el punto casi de haberla borrado. La familia misma no sabe el camino que hay que tomar y es entonces que ha dejado ese vacío a que terceros lo ocupen; el gobierno, organismos no gubernamentales, que se han tenido que hacer cargo de este abandono, pero que no hacen el trabajo que unos padres realizan con tanto amor.
La familia ha sido sumergida en una economía desquiciada que la hace desintegrarse y distanciarse con el pretexto de obtener lo mejor para cada uno de sus miembros; los padres salen a trabajar horarios extenuantes para poder obtener aquello que el mercado nos dice en la actualidad es lo que todo el mundo debería de tener.
Logrando así abandonar a sus integrantes, desatendiendo al cónyuge y a los hijos dejándolos a cargo de la comida chatarra y la televisión, o de terceras personas que no son lo mismo que una madre. Los divorcios en aumento, los embarazos en adolescentes en incremento. Todo por haber olvidado que la familia está formada por personas dignas y ávidas de amor, más que de cosas materiales.
En realidad ha permeado un trasfondo ideológico inadvertido que ha ido carcomiendo y deshumanizando a la sociedad, tanto que hemos hecho a un lado a Dios de nuestras vidas por apegos desordenados a las criaturas y en definitiva al propio hombre. Tomás de Aquino decía que la razón de mal de esas transgresiones se encontraba en el intento de conseguir sin Dios lo que Dios estaba dispuesto a otorgar libremente: la felicidad eterna.
Y ¿quién ha sido el culpable, el responsable de esta lucha en contra de Dios y de esta humedad de filosofías e ideologías que han ido enmoheciendo las paredes de la familia humana?
El responsable es el hombre. La sistemática eliminación de todo cuanto hay cristiano, una lucha que en realidad siendo una gran paradoja, ha sido en contra del propio hombre. Nosotros mismos nos estamos atacando y estamos eliminando a la familia pensando que somos modernos viviendo para trabajar, condicionando nuestras relaciones, abandonando a nuestros hijos, incluso exterminándolos si nos estorban en nuestros planes a futuro. Esto es lo que no vemos, estamos en un campo de batalla en donde el enemigo somos nosotros mismos.
Antes que nada, si continuamos así me atrevería a decir que los seres humanos comenzaremos también a vernos como contendientes –o dueños o esclavos- con los que habrá que pactar leyes mínimas que permitirán la convivencia.
A esto se ha reducido la ética, la persona humana en el universo de la postmodernidad.
Futuro
Sin embargo, a pesar de lo gris del panorama que he ido pronunciando esta mañana, hay buenas noticias, no todo está perdido, por eso es maravilloso este mundo y no hay necesidad de cambiarlo. ¡Es imprescindible mejorarlo! Eso es un hecho. Tenemos que mejorar la actitud de apatía que tiene el hombre del siglo XXI, esa apatía que se esconde en la comodidad, en los excesos, en el mínimo esfuerzo y en la poca productividad. En la falta de entrega y en el carente servicio a los demás.
¿Queremos familias generosas, queremos hijos caritativos, matrimonios sólidos, personas íntegras que vivan de forma desprendida?
Debemos de humanizarnos de nuevo, de personalizarnos. Si dejamos morir a la familia, si permitimos tan solo que se debilite, ponemos en juego la supervivencia de la entera sociedad. Para evitarlo es necesario volver a educar en la gratuidad, en el amor, en NO esperar nada a cambio. Siempre estamos a la expectativa de recompensas, eso es lo que no nos deja ser humanos, sino nos reduce a ser objetos antropológicos que simplemente actúan si reciben, sino no.
Por ello tanta pobreza, tanta inequidad y desigualdad en la sociedad, por ello el hedonismo en el tema de la sexualidad en la actualidad en la mal entendida y explicada “Educación sexual” que lo único que podemos comprobar es que los embarazos no deseados y abortos han ido en aumento en lugar de decrecer, son las cuentas que podemos dar.
En un mundo en donde se busca emancipar a los hijos a temprana edad de sus padres porque “tienen derechos sexuales” que lo único que ha llevado en lugar de evitar enfermedades de transmisión sexual, es a inmiscuir otra ideología más que permea desde hace décadas, y que movida por el beneficio económico y la cultura de la muerte ha desintegrado ese amor y gratuidad que debe de reinar en los hogares.
Si en una familia, que es el caldo de cultivo del amor, no existe el regalo desinteresado, ninguna familia puede en la práctica subsistir. Si lo que impera es la mecánica del intercambio, sobrevienen forzosamente la infecundidad, el divorcio, las separaciones, la destrucción de los lazos que ligan a los hermanos entre sí con sus padres: lo que se llama la bancarrota efectiva del grupo familiar.
