Poseedores de la verdad

Actualmente, y no solo en Chile, estamos asistiendo a un inquietante clima político en el cual, algunos de los sectores del autodenominado “progresismo”, consideran que poseen de forma exclusiva y excluyente toda la verdad, toda la bondad y toda la legitimidad para imponer su modo de ver las cosas a quienes piensan distinto.

Resulta evidente que quien defiende ciertas ideas, lo hace –o debiera hacerlo– porque de buena fe, las considera verdaderas, o al menos, mejores que las restantes. Sólo eso legitima su adhesión y defensa de las mismas. No obstante, y también en este espíritu de buena fe, la persona debiera estar dispuesta a cambiar, o al menos a evolucionar en sus ideas, si se da cuenta de algún error en su planteamiento o encuentra argumentos mejores a los que en un principio adhirió, pues si realmente está en búsqueda de la verdad, no puede poner requisitos para su aceptación.

Sin embargo, nada de esto se percibe en buena parte de los sectores autodenominados “progresistas”, quienes y según se ha dicho, se creen los únicos poseedores de la verdad definitiva. De ahí que no toleren la más mínima crítica ni corrección a sus planteamientos e incluso consideren estúpidos y hasta perversos a quienes no adhieren a sus postulados.

Por desgracia, este problema se ha ido agudizando peligrosamente en el último tiempo, puesto que impulsados por esta creencia, se está haciendo cada vez más común que este sector utilice todo tipo de epítetos descalificadores –a veces bastante gruesos– para sencillamente, intentar dejar fuera de combate a sus adversarios. E incluso no han faltado las agresiones simbólicas y hasta físicas a sus rivales.

Lo anterior es peligroso, se insiste, porque imposibilita o hace muy difícil cualquier diálogo democrático y puede llegar a hacer inviable la convivencia. Pero además, semejante actitud hace pensar en cuál sería el modo de proceder de estos sectores si llegaran al poder. Así, si en la arena política del simple debate se comportan de este modo, ¿cómo lo harían en una situación de ventaja?

Por otro lado, esta manera de enfrentar a sus adversarios, llenándolos de epítetos degradantes y descalificaciones sin cuento, es una forma cobarde de rehuir el debate y un abusivo método para no argumentar. En suma, es la sustitución del diálogo, de la razón y de la tolerancia por la fuerza, la falta de argumentos y la prepotencia, nuevamente un comportamiento irreconciliable con una verdadera democracia.

Finalmente, este modo de proceder contradice las mismas ideas que este sector dice defender, en particular la libertad y la tolerancia, pues no hay acto más reñido con ellas que el matonaje y la descalificación, a fuer de la agresión física o simbólica.

Por tanto, si como se dice en filosofía, “el actuar sigue al ser”, es necesario tener muy en cuenta la forma de proceder de estos sectores, para ver en los indesmentibles hechos y no en la vana palabrería, quién es quién en el juego democrático. De ahí que precisamente para resguardar este régimen político, se haga imperativo denunciar a quienes proceden de este modo para tomar las medidas pertinentes, que incluso podrían llegar, de no cambiar de actitud, a hacer necesario excluirlos del debate democrático no por intolerancia, sino por estar traicionando sus presupuestos.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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