A pesar que la gran mayoría de los medios de comunicación y de los gobiernos del mundo han dado por ganador al Joe Biden –si bien basándose en proyecciones, pues hasta ahora no ha sido proclamado oficialmente–, diversas y abundantes acusaciones de supuestas irregularidades, han empañado este proceso eleccionario y merecen atención.
En efecto, existen varios indicios que al menos hacen atendible dicha posibilidad: desde aparentes discordancias anunciadas por diversas entidades, como Judicial Watch, entre el número total de votantes inscritos y los sufragios emitidos, hasta supuestos problemas con el conteo informático de votos, pasando por incidentes de todo tipo en muchos locales de votación (expulsión de observadores, llegada de boletas fuera de plazo, incluso de madrugada, acciones inapropiadas de vocales, etc.), entre otras. De hecho, en al menos siete estados (Nevada, Arizona, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia) el conteo de votos no ha terminado, o se está haciendo uno nuevo y en algunos de ellos, ya han intervenido sobre el particular, cortes federales o incluso la Corte Suprema.
Con todo, debe recordarse que esta no es la primera vez que ocurre algo similar. Si bien a muchísima menor escala (pue solo aludía a Florida), pasó algo parecido en el año 2000, entre George W. Bush y Al Gore. En esa ocasión, luego de más de un mes de incertidumbre, y –aunque él mismo no lo hiciera– pese a que los medios también proclamaron a Gore como ganador, la Corte Suprema determinó que Bush era el real vencedor.
Por tanto, no es inédito que la Corte Suprema dirima quién es el vencedor en una elección presidencial en Estados Unidos, con la particularidad que el actual escenario parece bastante más grave que la de hace veinte años.
Lo anterior amerita que esta situación deba ser investigada profundamente, sabiendo que el peso de la prueba sobre una supuesta irregularidad, recae totalmente sobre Trump, pues de acuerdo a las tendencias que hasta el momento se tienen, el ganador es Biden.
Debe aclararse que lo anterior no se fundamenta solo en esta elección, sino en la integridad del sistema democrático en sí mismo, al darse en uno de los países en que dicho sistema se presenta de forma más sólida y que por su importancia, sirve de referencia para el resto del mundo. Es imperioso así, despejar toda duda razonable a este respecto.
Además, también lo merecen los que votaron por Trump, que al final, resultaron ser una masa bastante mayor que la proyectada por las encuestas, que aseguraban una victoria fácil para Biden, lo que claramente no ocurrió.
Finalmente, esta situación también debe investigarse de cara a los electores de Biden, para que no se cuestione su eventual futuro gobierno. Además, si todo está en regla, no hay nada que temer (ni probar en principio), razón por la cual, no se ve una razón irrefutable para negarse a esta revisión. Quien nada oculta, nada teme, dice el refrán.
En consecuencia, todo lo dicho hace que, por simple imagen ante el resto del mundo y ante sí mismos, dado que los indicios van mucho más allá de un simple chisme (y a fin de no parecer un país bananero), resulte imperioso investigar esta delicada y lamentable situación. Dada su importancia, esta elección no puede quedar manchada, siendo por ello necesario salir de toda duda a su respecto.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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