Para que el futuro que depara a la familia sea colorido, debe de existir entrega amorosa y liberal, no condicionada. Gratuidad y familia se reclaman implacablemente, pero al ser atacada por el “monstruo de la comodidad”, como le llamo yo, nos cegamos en el convite de este espécimen y caemos en sus artimañas creyendo que en realidad la libertad verdadera es hacer lo que me plazca en el momento que me nazca; como hijo, como madre, como padre, como hermano, como esposo o esposa.
Y eso es una falacia, ya que la verdadera libertad es dominarnos personalmente, ser virtuosos y lograr ser líderes de nosotros mismos. Si eso lo logramos, seremos en realidad libres porque no seremos prisioneros de nuestras pasiones, de nuestros instintos y con esto seremos la mejor persona que podemos llegar a ser.
El fututo de la familia es prometedor, siempre y cuando amemos; lo que significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino regalar libre y recíprocamente. Una madre ama a sus hijos desde el seno materno, sin excepciones ni relativismos, una entrega esponsal es sin condicionamientos, una familia da todo su ser sin esperar nada a cambio, los vínculos paterno-filiales no pueden ser jamás objetos de derecho. Esto es un futuro que me imagino y que considero real.
Lo sé porque el mundo es maravilloso y necesita que lo mejoremos, pero debemos de comenzar por nosotros mismos, debemos humanizarnos, aterrizarnos y dejar de banalizarnos.
Por ello, hago un llamado respetuoso a las instancias gubernamentales a que de igual forma que expongo en este panel, que debemos de rehumanizar a la persona dentro de la familia para que florezca la sociedad, las políticas públicas deben de ser considerando el bien común anteponiendo la dignidad humana. No es posible que la familia se encuentre en constante batalla contracorriente, puesto que constantemente se imponen leyes extrínsecas y no consideran el bien superior del hombre.
¿Podrá hacer frente la familia al esfuerzo destructivo de toda una cultura? ¿Cuáles son en realidad los peligros y acechanzas reales que se ciernen sobre la familia?
Posiblemente muchos de nosotros pensemos que esos riesgos constantes vienen de afuera, de una legislación cada vez más asfixiante, gravámenes económicos que imponen los Estados, conspiraciones en el sistema educativo, degradación moral, decaimiento de la sensibilidad religiosa, medios de comunicación masivos dominantes e influyentes, una sociedad corrompida por el poder y el dinero…un panorama desolador que podría terminar con cualquier luz de esperanza, pero como les dije no es así.
Les vuelvo a preguntar ¿Saben cuál es el enemigo número uno de la familia?
No hay que buscarlo afuera, sino hay que hurgar en el interior del ser humano. El enemigo del amor y de la familia es uno mismo. La pobreza de espíritu, el abandono del desarrollo interior humano, el aburrimiento y la frivolidad, la falta de asombro, de imaginación lo que lleva a la familia a olvidar ser ella misma.
El afán de poder, de dominio, el intento de constituirnos sin reservas y sin trabas, en dueños y señores absolutos del universo, para alcanzar así, a través de ese imperio hegemónico y sin frenos la propia felicidad. ¡Hemos olvidado que somos humanos y nos hemos vuelto cosas! ¡Objetos que podemos manipular, adquirir, desechar y cambiar!
El futuro escuchamos decir que es ahora, que no hay tiempo que perder y coincido. No podemos esperar a que ese futuro nos alcance y se coma a la familia con la cultura pragmática, extrínseca e impersonal que la ataca. Es imprescindible que padres de familia promuevan en sus hijos la preocupación por el bien ajeno, hacerlos salir de sí para ocuparse activamente del perfeccionamiento y de la mejora de otros. Esto hará que los integrantes de las familias se hagan más persona y por ende busquen una sociedad más humana. Con leyes justas que consideren la dignidad y unicidad ontológicas de cada ser.
¿Se imaginan así un México con personas de cuerpo entero, íntegramente fecundas, volcadas por completo hacia la promoción del bien de los demás? Y todo porque en la familia se logró enseñar que cada quien es valioso desde su concepción, que es merecedor de todo y que debe de saber que la vida ha sido un regalo que no se mira ni se cuestiona, sino se abraza.
Finalmente concluiría diciendo que el gran reto que se plantea a la familia, el que decidirá en última instancia la evolución de la entera sociedad que la acoge, es el de llegar a ser efectivamente lo que es, instaurando en su propio seno relaciones de amor auténtico, genuino y maduro.
Las familias mexicanas tenemos que ser lo que somos, tenemos que hacer caso al llamado de: “¡familia, sé lo que eres! Lo que traducido a palabras específicas sería: “¡familia, enseña a cada uno de tus integrantes a querer a los demás con un auténtico amor de libertad, con amor elegido y como ajenos!
Si así pensara cada uno de los miembros de este planeta tierra, incluidos políticos, empresarios y demás actores de la sociedad, este mundo sería mejor, es más, la familia estaría formada por personas, las cuales a su vez formarían sociedades humanas que enaltecerían el futuro de nuestra especie.
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